Los Subterráneos

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—¿Seguro que es esto? —preguntó una voz femenina.

—Sí, si hemos seguido bien el rastro, ha de serlo, además concuerda con el mapa —respondió una voz de hombre.

—Pues vaya una mierda de entrada, he visto escondrijos de conejos más grandes que esto —exageró Zeneyda.

—Imagino que esa es la idea, sino, no estaría camuflada detrás de estos arbustos. No creerás que los subterráneos van a ir anunciando la entrada a su mundo en plan posada —Tarlion abrió los brazos y poniendo voz de pregonero empezó a gesticular— "pasen, pasen, las mejores habitaciones con vistas a la oscuridad, con una noche le regalamos el resto de la eternidad" —escenificó de manera cómica pero con poca gracia.

—Eres un imbécil —le respondió secamente la chica mientras el joven se reía.

—Vamos no te enfades "fuertota" —replico él.

Zeneyda odiaba que la llamara así. Por lo que el joven recibió un fuerte puñetazo en el hombro que casi le hizo perder el equilibrio —a este paso tendré los hombros más resistentes de todos los reinos —se rió el chico mientras se frotaba la zona dolorida.

La mujer no le hizo ni caso y entró en la cueva por la pequeña abertura. El hombre la siguió.

Tarlion era un joven mago que había sido expulsado de la escuela de magia hacía ya un par de años. Pese a tener un gran talento, su indisciplina era una constante. Según palabras del decano, nunca había habido un aprendiz tan juerguista, mujeriego, insubordinado y holgazán en toda la historia de la academia. Desde entonces se buscaba la vida como podía.

Zeneyda, por su parte, era originaria del norte, pertenecía a los pueblos nómadas de la estepa. Según el mago, una salvaje. Eso mismo pensaba su gente, y tras la enésima disputa interna la desterraron del clan, por lo que decidió buscar fortuna entre la civilización de los reinos próximos. Se podría decir que la cosa le había ido regular, pues estaba buscada en varias ciudades por diversos altercados, incluyendo enfrentamientos con guardias de alguna ciudad. Para su desgracia, Tarlion se hallaba en su compañía en un par de ocasiones, por lo que también estaba incluido en la búsqueda de esas localidades.

La cueva era estrecha y no muy alta, este hecho obligaba a la joven, que era de complexión fuerte, como la mayoría de los bárbaros de la estepa, a ir un poco encorvada.

Antes de que Zeneyda encendiera la antorcha, el mago se le adelantó, y tras unos rápidos movimientos de las manos y unas extrañas palabras, un globo luminiscente blanco azulado apareció flotando frente a ellos.

—Las antorchas llaman demasiado la atención —dijo sonriente.

—Puede, pero su luz es mejor que la mierda esta —replicó la bárbara reservando la antorcha para más adelante.

Descendieron por un estrecho pasadizo unos cuantos metros hasta que llegaron a una caverna bastante amplia. Ésta era bastante húmeda, y se escuchaba el gotear del agua que se filtraba por el techo y se desprendía de unas estalactitas. El suelo irregular formaba varios niveles, como si de diferentes cornisas se tratara. Tras recorrerla toda no encontraron otra salida.

—Parece que no continua —dijo el mago.

—No puede ser, o igual te has equivocado de cueva —la mirada de Zeneyda se posó de forma inquisitiva sobre Tarlion.

—Qué sí pesada, la cueva es esta.

—Pues ya me dirás por dónde seguimos, apaga esta mierda de bola y déjame con la antorcha —inquirió la bárbara.

Los SubterráneosWhere stories live. Discover now