Mientras ella moría de malaria yo la observaba y ella a mí, deseaba que parara, que dejara de retorcerse, de transpirar, de vomitar, deseaba que dejara de mirarme con sus ojos negros y profundos que fundian en mi su sombría mirada de culpa y desesperación y que no entendía por qué no podía quitar mi mirada de ellos. No deseaba que la enfermedad parara por el hecho de que la mujer sanaría, si no, por qué me asqueaba, la odiaba, odiaba esos terribles ojos negros que me observaban cada vez que entraba a ese frío y oscuro cuarto a llevarle los medicamentos, que nunca hacían su efecto. La veía siempre igual, no cambiaba, era como si cada vez empeorara y se fuera convirtiendo en un monstruo.
Cada noche soñaba con esos ojos, mirándome, sin parpadear, enfocando su mirada en mis pupilas, como si lo que fuera que hubiese dentro de ellos quisiera meterse dentro de mi con toda su fuerza pero no lo lograba, sólo lograba que me despertara aterrorizado en el medio de la noche.
Llevaba casi un mes cuidandola, y cada dia fue un verdadero infierno para mi, pero no tenía opción, era cuidar de un enfermo o alistarme en el ejército, como mi padre, pero no, yo no era como él, el ejército no era para mí, eso era algo para lo que yo no estaba hecho, prefería pasarme los dias leyendo libros de medicina e historias ficticias, organizar las habitaciones, cuidar de enfermos...
Obviamente hubiera preferido alistarme en el ejército, todavía no le encuentro explicación a esto, quizá me estoy volviendo loco, quizá es por el tiempo que pasaba encerrado en esa sombría mansión.
Ya no aguantaba más, cada noche era la misma pesadilla de los ojos negros, ya no sabía que hacer, por un momento pensé en marcharme, pero me pagaban bien y necesitaba el dinero, definitivamente debía aguantar hasta que ella muriera, sabía que no le quedaba mucho, pero me aterrorizaba encontrarla muerta en la cama alguna mañana, no sólo por la horrible imagen que vería en esa tenebrosa habitación, si no por la ausencia de la vida en su cuerpo, por saber que su alma no se iría, que no estaba lista, pense que una mujer tan sola, en ese estado, no se iría tan rapido al "paraíso" o a lo que sea que valla, estaba convencido de eso.
Pasé casi un mes cuidandola, hasta que una tarde fui como todos los días a las 16:30 a llevarle una taza de té, cuando me acerque a dárselo no sentí los ojos negros enfocados hacia mi, no sentí el apego de algo invisible queriendo atravesarme, y la vi muerta, parecia dormida, sabia que no vivia, no quería tocarla, ni acercarme más a ella, así que de inmediato salí de la habitación para avisarle al mayordomo, un anciano de casi ochenta años, practicamente sordo, que en cuanto le avisé no parecía sorprenderse, pero caminó lentamente para ir arriba, hacia la habitación de la mujer, yo esperé en la sala, un tanto nervioso, pero por otra parte aliviado al saber que ya no debía lidiar nunca más con esos horribles ojos. Cuando el hombre volvió me dijo que debía esperar al médico, quien debía hacer la autopsia y que seguramente iba a hacerme algunas preguntas acerca de sus últimos días. Debí permanecer una noche más en esa horrible mansión hasta que llegaran los familiares y el médico.
Pregunte al mayordomo que hacer con el cuerpo, pero me dijo que no hiciera nada, que el médico se encargaría de ello.
Al caer la noche yo estaba un tanto inquieto, ansioso, quería que ya fuera de día. Cené junto al mayordomo en la cocina, y luego fui hacia mi habitación, intente dormir pero no podía, los pensamientos de que el alma de esa mujer no se iría, que quedaría en pena, no me dejaban en paz, no podía pensar en otra cosa.
Estuve dando vueltas en la cama hasta que logré dormirme, y sí, no costó mucho para que apenas me durmiera empezara el maldito sueño con los profundos y aterradores ojos negros, pero esta vez lograron absorberme, sentí un frío en mis entrañas, sentí que me quitaba todos los recuerdos de felicidad que alguna vez se plasmaron en mi vida, sentí que me desvanecía en el olvido, ya no sentía nada.
Me desperté de golpe, casi ahogado en mi propio cuerpo. Noté que la ventana estaba abierta, y me levanté a cerrarla, no tenía noción ni de donde estaba, y lo primero que se me ocurrió fue ir a la cocina a buscar agua, como siempre hacía en casa cuando me despertaba en las madrugadas. Cuando bajé, la vi, ahí sentada, en la sala, dandome la espalda, parecía lúcida y presente, me quede parado, exaltado, no podía moverme, estaba paralizado. Ella empezó a girar la cabeza, justo para mirarme, yo no me moví, creí que estaba en un sueño, pero en cuanto esos ojos negros llegaron a los míos, sentí la necesidad de salir corriendo, de hacer lo imposible para alejarme, pero no pude, me tenía clavado en su mirada, me empezó a absorber poco a poco y no pude hacer nada, estaba ciego, me entregué, me rendí.
En el momento en el que su mirada me soltó, caí al suelo, estaba despierto, pero no sentía nada. La vi alejarse hacia las escaleras, y cerré los ojos.
Desperté en mi habitación, noté que estaba rodeado de gente, el mayordomo, unos cuantos ancianos, que supuse que eran los familiares de la mujer, y un médico.
El médico pidió que le explicara que me había sucedido, que síntomas había experimentado antes de encontrarme desmayado en la sala, pero no recordaba nada. El me examinó y me pidió que permaneciera en la mansión hasta que esté en condiciones para marcharme.
Estuve durmiendo casi todo el día, hasta que el mayordomo me despertó para darme una sopa, que al parecer el médico le indicó que me la diera, trate de tomarla pero tenía un nudo en la garganta, no podía tragar, estaba aterrorizado, recordaba todo lo que pasó pero no lograba caer a la realidad.
Cuando tuve las fuerzas suficientes para levantarme fui hacia el cuarto de la mujer, necesitaba respuestas, no podía irme sin saber que había pasado. Cuando entré al cuarto estaba vacío, frío y oscuro. No vi nada extraño, pero encontré un diario, decidí abrirlo y en la primera página decía:
"Trato de luchar contra el, pero cada vez es peor, mis miedos lo hacen más fuerte, me quiere a mí y a cualquier alma pura que se me acerque, me quiere llevar, me quiere poseer, juega conmigo, quiere que me rinda ante él para tomarme, pero no me quiero rendir. El día en el que me rinda, me llevará, pero luego va a querer aún mas."
Una pobre mujer atormentada por un alma demoníaca, que jugaba con ella, que quería divertirse y llevarla con él hacia el Inframundo. Pero lo peor, es que ya se la llevó, así que supuse que ahora me quería a mí. Yo, un alma casi sin pecados, sin odio, solitaria, con el único deseo de ayudar a mi familia, la víctima perfecta.
Cuando trate de salir del cuarto, la puerta se cerró como si un viento que soplaba fuertemente la hubiera empujado, las velas se apagaron, y la habitación quedo en la oscuridad y en silencio absoluto. Pensé que ya no tenía salida, quizá éste era mi destino, ya no tenía nada que hacer, era en vano luchar contra algo que es mucho más fuerte que yo, sabía que iba a perder. Así que me quedé parado y con los ojos cerrados, esperando mi sufrimiento. Me tape la cara y no dije ni una sola palabra, trataba de moverme lo menos posible, pero ya había pasado más de un minuto y no sucedía nada. Abrí los ojos y nada pasó, la puerta estaba abierta y las velas encendidas. Lo ultimo que me quedaba por pensar era que estaba loco, pero sabía que eso no era así, pero prefería pensarlo.
Ese mismo día me marché de la mansión. En el camino no hable con nadie y sólo pensaba en que me esperaría al llegar a casa.
Preferí olvidarme de lo que pasó por mi bien mental y para no preocupar a mi madre.
Creo que esa "cosa" se apiado de mí, por qué me había entregado y él no debía luchar con nada para tenerme, estaba dispuesto a irme sin ningún problema, porque no sentía miedo, le tenía odio, asco, siempre sentí eso cuando miraba sus ojos a través de una mujer moribunda a la que hacía el triste intento de cuidar.