Tú sabes hacerlo mejor

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Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados

uno a arrollar, el otro a no ceder;

la senda estrecha, inevitable el choque...

Gustavo Adolfo Bécquer


Iban perdiendo, los mortífagos estaban por todas partes. La Orden combatía contra ellos pero eran demasiados. Harry y Neville buscaban horrorizados la salida cuando de repente...

-¡DUMBLEDORE!

Harry se volvió. Albus Dumbledore había llegado, con la varita en alto, pálido y encolerizado. Harry sintió una especie de descarga eléctrica que recorrió cada partícula de su cuerpo. ¡Estaban salvados!

Dumbledore bajó a toda prisa los escalones pasando junto a Neville y a Harry, que ya no pensaban en salir de ahí. El mago había llegado al pie de las gradas cuando los mortífagos que estaban más cerca se percataron de su presencia y avisaron a gritos a los demás. Uno de ellos intentó huir trepando por el lado opuesto del que se encontraban. Sin embargo, el hechizo de Dumbledore lo hizo retroceder con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera pescado con una caña invisible. Así sucedió con todos los que había en la zona.

Cuando parecía que estaba todo ganado, apareció Voldemort. Alto, delgado, tocado con una capucha negra, el aterrador rostro con rasgos de serpiente era blanco y demacrado y unos ojos rojos con sendas rendijas por pupilas miraban fijamente a Dumbledore.

-Volvemos a vernos, Tom –saludó Dumbledore con calma.

-Será la última vez –sentenció Voldemort con su voz aguda y fría.

Un haz verde emergió de su varita presto hacia el mago blanco, pero el director contraatacó sin esfuerzo alguno. La magnitud de su conjuro fue tal que el suelo tembló bajo sus pies y todo pareció tambalearse. La Orden, los mortífagos y Harry y sus amigos contemplaban el duelo sin respirar, con el vello de punta y sus corazones martilleando a toda velocidad. Hubo una pausa en el duelo cuando los dos temidos magos se dieron cuenta de que no todo el mundo estaba pendiente de ellos.

Solo había una pareja que seguía luchando, al parecer no se habían dando cuenta de que había llegado Dumbledore. Ni tampoco Voldemort. Harry vio que Sirius esquivaba el halo de luz roja de Bellatrix y se reía de ella:

-¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! –le gritó Sirius.

Su voz burlona resonó por la enorme y tenebrosa habitación. La bruja respondió con una carcajada cruel y otra ráfaga de hechizos. Y exclamó con un tono inquietantemente parecido:

-¡Eso mismo te decía yo cuando follábamos!

La sentencia desgarró el repentino silencio como una motosierra. Ningún hechizo de Dumbledore y Voldemort fue tan fuerte como aquella confesión. Ambos bajaron las varitas de forma inconsciente. Se miraron como para estar seguros de que lo habían oído bien.

Aún ajenos a ellos, Sirius siguió desviando ofensivas y replicó con repentina furia:

-¡Es que era imposible relajarme contigo! ¡No parabas de chillar y reírte y meterme presión para que me diera prisa! ¡Así no había quién se concentrara!

Voldemort se tambaleó. "Salazar... ¿Qué he hecho mal?", susurró para sí mismo, "¿En qué me he equivocado con ella? Yo mismo la entrené y...". La voz se le quebró mientras intentaba contener el llanto. Dumbledore, más blanco que el culo de un oso polar, se acercó a él. Le pasó un brazo por los hombros –más para afianzar su tambaleante verticalidad que para consolarlo- y respondió: "Los dos nos hemos equivocado. No le presté a Sirius la atención suficiente...". El Mago Oscuro continuó negando con la cabeza. Alegó que Bellatrix siempre había parecido muy centrada en su cometido y jamás sospechó que pudiera caer en semejante bajeza. Dumbledore respondió que a veces esas cosas pasan, que él casi se hizo nazi para poder meterle mano a la varita de Grindelwald.

Tú sabes hacerlo mejorWhere stories live. Discover now