Capítulo especial

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Trunks suspiró. Mirando hacia la ventana de su oficina, de pronto se sintió impotente. Se sentía... solo. El día anterior, en San Valentín, Pan se negó a reunirse con él. En realidad, ella no mostraba emoción alguna más que una ocasional mueca desdeñosa por la festividad. Sin embargo, nunca antes le prohibió organizar nada para celebrar.

De hecho, nunca antes había sucedido que los dos no se vieran en ese día.

Aunque con mal humor, Pan siempre llegó puntual a sus citas, aceptó sus regalos y sus pequeñas, ligeras muestras de afecto en público. Porque Pan era así. Era un milagro que no saboteara el San Valentín de otros con tal de probar su punto de siempre: que el catorce de febrero era sólo otro día en el calendario. Ni más ni menos.

No obstante...

De un momento a otro, Trunks llegó a una conclusión alarmante: se acabó.

Esta relación, que naciò podrida, que nació de un pseudo odio juvenil, al final llegó a un punto de no retorno. Acabado. Roto. El adiós.

Trunks mentiría si dijera que no recordaba todas sus riñas cuando eran jóvenes. Las burlas, los golpes, las amenazas. Pero con el tiempo, mientras se conocieron, mientras se toleraron, estuvieron bien. Y acabaron juntos. Trunks pensaba, «Entonces es cierto, del odio nace el amor». Aunque lo suyo no fue «odio». El odio era una emoción tan fuerte y repugnante, tan destructiva, que jamás podría nacer algo como el amor allí. Sólo costumbre.

En cambio, Trunks estaba seguro que, sin importar qué, lo suyo era un amor genuino. Que, en realidad, eran sólo sus visiones del mundo, sus experiencias de vida, las que les llevaron a chocar tan constantemente. Después lograron el punto de equilibro, el aprendizaje continuo desde la perspectiva del otro.

No eran personas rotas, descaradamente buscando consuelo en los brazos de otra persona para sentirse amados, sino una convivencia donde podían conocerse y apoyarse, manteniéndose independientes y, a la vez, caminar por un mismo camino.

Ahora... Trunks no estaba tan seguro de que ese amor fuese a durar por siempre. En los últimos meses, ambos estaban tan ocupados en sus propios asuntos que no se reunían a menudo. Ninguno se quejó, mas en el fondo los dos supieron que, si no dedicaban más de su atención en su relación, no duraría. Y dolía. Dolía que Pan se alejara primero. Que fuera ella quien diera un paso atrás. Él sabía, empero, que ella anhelaba la libertad. Si ella se lo pedía, entonces lo dejarían ir, esta relación, esos momentos. Todo...

Su celular vibró. Cuando Trunks atendió la llamada, la voz de Pan no mostraba nada de su emoción actual.

—¿Tienes tiempo? —preguntó.

Claro, siempre lo tuvo.

Quedaron en verse esa misma noche.

(...)

Trunks llegó a la casa de Pan con la simple resolución de escucharla. De mantenerse firme.

Mas, al verla, la inevitable alegría, aunada la premonitoria pérdida próxima hicieron que su aliento se quedara atorado por unos segundos. Unos simples segundos. Y ella lo notó.

Pan rascó su nariz, lo tomó del brazo y, cuando estuvo dentro, cerró la puerta. Todo en un segundo. Como si no pudiera esperar.

Trunks sintió su pulso acelerar y su tez volverse pálida, notorio el constraste a su piel habitualmente bronceada, llena de encanto masculino.

Pan lo arrastró hasta la cocina, le hizo tomar asiento y Trunks sólo pudo recordar la típica escena cliché de «Tenemos que hablar». En ese momento, quiso huir.

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⏰ Última actualización: Feb 16, 2020 ⏰

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