Capitulo 4. Labios en llamas...

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...«No me tientes, que si nos tentamos, no nos podremos olvidar»...Mario Benedetti.



Mayo 05, 2018. Ciudad de México, Méx., Colonia Polanco

Emilia bajó los escalones de pórfido de la entrada de su edificio, su bolso colgaba de su codo. En el tercer peldaño se detuvo intempestivamente, subió su mano a su frente para cubrirse un poco del sol y observar mejor. Miguel, su conductor, la esperaba con el vehículo listo en la explanada, y con las luces de emergencia parpadeando. Sin embargo también estaba él.

Sin ocultar que su presencia la afectaba, ella siguió con manifiesto deleite como su mano se deslizó entre su espeso y rubio cabello. Los intensos ojos la detallaron, tanto como ella observó sin ningún recato su duro cuerpo. Lo que Emilia vio en esos llameantes orbes azules, fue más de lo que podía soportar sin suplicar por su roce. La chica emprendió la marcha para ir a su encuentro. En el camino soltó el bolso en las manos de su chofer, y sin hacer caso a su  gesto sorprendido continuó su trayectoria.

Salva cuadró los hombros y se irguió abandonando la descuidada postura en la que había permanecido recargado sobre su moto, en cuanto la hermosa figura de Emilia apareció en la puerta de su edificio. Sus miradas se enlazaron y él no pudo evitar centrar sus ojos en sus espectaculares piernas. El ruedo de su vestido susurraba con delicia a la mitad de sus firmes muslos. Una fuerza que emanaba de aquella chica, lo instó a mover los pies. Abrió los brazos para recibirla, y notó como su sangre cantaba por estrecharla contra él.

Emilia no midió su ímpetu y chocó contra su torso al momento atrapar su cuello con sus delgados brazos.

—No voy a dejarte ir —advirtió segura de que él era por completo suyo y lo tomaría como tal.

Salva apenas alcanzó a atisbar sus cálidos ojos bellamente ensombrecidos por sus espesas pestañas, antes, de que Emilia reclamará sus labios en un beso que los consumió a ambos. Esa húmeda caricia fue embriagante desde el mismo instante en que sus lenguas se ofrecieron para el disfrute del otro. El muchacho cerró sus manos en su breve cintura presionándola contra él. La chica  le sostuvo la nuca con una de sus manos y la otra la frotó con ansiedad sobre su acerado hombro. Su sabor, su respuesta, eso era el paraíso. Había imaginado que cuando sucediera sería bueno, pero aquello la superó en todas las maneras y terminó hundiendo sus  uñas en la dura espalda del joven. Salva no estaba mejor, le fue imposible controlar que su mano se quedara quieta y siguiendo su propio anhelo se deslizó por la curva de su cadera. Ella jadeó con delicia entre sus brazos y él bebió de esa pasión que le estalló en el cuerpo como si fuera narcótico.

El barullo de gritos y chiflidos acompañados de golpes de claxón, les recordó a ambos que estaban en plena calle y también de que estaban dando la nota. Interrumpieron su beso.

—¿Saldrás conmigo? —preguntó el chico absorbiéndola en sus ojos, y con sus pulgares acarició la  desnuda piel de sus brazos. Para Emilia fue muy fácil imaginar aquellas competentes manos recorriéndola por entero.

—Saldré contigo —afirmó perdida en aquella mirada azul que la hechizaba.

—¿Mañana a las nueve? —propuso él.

—Hoy a las ocho —exigió la joven con un guiño y sin esconder su sonrisa.

Esa determinación en ella provocó el siguiente movimiento de él. Le enredó la  mano entre las hebras de su castaño cabello y le inclinó la cabeza hacia atrás reclamando sus labios. Él se abrió paso con decisión, otorgándole un decadente e incontenible placer solo con los  expertos movimientos de sus labios que quemaban en los suyos. Emilia tuvo la certeza que su boca había sido creada solo para Salva.

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