La vida no es un cuento de hadas. Por el contrario, es de dulce y agraz, nos arroja de todo al camino y no queda más que disfrutar de lo bueno y aprender de lo malo. Tal vez, como decía la madre de Forrest Gump, la vida es como una caja de bombones, donde nunca sabemos lo que nos va a tocar, por lo que debemos hacer lo mejor con lo que nos toca.
A lo largo de nuestra relación, nosotros, Hyuk y yo, como todas las parejas, probamos bombones de todos los sabores: sabrosos, dulces, picantes, ácidos y suaves, pero también amargos...
Esta vez, ha sido un bombón de aquellos amargos el que saltó de la caja, el peor hasta ahora. Porque hoy... Hoy fue el día de su funeral.
Por eso esta noche, en nuestra habitación solitaria y fría, quiero (necesito) escribir acerca de su vida. Y de la mía. De nuestra vida juntos. Y de porqué ya no está a mi lado.
Quizás sea aventurado decir que sé porqué. Es decir, sé racional y cognitivamente el porqué, pero no experimenté su vivencia en primera persona, si no a su lado, por ello, a pesar del amor, el cariño, y la complicidad, en realidad no lo hago, no podría, nadie puede... Aún estando a su lado, tan cerca como dos personas pueden estarlo, aún amándonos tanto... Hubo algo que no pude compartir con él enteramente: su enfermedad. Aquella horrible (detestable, espantosa, despreciable, ponzoñosa, miserable) depresión que lo arrancó de mi lado. Que, dicha sea la verdad, lo había arrancado de mis brazos tal vez muchos meses, o incluso años antes, si es verdad aquello de que el destino es inalterable.
Incluso queriendo meterme dentro de su mente, fundirme con sus pensamientos y colarme en su corazón, incluso queriendo arrancar con mis manos ese tremendo dolor de su alma, no podía...
Su psiquiatra me lo explicó mil veces: la vivencia de una enfermedad como la depresión es personal, y más allá de cuanto amemos, escuchemos, acompañemos, cuidemos, e intentemos apoyar a nuestro ser amado, es él o ella quien arrastra con esa carga maldita. El resto, solo podemos dar nuestro mejor esfuerzo por ellos, sin realmente llegar a conocer la profundidad de su sentir.
Alguna vez (o muchas, a decir verdad) y por insistencia mía, él intentó explicarme cómo era y qué sentía, pues, quizás ilusamente, yo confiaba y ponía mi fe en la esperanza de que mientras más supiera del mal que lo aquejaba, podría compartir su pesar y vencerlo juntos.
Y de esos relatos, solo puedo decir que nada ha sido más desolador que conocer la magnitud de su pena, de su desesperanza, de la culpa que cargaba por la idea de hacer sufrir a otros a su alrededor, de la vergüenza que le embargaba por "no ser más fuerte", "por ser tan débil". Miles de veces traté (tratamos, todos los que estábamos a su alrededor) de convencerlo de que nada nos importaba más que su bienestar, que no debía sentir esa culpa o esa vergüenza, que estábamos ahí para él. Que era valiente porque, a pesar de todo, seguía aquí con nosotros, porque no se rendía, porque vivía otro día... por mí, por todos... Menos por él...
Y hoy, es justamente esto lo que entiendo... él se quedó todo este tiempo por nosotros, para no hacernos sufrir con su partida. Así de tanto nos amaba.
Nos amaba tanto, que soportó años de su enfermedad en silencio.
Nos amaba tanto, que cuando por fin pidió ayuda por vez primera, el diagnóstico era "síndrome depresivo mayor" y debió ser internado.
Nos amaba tanto, que fue a terapia, tomó medicamentos, asistió a yoga, continuó trabajando, siguió siendo mi compañero, el hijo de su padre, el hermano de su hermano, y el amigo de sus amigos.
Nos amaba tanto, que cuando la depresión volvió a atacar (esa maldita arpía artera que escondida en los rincones, esperaba por su presa, con una sonrisilla cínica y asquerosa de dientes podridos y su aliento a muerte) y tuvo (tuvimos) que volver a repetir todo el proceso, él, una vez más, decidió seguir aquí, conmigo, con nosotros.
Nos amaba tanto, que incluso en medio del descalabro de su mente y de su alma, de los pensamientos suicidas recurrentes (pavorosa parte del corolario de síntomas típicos de su estado) y de su desánimo creciente, que ni los medicamentos podían contrarrestar completamente, de la angustia y el deterioro de su cuerpo... A pesar de todo, él siguió aquí...
Nos amaba tanto, tanto, que luchó por años, luchó tanto que le ganó a la parca varias veces, luchó valiente y constante... Hasta que un día... un día fue demasiado... y él perdió (perdimos)... y ya nunca pudo volver a levantarse. Sus días desde entonces estuvieron llenos de solo desesperanza y dolor, su energía, una vez vibrante, desapareció para siempre, su mirada se apagó, ya casi no comía, y escasamente, si no nunca, salía de nuestra cama...
Uno de esos días grises, hace un par de semanas, estábamos recostados frente a frente en nuestra habitación, cuando en un susurro casi inaudible, él pronunció:
- Donghae, cariño... ¿Recuerdas a tu madre? - y a mí... solo me bastó con aquella frase para entender.
Diez años atrás cuando Hyuk y yo ya éramos novios, pero no vivíamos juntos todavía, mi madre había muerto de cáncer cerebral grado IV. Su diagnóstico había sido fulminante y los médicos pronosticaron dos meses de vida sin tratamiento. Aún con todo en contra, ella luchó como una leona, y así fue operada, atravesó por la quimioterapia e intentó continuar, pero el cáncer no tuvo piedad y volvió a los pocos meses. Luego de estar hospitalizada por más de medio año, volvió a casa para morir acompañada de sus seres amados. Por casi tres meses continuó viviendo, bastante más allá de lo esperado, mientras su cuerpo se apagaba lentamente y día a día perdía sus facultades. Hasta que una tarde triste alrededor del comedor de la cocina, mi padre, mi hermano y yo, comprendimos que éramos nosotros quienes la estábamos reteniendo, que era tiempo de dejarla partir y descansar, que ya no había batalla que luchar. Que debíamos despedirnos. Y uno a uno, nos acercamos a su cama y le dijimos adiós a nuestra manera y en privado. Al día siguiente por la tarde, ella murió.
Al recordar todo aquello, comprendí al instante. Comprendí lo que mi amado me estaba diciendo, lo que sus ojos desolados y agotados, pero llenos de cariño, me pedían, luego de años y años de sufrir.
Y yo... yo sé que mucha gente no lo entenderá, y no me importa. Yo solo sé que no deseo a nadie la desventura de ver tanto dolor en los ojos de la persona a quien ama, de verlo apagarse lentamente, pues es la peor de las torturas.
Y entonces, solo pude dejar un beso suave en su boca reseca y viéndolo a los ojos, asentí de manera casi imperceptible.
Y entonces, de alguna forma, él se iluminó, y soltó un largo suspiro como si hubiese estado reteniendo aire por siglos. Me agradeció con la mirada y suavemente se quedó dormido.
Y entonces, así fue como hace dos días, lo encontré recostado en nuestra cama, con un bote de pastillas y una carta a su lado.
Por eso hoy, esta noche, envío una oración al cielo por él, deseando con toda mi alma, amor mío, que estés bien, que por fin seas feliz y estés en paz, aunque no sea a mi lado.
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The Day After: Nos Amaba
FanfictionOne shot. Eunhae. Sobre la ausencia y la pérdida. ADVERTENCIA: si no te gusta el Angst o estás pasando por un periodo difícil, por favor no lo leas.