Capítulo 19. Amar es cuidar...

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...«En el amor no hay posturas ridículas ni cursis ni obscenas. En el amor todo es ridículo y cursi y obsceno»...Mario Benedetti.


Emilia sonrió a Bicho mientras este se dedicaba feliz a ingerir el alimento de su cuenco, y entonces subió descalza los peldaños de la escalera hacia su habitación con una taza de café en sus manos. El sonido de la ducha cesó y poco después escuchó correr el cancel. Salva tosió una vez más, tal y como había hecho un par de veces desde la madrugada y en reflejo ella presionó su pulgar contra su labio, como hacia siempre que algo la preocupaba. Esa tos no le gustaba para nada.

Después de tender la cama, Emilia, se coló por un lateral del vestidor. Salva se afeitaba frente al espejo. Ella observó embelesada las gotas de agua que resbalaban desde sus hombros hasta sus oblicuos, antes, de que se perdieran en la toalla que cubría sus afiladas caderas. A través del espejo pudo notar el encendido morete que exhibía en el costado y nuevamente se dolió por ello.

Salva cuadró los hombros al notarla, la atrapó en su mirada y le obsequió esa sonrisa que era solo para ella.

Emilia se olvidó de todo. Miró fascinada sus feroces ojos azules, su duro y bronceado cuerpo. Una de sus pequeñas manos viajó hasta el tirante de su camisón y lo dejó caer por encima del hombro. Salva gimió ronco. Emilia amó ese sonido, él tenía los labios separados y la mirada encendida, como si ya la estuviese saboreando. Emilia le sonrió provocativamente y comenzó a desplazarse hacia él, lentamente.

Dulce —gruñó él—. No me hagas esto, voy tarde esa bendita alarma no sonó —se quejó, pero era incapaz de detener su mano que viajaba por la curva de la cadera de su chica siguiendo su propio deseo.

—Nunca has necesitado la alarma en realidad —susurró ella colgándose de su cuello—. Eso debe ser indicativo de que necesitas descansar —argumentó y le retiró el cabello húmedo de la frente.

Salva dejó caer los párpados y sacudió la cabeza negando.

—Debo ir a trabajar —dijo acariciando su rostro, ella parpadeó agobiada—. Tenemos una investigación en proceso.

—Podrían lastimarte de nuevo...

—Mi trabajo tiene estos riesgos y los he asumido siempre.

—Ya. Es solo que no dormiste bien y ayer te negaste a que te viera un médico.

—No puedo quedarme, debo ayudar a resolver este caso —comentó—. Sé que pasaste un mal rato ayer, y quisiera que no hubiera sucedido. Emilia, necesito que seas valiente —suplicó.

Ella lo observó y decidió que él tenía razón; era su trabajo y necesitaba su apoyo. Asintió sosteniendo su mirada y se esforzó en poner buena cara, para no agobiarlo.

—Vale, no daré problemas —afirmó dejándole un suave beso en los labios y deshizo su abrazo para introducirse en el vestidor y elegirle una camisa y unos vaqueros—. Solo por favor, que te examine el médico en cuanto sea posible.

—Seguro —aceptó atrapándola por la cintura y reclamándola en un beso.

—Seguro —aceptó atrapándola por la cintura y reclamándola en un beso

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