Cáp. I Ojos que son como el cielo.

28 0 0
                                    

La noche que Saphire vino al mundo, nevaba.
El cielo de finales de noviembre, deploraba la ausencia de sus estrellas que dormitaban perezosas bajo un amasijo de nubes sombrías, y en el atelier, iluminado apenas por la llamita agonizante de una vela, la melodía triste de una caja de música se repetía monótona desde un rincón, obligando a una pareja de enamorados de marfil a repetir su vals una y otra y otra vez hasta el fin de los tiempos.
Te llamaré Saphire... Susurró una voz melancólica y suave como el canto de un gorrión.
Y Saphire, respondiendo en silencio a la cariñosa llamada, despertó por fin de su letargo. Se sentía algo torpe aún y no llevaba nada encima, pero su pequeño cuerpo era ajeno al frío. Cuando Saphire fue llamado por su nombre, sus ojos de fino cristal azul ultramar emitieron por primera vez un cálido destello de vida.
Dio el último toque de esmalte rosa a los labios de Saphire y lo contempló cautivado.
Saphire... Mi dulce Saphire...
Mi creación perfecta...
Permaneció largo rato con la mirada gris absorta, clavada en Saphire y su carita blanca, sus ojos dulces, y en sus finos cabellos castaños, pero en poco tiempo la tenue luz de la estancia se extinguió por completo, Seraph se retiró las pesadas gafas de montura metálica y se frotó el puente de la nariz con gesto cansado. A pesar de su fatiga, al irse a la cama, su expresión seguía siendo suave y complacida.
Sonreía.
Al marcharse Seraph, el apacible silencio de la habitación duró apenas un instante, un chillido infantil resonó en medio de la penumbra.
- ¡Ha sonreído! ¡Ha sonreído! ¡Escuchen todas, nuestro hermoso Seraph ha sonreído! -Una delicada bailarina de porcelana informó a sus durmientes hermanas del acontecimiento, sin perder el paso. Una de sus largas piernas se estiraba con gracia sobre una barrita de metal, mientras su brazo derecho se arqueaba ligeramente frente a su cara, señalando el cielo.
Saphire se sobresaltó y tuvo miedo cuando las demás muñecas comenzaron a despertar y a fijarse en su inacabada figura, se sentía demasiado vulnerable con su padre alejado de él.
- ¿Seraph ha sonreído? ¡Imposible! -Una pequeña muñeca rubia, deliciosamente vestida de raso blanco y puntilla saltó de su mesita del té y fue la primera en acercarse a examinar descaradamente el rostro contrito de Saphire. - ¡Tú!... ¿Tú has hecho sonreír a nuestro padre?
- Además dijo que es "perfecta" -Añadió la bailarina intencionadamente, sin dejar de concentrarse en sus movimientos.
- ¡Ni siquiera está terminada! ... y esa cara tan pálida. ¿Qué se supone que es? ¿Un mocoso?-A lo lejos, una muñeca que representaba la figura de una joven aristócrata, con espesas pestañas oscuras, delineadas por una mano maestra, señaló desdeñosa a Saphire quien no pudo evitar un gemido angustioso al notar que aquella cara altiva y bella era atravesada por una profunda grieta que el amplio sombrero de pluma no lograba disimular.
- No me digas que Seraph piensa en realidad que esa cosa va a gustarle al gran maitrè...
- Yo...-Saphire no supo que decir en su defensa, una sensación dolorosa le oprimió el pecho, y sintió que se echaría a llorar de un momento a otro, pero ni una lágrima brotó de sus ojos vítreos. En su interior Saphire rogó por que Seraph apareciera por la vieja puerta de madera del atelier y le brindara algún consuelo, pero la suavidad y la tibieza de los dedos de su creador no acudió para aliviarlo, en su lugar una mano ligera se posó sobre su hombro, produciendo una caricia amigable, pero desprovista de calor.
Un personaje de estilizada figura, enfundado en un elástico traje blanco con vivos negros, rematado por varios cascabeles de plata, era quien ofrecía su apoyo a Saphire. A pesar de que su rostro era cubierto por una delicada máscara de cerámica, cuidadosamente esmaltada, Saphire imaginó su expresión casi tan amable y cálida como la de su padre.
- Yo creo que es bonita, incluso si no lleva tanta pintura encima... - Murmuró inspeccionando a Saphire a muy corta distancia y tomando entre sus dedos un sedoso bucle marrón sobre el cual depositó un beso casto. - Pienso que de hecho es más guapa que todas ustedes juntas... ¿Será que por eso están celosas? ¿Por eso la maltratan así? ¿Tienes celos de que hiciera sonreír a papá, Ophelia?
- ¡Deja de meterte siempre donde no te llaman, Sorrento! La muñeca rota desvió la vista con gesto airado. El ala de su sombrero se movió curiosamente, siguiendo su ademán y Saphire sintió un ligero alivio al perder de vista la arrogante mirada.
- Ophelia es muy mona, pero se pone desagradable con los nuevos, especialmente si papá pone demasiado entusiasmo en ellos... Yo soy Sorrento, es un placer conocerte. -Se presentó la singular figurilla, con una exagerada reverencia que hizo tintinear al unísono todas las campanitas de su vestuario.
- Yo... soy Saphire -Susurró apenas, con un hilito de voz rota. -Ese... fue el nombre que me dio papá...
- ¡Y es un nombre muy bonito! - Las muñecas de menor tamaño, que representaban en su mayoría niñas, arrastraron un trozo de felpa informe, y se la ofrecieron a Saphire para que se cubriera.
- Úsalo mientras Seraph trabaja en tu vestido, aunque no sientas frío, evitará que se maltrate tu porcelana. -Sugirió Gardenia, la que parecía apenas un poco mayor y quien por tanto se reservaba el derecho de jugar el papel de la madre de las más pequeñas.- Si padre de verdad piensa en llevarte con el gran maitrè demorará bastante en hacerte un vestido digno para la ocasión.
- ¿El gran maitrè? -Saphire miró curioso a las adorables miniaturas, esperando una explicación sobre lo que parecía algo muy importante y especial para las muñecas, pero las pequeñas parecían más interesadas en imaginar cómo podría ser el vestido que Saphire luciría en su presentación ante el misterioso maitrè.
-Creo que deberías llevar puesto un vestido verde como el mío -Exclamó una de las pequeñas.
- ¡Debe llevar azul como sus ojos! -Objetó otra.
-Seguro será rojo, rojo como el cabello de Ophelia... ¡A papá le encanta ese color!
Sorrento presenció la escena con alborozo, la risa de los niños era como una golosina para él.
-Ellas son así todo el tiempo -Se disculpó mientras apartaba a Saphire del alboroto- Son muy inocentes y les entusiasma todo lo que tiene que ver con la juguetería y con el gran maitrè.
Saphire miró a Sorrento, con curiosidad.
- ¿Quién es el gran maitrè? Parece importante... -Saphire se acomodó cerca de la única ventana de la habitación, algo de nieve se acumulaba sobre el alféizar carcomido por el tiempo y las polillas.
Afuera, algunas aves de brillante plumaje negro parecían espiar con sus redondos y oscuros ojos huecos, mientras se guarecían del frío inclemente. Sorrento fingió no darles importancia y buscó acomodo sobre un cubo de madera multicolor.
- El gran maitrè... es la razón por la cual existen todas las muñecas y juguetes de este lugar. -Explicó poniéndose repentinamente serio. - Es el dueño de la juguetería más grande de la ciudad, ahí donde sólo los más increíbles y magníficos juguetes, elaborados por los artesanos más reconocidos de todo el mundo encuentran un lugar.
Todos hemos soñado ser llevados ahí alguna vez. Tener el privilegio de ser aceptados por el gran maitrè es nuestra mayor ilusión, pero hasta ahora casi nadie lo ha conseguido. La mayoría ya hemos sido rechazados. -Sorrento ocultó una mirada sombría bajo su máscara de cerámica veneciana. - A pesar de que Seraph trabaja en cada uno de nosotros con mucho empeño, ninguno ha sido lo suficientemente bueno para el maitrè. Si acaso, después de todo corremos con un poco de suerte, terminaremos siendo vendidos en alguna feria de pueblo o en el mercado de la ciudad.
- No lo entiendo... -Confesó Saphire en voz baja, como si en realidad hablara consigo mismo. - Son todos tan hermosos... ¿Cómo ha podido no elegirlos para su tienda? -Saphire reconoció nuevamente en su pecho ese extraño dolor que lo hacía desear poder llorar como los niños humanos.
- Ophelia estuvo a punto... -Reveló Sorrento mirando con dulzura a su damita pelirroja desde la distancia y ahogando un suspiro en sus labios pintados de rojo sobre la careta blanca. -Seraph trabajó mucho en ella... meses, tal vez años. Lo se por que en ese entonces yo ya formaba parte de los muñecos olvidados del atelier.
Nuestro padre era muy joven aún y se había enamorado profundamente de Blanchette, la hija menor del gran maitrè de quien era aprendiz en ese tiempo.
maitrè veía un gran talento en papá y por eso le apreciaba mucho, sin embargo cuando supo que sus sentimientos por Blanchette eran correspondidos, decidió enviar a la pobre muchacha lejos de la ciudad y a Seraph le prohibió terminantemente intentar siquiera buscarla.
Padre se puso muy triste, especialmente cuando supo que el maitrè lo había separado de su hija por que en realidad deseaba que ella se casara con el mejor artesano de muñecas de todo el mundo y no con un simple aprendiz.
-... Eso es muy cruel -Saphire contuvo el aliento un instante.
- ¡Vamos! ¡No es como para ponerse tan tristes! -Sorrento comprendió los sentimientos de Saphire e incapaz de resistir su congoja infantil sintió deseos de consolarlo. Haciendo una limpia y complicada pirueta, bajó del cubo de colores, cayendo elegantemente de pie junto a la ventana y dedicando una reverencia a un público imaginario. Su pequeña acrobacia dibujó algo de luz en el rostro apagado de Saphire. -Aún no terminó mi historia... ¿Quieres escuchar el resto o te quedarás ahí a suspirar como un monigote de palo?
Los labios rosas de Saphire se curvaron en una tenue sonrisa, pero su mirada parecía todavía lejana y sombría.

LacrimosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora