La luz de afuera golpeo la ventaba varias veces después de aquella conversación. Afuera, Aimery estaba haciendo lo posible por derribar la barrera que protegía la casa de Conrad en la menor cantidad de tiempo posible y aquello le estaba pasando factura al brujo, cuyo rostro estaba blanco, mientras que su semblante se veía a cada segundo más enfermizo.
—¿Estás bien? —Altair se enderezó en su sitio, conteniendo el impulso de sostener al brujo, pero sabiendo que no debía entrar en el círculo si no quería que las consecuencias fueran peores. Sin embargo, no pudo evitar sentirse aun más culpable que cuando le confesó que quería casarse por protección. Ciertamente lo único que conseguía estando cerca de Conrad era ponerlo en peligro y ya había suficiente sufrimiento en el mundo a causa de su existencia.
—Estoy bien —dijo, pero le costó pronunciar aquellas palabras. Ya había pasado casi una hora desde que comenzó a alimentar la barrera de forma directa y no parecía que fuese a aguantar mucho más.
—Te vez enfermo —puntualizó, saltaba a la vista que intentaba hacerse el fuerte.
—Me veo perfectamente —espetó, tratando de demostrar entereza—. Sé que no puedo ayudarte de otra manera, pero puedo conseguirte algo de tiempo para que te vayas o tal vez pueda convencer a mi familia de que te ayude —su voz sonaba quebrada, el solo hecho de vocalizar parecía causarle problemas. Altair apretó los labios y negó con la cabeza.
—Gracias —dijo y Conrad notó la manera en que los ojos del príncipe se centraron en la ventana. Sus pupilas doradas observaban todo con detenimiento, estaba planeando algo y a él no le gustaban los planes de Altair. Llevaban poco tiempo de convivencia, al menos de convivencia directa y eso fue suficiente para saber que el hombre tenía los peores planes.
—Lo que sea que estés pensando, olvídalo, no va a funcionar —comentó mirando al techo, notando como la matriz de protección se agrietaba poco a poco.
—¿Cómo sabes que no va a funcionar? —preguntó—. Todavía no has escuchado mi idea.
—No necesito escucharla, solo has dicho cosas tontas desde que llegaste aquí —aseguró, apretando los labios, mientras se concentraba en su energía y la manera de dosificarla para extender la vida de la barrera un poco más.
—Esta es buena —dijo, tratando de no sentirse ofendido—. Puedo entregarme ahora, ellos van a marcharse en cuanto tengan a un miembro de la realeza en sus manos. Sé que no soy mi hermana, a ella la quieren para una boda, pero me imagino que pueden conformarse conmigo. Luego los maldeciré —espetó frunciendo el ceño. Por supuesto, aunque aquello pudiera sonar como una broma, no lo era en lo absoluto, él estaba dispuesto a sacrificarse para que su hermana saliera libre de todo ese embrollo. Ella era una mujer y estaba seguro de que por este simple hecho, el destino podía ser mucho más cruel con ella.
—No bromees —de inmediato parecía que Conrad se puso más pálido. El brujo lo miró de reojo, para su mala suerte, se encontró con una expresión firme y llena de determinación. Conrad sintió como se le encogía el estómago al darse cuenta de lo que estaba pasando—. No se te ocurra levantarte de tu lugar —le pidió, tratando de sonar autoritario, pero no lo consiguió. Él no era la clase de persona que podía imponer respeto con su voz y por un momento se sintió muy mal de no parecerse un poco más a su padre o a sus hermanos.
—Piénsalo, es una buena idea y tiene un plus —agregó, tratando de quitarle importancia al asunto—. Puedes deshacerte de los locos que te persiguen, porque, creo que la bruja de allá afuera solo está buscando una excusa para desquitarse contigo —espetó, bajando la vista, sin poder evitar sentir que todo aquel problema se había armado porque era demasiado testarudo como para dejar ir lo que él consideraba "una buena oportunidad".
—¿Qué hay de tu hermana? No va a sobrevivir sola, alguien la va a atrapar tan pronto como te vayas y no será bonito. Tienes que quedarte por ella —por supuesto, Conrad no consideraba tan inútil a la joven princesa como para ser atrapada en el instante en que su hermano se fuera, pero sin duda, estando sola en el mundo las cosas serían mucho más difíciles. Además, le convenía exagerar, al menos de ese modo Altair podría pensarse dos veces aquel plan estúpido.
—Se me ocurrió que podrías llevarla con tu familia para que ellos se encarguen de protegerla —sus ojos se fijaron en él y estaban llenos de esperanza—. Detesto a los Legerlof, pero son mejores que la mayoría de los clanes de mierda que hay en el mundo —espetó, frunciendo el ceño—. Sin ofender.
—¿Si te das cuenta que estás entregándola al mismo destino? —preguntó, sintiéndose un poco exasperado por las continuas maneras del príncipe de poner en evidencia su desesperación. Se imaginaba que después de una vida de persecuciones solo deseaba que todo tuviera un desenlace rápido y más o menos feliz, pero Conrad no estaba conforme con ello—. Probablemente terminen comprometiéndola con mi hermano mayor y yo no le deseo ese mal a nadie —espetó, sintiéndose un poco dramático.
—Tu hermano mayor una vez le regaló una manzana con caramelo y ella se puso muy contenta, creo que haría buena pareja —opinó, asintiendo, mientras miraba hacia la ventana. Afuera Aimery todavía parecía tener sus fuerzas enteras, pues la cooperación con los otros magos consiguieron que apenas tuviera que sudar, mientras dentro Conrad parecía a otro ataque de vomitar sangre.
—Mi hermano es quince años mayor que ella, por eso le regaló una manzana de caramelo, por mucho que no nos llevemos bien no creo que tuviera esas intenciones —comentó, frunciendo el ceño.
Altair le sonrió y se levantó.
—Entonces es mejor, espero ellos puedan cuidar de mi hermana como cuando éramos niños —comentó, sintiéndose un poco más tranquilo—. Estoy seguro de que puedes convencerlos de que le permitan casarse con alguien que ame —agregó, soltando un suspiro. A pesar de todo lo que decía, no pensaba que la mayor parte de los Legerlof fueran tan malos.
La madre de Conrad, la nueva líder, había mejorado su calidad de vida cuando tomó el poder. Ella fue amable, bondadosa y los dejó ir, además, nadie que hubiera criado a un niño como Conrad podía ser tan desalmado.
—No puedo crees que estés rindiéndote —espetó, tomando fuerzas para erguirse una vez más—. Parecías mucho más terco cuando me pediste matrimonio —agregó, sintiendo el enfado que se movía debajo de su piel.
—Bueno, ha pasado tiempo de eso, como una o dos horas, ya no soy el mismo de antes —respondió, mientras se ponía en pie, preparándose para hacer la tontería más grande del mundo.
—No te atrevas a bromear en este momento —le reclamó, ahora dominado por el pánico. Altair se le quedó mirando y le sonrió en respuesta, Conrad sintió que su corazón se detenía ante la vista.
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El deseo del príncipe
Roman d'amour(LGBT+) Conrad Legerlof es un mago independiente que piensa que está ante otra noche común hasta que se encuentra a un ciervo en la carretera. Altair es el último de su estirpe, un cambiaformas de sangre azul perseguido por gremios que quieren usar...