Inocencia

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Levi era un hombre paciente, algo inesperado a primera vista cuando lo primero que se ve es su inmaculado y delicado rostro carente de expresión alguna. Una cara de pocos amigos. Pero era la cara que veían todos los días los pequeños niños del Instituto Titán.

Levi era el maestro de preescolar. Era querido por sus niños y respetado por los padres ¿Y como no? El hombre, a pesar de su condición como Omega, resultaba ser una persona seria que se había esforzado en tener un trabajo más allá que el de permanecer en casa. Responsable, ordenado, siempre bien presentado. A los padres les entregaba aquella confianza difícil de obtener de cualquiera a quien vayas a dejarle a tu querido hijo.

Muy bien, era respetado ¿Pero querido? Pues si, a la mayoría de maestros les sorprendía como alguien tan serio podía llegar a ser tan querido por los más pequeños. Podía deberse quizá a que era un Omega y residía en él aquel instinto maternal, pero Levi prefería creer que hacía bien su trabajo más allá de deberle su buena labor a algo tan banal y simple como un instinto. Ackerman era atento, tenía esa capacidad de saber con qué tipo de persona trataba solo con unas cuantas palabras, era gracias a eso que sabía cómo tratar con los pequeños, como hablarles, como pedirles las cosas cuando se negaban a obedecer una orden, sabía perfectamente que darles para hacerlos felices, conocía sus actividades favoritas. Realmente conocía bastante bien a cada uno de sus alumnos, sabía que Sasha amaba la hora de la merienda así como Jean "secretamente" gustaba de dibujar, que Connie no era muy bueno en los juegos de baile pues era bastante descoordinado, similar a Armin quién no destacaba mucho en lo que se relacionara a actividad física al contrario de Mikasa, con quién siempre podía contar cuando quería cargar sus libros. En resumen, conocía a sus alumnos.

Creía que cada uno de sus niños tenía algo especial, algo por lo que recordarlos, pero había uno que destacaba entre los otros, su nombre, Eren Jaeger.

—¡Buenos días, profesor Levi! —saludó educada y fuertemente el pequeño Eren con una sonrisa— ¡Para usted!

El pelinegro negó suavemente esbozando una pequeña sonrisa al momento de inclinarse para tomar la flor amarilla que sostenía la pequeña mano de Jaeger, se trataba de una de esas tantas de flores que podían encontrarse en cualquier parte como maleza, un diente de león.

—Muchas gracias, Eren, es muy bonita —agradeció luego de levantarse.

Vio los ojos del menor iluminarse de alegría al agradecerle para luego correr hasta su pupitre como el resto de sus compañeros.

Eren Jaeger, ése era el nombre del primer hombre que le había propuesto matrimonio, profesado amor eterno y considerado la madre de sus hijos...Con cinco años. La mayoría de niños a esa edad aún no pensaba en el amor aunque ya se les hubiera identificado como Alfa, Omega o Beta, pero Eren era diferente.

El día en que supo de los sentimientos de Eren fue durante una de las actividades de dibujo que Levi había dado a los menores. Su clase transcurrió con la tranquilidad que podía esperarse dentro de un salón lleno de niños bajo los seis años. Al pedir la entrega de los dibujos todos los niños se formaron en una larga fila en la que, uno a uno, iban dejando su hoja sobre la mesa de Levi quién hacía un muy breve comentario sobre el dibujo seguido de la orden de ir a su puesto. El último en la fila fue Eren, lo vio acercarse con las mejillas coloreadas de rojo y no por las acuarelas, se trataba de un evidente sonrojo. Eren escondía el dibujo en su pecho para que nadie pudiera verlo, al menos hasta que fue su turno en la fila y no tuvo de otra que extender sus manos para mostrar su hoja al mayor.

Lo que Levi vio en aquella hoja fue un desproporcionado dibujo de lo que parecían dos personas tomándose de las manos, rodeados de varios intentos de corazones rojos y un paisaje sencillo, suelo verde coloreado con varias rayas de crayola y un cielo celeste.

Hasta que te fijes en mí [EreRi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora