La becaria

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Si tuvieras que describirte en una palabra, ¿cuál sería?

Mis amigos dicen que soy entusiasta, leal, buena, en general. Pero si me preguntas a mi yo no sabría que responderte. Tal vez diría que soy Sagitario, y me quedaría tan ancha. No lo sé. Nunca se en que pensar cuando me desmaquillo. A veces pienso en cómo podría haber ganado la discusión que tuve con alguien años atrás, o en un futuro utópico en el que algún famosillo buenorro se enamora de mí. Paso con suavidad el algodón por un ojo, y luego por el otro, quitándome la máscara de pestañas; después me inclino y me lavo la cara.

Ala, ya me he mojado el pelo.

Guardo el agua micelar en su sitio y vuelvo a entrar en mi habitación seguida por Gin, mi perra. Los dos pedazos de maletas me miran. Ahí habían cabido veintidós años de mi vida, y casi todo era ropa, zapatos y una colección de vasos de festivales. Ojalá pudiera meter a Gin y llevármela. Mi relación con ella es increíble, pero lo mejor fue el día en que la conocí. Cuando tenía diecinueve años me la encontré de madrugada en la calle, perdida, y me la llevé a casa. Por eso la llamé Gin: de ginebra. Tras dormir la mona me desperté con una resaca horrible causada por la dichosa ginebra y un perro mirándome desde los pies de la cama. No sé cómo reaccionó mi madre al verla por primera vez, pero no le importó en absoluto que nos la quedáramos. Le encantan los animales.

La miro: tiene la lengua fuera, y de pronto noto como menea el rabo más rápido que antes. Sonrío sabiendo que está contenta de que esté con ella.

—Yo tampoco me quiero ir, bonita.

Me agacho y la acaricio por debajo de las orejas, y ella se me lanza encima, haciendo que caiga con el culo al suelo antes de que me acabe de quitar en maquillaje a lenguetazos. Me río intentando quitármela de encima, pero la tía es muy fuerte. Bueno, es un border collie.

—Ya sabe que te vas —mamá aparece por el pasillo con los brazos cruzados y el cabello húmedo. Tiene una sonrisa melancólica plasmada en la cara—, y no quiere, igual que yo.

—Ojalá pudiera venir conmigo —respondo, revolviéndole las orejas.

—¿Gin? ¿Y qué pasa con tu madre?

—¡Mamá! —me incorporo rápido y corro hasta abrazarla con fuerza, enterrando mi cara en su pecho.

¿Por qué coño tenía que ser tan alta y yo tan bajita? Si llevamos la misma sangre. ¿Qué te he hecho, vida?

—Hombre. Veintidós años soportándote para que prefieras a la perra antes que a mí.

—¿Cómo que soportándome? Si yo soy un angelito.

—Si, un ángel del infierno —dice, separándome de ella. Me mira y me saca la lengua, divertida.

Me adentro más en mi habitación y abro la maleta de mano de par en par. Llevaba otras dos maletas más grandes, que mañana serían facturadas en la bodega del avión, pero en esa pequeñita llevo lo más frágil e importante: mi ordenador portátil, toda la documentación y diferentes permisos, mis varitas de Harry Potter versión coleccionista y fotos enmarcadas con mi familia y mi novia.

Le voy a echar de menos, claro. Ella me había dicho varias veces de venirse conmigo, y aunque la idea de vivir juntas en el extranjero me ilusionaba, más aventurera y Sagitario se alegra de hacerlo sola, porque sé que su sola presencia haría de esta experiencia algo diferente.

Iba a estar hasta junio del año siguiente. Un año justo. Ese tiempo lo invertiría en trabajar de lo que más me gusta, algo que tenga que ver con la historia del arte, lo que he estudiado y por lo que se me va la vida.

Dejarlo todo atrás (en revisión)Where stories live. Discover now