Nos adentramos en la maleza. Los pinos altos, los arbustos verdosos y la carretera inestable rumbo a JellyStone me recordaba aquel tiempo en que saltaba en la parte trasera del auto de mis padres, lo hacía mientras jugaba con mis muñecas y me emocionaba porque vería a mis primos y a mi abuela.
Solía pensar que este era el mejor sitio del mundo. Qué ironía que ahora me parezca el peor lugar.
El cielo se volvía cada vez más gris a medida que nos acercábamos, yo había dejado de escuchar la música del Estéreo para colocarme auriculares.
Mi madre manejaba con la vista fija hacia adelante y con las manos firmes en el timón, su cabello rubio estaba recogido en un moño alto, plano, sin mechones rebeldes, y sus gafas de montura cuadrada perfectamente colocadas, le daban un toque perfeccionista a su apariencia, si no fuese por sus labios rosados y el delineado chueco podría pasar por una profesora de universidad.
Mi vista estaba fija sobre ella, sin embargo sólo volteó a verme cuando me quité los auriculares y cambié la canción del Estéreo.
Blondie.
-No me gusta esa música. -comentó frunciendo el ceño-. ¿A tí sí?
-Obvio es Blondie. -respondí.
-Nunca me gustó. Prefiero Britney Spears.
Eso me causó mucha gracia y empecé a reír. Nuestros papeles se habían invertido.
-¿En serio? ¿Cuántos años tienes? ¿Quince?
-La música no tiene que ver con la edad, Cherry no seas ignorante. -refutó rodando los ojos.
-Es sólo que...
-Vale. Soy un poco infantil, pero es lo que me gusta, venga cambia eso. -ordenó señalando el artefacto con un dedo. Sus uñas estaban pintadas de rosadito.
Mi madre era muy femenina, muy delicada, muy ella. A mí me gustaba maquillarme, irme de fiesta, pintarme las uñas y hacerme peinados a la moda, pero no tanto cómo a ella. De todos modos, teníamos un estilo diferente, a mí me atraían los colores sobrios, aunque mi cabello dijera lo contrario, y a mí madre le gustaban los colores vibrantes cómo el rojo, celeste y rosado. Su ropa gritaba: Soy Georgina George.
Empecé a reír y sonó una canción de Adele: Easy On Me.
Me encantaba esa canción así que empecé a tararaer mientras mi madre sonreía. Sus líneas de expresión se acentuaron al sentir el rito correr por sus venas y juntas gritamos la parte del coro.
No sé en qué momento me quedé dormida pero horas después me desperté y me dí cuenta de que estaba lloviendo y el auto se había detenido.
Genial. Eso era una clara señal de que ya habíamos llegado.
Mi madre suspiró en su asiento y me miró con una expresión ilegible en su rostro.
-Hemos llegado, Cherry Boom. -confirmó con una sonrisa melancólica.
Solté un suspiro de frustración y me quité el cinturón de mala gana. Esto iba a ser difícil.
-¿De verdad harás esto? -cuestioné seriamente.
-¿Hacer el qué? -alzó una ceja, confundida.
-Dejarme aquí. -resoplé y el mechón rosado que caía sobre mi nariz voló por los aires.
-Ya lo hablamos. Cumplirás el trabajo comunitario y podrás volver a casa, pero te aseguro que pasar un tiempo aquí le hará bien a tú cabecita. -explicó y luego me pasó una mano por el cabello-. Por favor Cherry Boom, se buena.
ESTÁS LEYENDO
Espacios Vacíos ©
ChickLit¿No es gracioso cómo todo puede terminar en un segundo? Es cómo soplar un castillo de cartas. Lo que tardaste, puede que años en construir, se destruye en un minuto de descuido. ** Espacios Vacíos es una historia de reflexión, de crecimiento persona...