Capítulo 3- De vuelta al pasado

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Entrar a casa de Jackie me sorprendió. Acostumbrada a verla rodeada de lujos y un elegante mobiliario francés, no podía imaginarla dentro de un piso de estudiantes compartido con otras tres personas. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, seguiría sin haberlo creído. 

El departamento no dejaba ver lo grande que era, hasta después de pasar por el oscuro pasillo que conectaba al salón con la entrada.

Descargué mis hombros de mi pesada maleta al llegar al gran salón y sentí que ese largo pasillo había sido una máquina del tiempo que me había transportado a los ochenta.

Una sala con tres sillones tapizados con un terciopelo color vino tinto descansaba frente a una mini-televisión negra de caja en medio de una gran estantería de madera que se levantaba hasta el techo y se expandía dos veces a lo ancho cubriéndo casi toda la pared. 

Salimos hacia la terraza, pasando a un lado del comedor con una mesa de madera rectangular y cuatro sillas cubiertas con el mismo tapiz que la sala. El gran espacio de la terraza, me pareció que abarcaba la misma proporción que todo el departamento. Estando en un sexto piso, dejaba ver una vista "maravillosa" de los vecinos desnudos del edificio en la calle de enfrente. En Barcelona era normal, sobre todo viviendo en pleno centro de la ciudad. 

Nos sentamos en los sillones de mimbre con cojines amarillos de la terraza con una copa topada de vino blanco y un cigarrillo en mano... de Jackie, pues yo no había vuelto a inhalar la muerte desde hacía unos tres años. 

Tengo que aclarar que dejé de fumar por el simple hecho de ser adicta a la libertad. Esas dos adicciones no pueden vivir bajo el mismo techo. Me vi un día afuera de una discoteca en Salamanca, sola, con un par de borrachos a un lado, muriéndome de frío, inhalando humo y perdiéndome la diversión por que "necesitaba" fumar un cigarro. Me sentí tan patética dejándome manejar por un poco de plantas secas metidas en un rollito de seis centímetros. Pensé que no era posible que esa colilla que tenía en la mano me controlara a mí y me quitara la libertad de estar donde yo quisiera y hacer lo que quisiera. Ni siquiera le di un último toque a mi cigarro para despedirme de él. Lo vi con odio y resentimiento y me deshice de él. En ese momento me pareció tan, pero tan malo fumar. Reflexioné y entendí que no solo me estaba matando a mí, sino que podía también quitarle la vida a la gente que estaba a mi lado. Por si fuera poco,  ¡me estaba arrebatando las riendas de mi propia vida! 

Apagar ese último cigarro quemándose en el suelo con mis botas de tacón de aguja fue una liberación total. Pero tengo que admitir que desde entonces me he vuelto una de esas exfumadoras tan molestas como un catarro. Esas que tratan a como dé lugar que la gente deje de fumar. Sí, de esas que hasta escriben sobre ello a ver si la gente recapacita. De esas que tosen al lado de los fumadores y que espantan el humo que les llega como si fuera una neblina pesada que no les deja ver más allá de su nariz. Pesada, pesada. Y ni hablar de la mariguana, por favor. Esos rollitos o brownies inofensivos, inocentes y divertidos están manchados de sangre inocente.  No soy moralista, no. Simplemente pienso que el consumir drogas es lo que sustenta al narcotráfico que tanto daño le ha hecho al mundo. Ya hasta me enojé.

La idea es que con Jackie no me había funcionado ningún sermón, así que no me quedaba de otra más que acompañarla en su lento suicidio (inserte voz de mártir).

Durante nuestra conversación, me confesó, a la luz de su cigarro, que días atrás Héctor la había llamado para preguntarle por mí. Le había pedido su teléfono antes de perderse en la total borrachera en aquél cumpleaños de Monsieur Patán, pero cuando la llamó seis meses después, no tenía ni idea de que ella estaba en Barcelona igual que él.

Jackie, con ese odio repentino que le surgió por los franceses y ese amor profundo que sentía por Héctor, decidió invitarlo a mi cumpleaños, esperando a que yo espabilara y cambiara unos arrogantes ojos grises por unos pispiretos café crayola. Me contó que incluso habían ideado un plan juntos entre cervezas y risas, que no era difícil de imaginar teniendo a Héctor al lado.

Seis Meses ❤ Ganadora Wattys 2015 ❤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora