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Conrad miró la carretera, estaba manejando cómo si el diablo lo persiguiera mientras escuchaba a Vivaldi a través de las bocinas del auto. El sonido era tan estridente que el vehículo temblaba en respuesta, pero no le importaba, lo único en lo que podía pensar era en lo aliviado que se sentía de haber escapado sin estrangular a nadie de la pomposa fiesta que organizaron sus padres ese fin de semana. Se suponía que no estaba obligado a ir, sobre todo desde que abandonó sus deberes como el tercer hijo de la familia y se independizó de su clan, pero parecía que al final los vínculos filiales eran más fuertes que su convicción de ser un brujo independiente.

Suspiró.

El cielo estaba plagado de estrellas, desde aquella montaña se veían con claridad, al igual que la luna enorme y redonda iluminando la carretera. Conrad levantó la vista solo un instante para contemplarla, cuando de súbito una sombra apareció a unos metros delante de él. Soltó un gemido ante la sorpresa y giró el volante de golpe, perdiendo el control del auto.

—Mierda.

Apenas alcanzó a mascullar, mientras frenaba, serpenteado por la carretera y tratando por todos los medios de mantenerse estable. Cuando las llantas le vehículo consiguieron amarrarse al asfalto, Conrad se fue hacia adelante y se golpeo la cabeza con tanta fuerza que por un segundo le constó ubicarse en tiempo y espacio. Sin poder evitarlo, lanzó una segunda maldición, mientras trataba de controlar el dolor y el miedo que sintió unos segundos atrás. La música sonaba alta, pero cuando Conrad apagó el vehículo, este se quedó en silencio.

Tomó varias respiraciones profundas antes de dejar caer lo hombros. Su corazón latía con fuerza, le temblaban las manos y tuvo que quedarse muy quieto para poder recuperar el control sobe si mismo. Apretó los dientes, sintiendo la boca seca y la respiración agitada, no se había salido de la carretera, pero estaba a punto de hacerlo.

—Que noche de mierda —murmuró, antes de tomar otro respiro para reunir el valor de salir del auto. Cuando lo hizo las piernas casi le fallaron, pero consiguió mantenerse en pie y mirar a la carretera, estaba aterrorizado, esperaba no haber matado a ningún ciervo, aunque esto era casi imposible porque estaba seguro de no haber sentido el impacto.

Echando un vistazo a la carretera se dio cuenta que esta se encontraba desierta. Suspiró por segunda vez, aunque en esta ocasión no sintió más que alivio. Llevándose una mano al pecho cerró los ojos, prometiéndose que sería más cuidadoso al manejas, sin embargo, miró de nuevo frente a él se sorprendió al encontrarse de frente unos ojos ambarinos y profundos que le miraban con fijeza.

Se trataba de un ciervo, pero no era uno normal, Conrad pudo sentir la magia saliendo de él, consiguiendo que la piel se le pusiera de gallina. No era un ciervo adulto, apenas un jovenzuelo, pero ya emanaba cierta belleza salvaje y reverencial.

—¡Si no te quitas de ahí, alguien menos amable va a arrollarte! —gritó, frunciendo el ceño. El cervatillo se enderezó y comenzó a dar saltos hacia él. Conrad se pegó al auto, sorprendido por el movimiento tan repentino.

¿De dónde había salido aquel animal?

El cervatillo lo alcanzó enseguida y comenzó a tirar de su ropa, al principio de forma leve, pero cuando Conrad se resistió lo hizo con mucha más insistencia, hasta que pareció aburrirse y se movió para poder empujarlo desde su espalda. La fuerza del animal era superior a la suya, por lo que el muchacho no se pudo resistir y fue llevado a la fuerza hasta el otro lado de la carretera, donde iniciaba el bosque.

—¡Oye, oye espera! ¡Maldición! ¡Espera! —Conrad logró apartarse del cervatillo cuando este ya lo había metido a la fila de árboles que se extendía varios metros hacia adelante hasta llegar a la montaña. Estaba a punto de decirle algo más, cuando su mirada se cruzó con la del animal y se encontró de cerca con aquellas pupilas doradas y brillantes, tan encantadoras como si estuvieran hechas de polvo de hadas.

El deseo del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora