La espuma blanca del té bailaba sobre sus labios, causando unas dulces cosquillas que pronto se esfumaron. El olor a canela iba poco a poco esfumándose, perdiéndose entre las nubes que surcaban el cielo azul. Los pasos de la gente resonaban en sus oídos, algunos apresurados, otros ligeros y ágiles. Varios olían a felicidad, otros traían el aroma a cansancio. Y muchos de ellos cargaban con el peso de culpas pasadas.
La taza resonó al posarse sobre el plato. La bebida acaramelada de su interior se balanceó unos segundos, después paró. También paró el tiempo, y pudo observar que apenas quedaba nadie en la cafetería. Que el reloj no va hacia atrás, ya lo sabía, pero no comprendía la por qué la necesidad de querer más.La gente volvió a andar. Un niño había caído. La sangre brillaba en su rodilla. Un simple rasguño, pero hizo una montaña de ello. El olor a canela se había esfumado; dejó las monedas sobre la mesa y se marchó. Intentó perderse entre la multitud, pero era difícil. Todos caminaban con rumbo, y ella no tenía uno. El viento fue cesando poco a poco. Su cabello ya no ondeaba, tampoco el bajo de su abrigo.
Las piernas de la gente se iban volviendo borrosas; una difuminada mancha que se movía. Pequeñas motas grises iban ocupando su visión, tal cual el polvo aparecía o las hormigas andaban con sus patitas. Creyó que se desvanecía... Y se preguntó si desaparecería ante los ojos de la gente, o si ellos siquiera lo notarían.
"¡Ey!" Una voz sonó en la lejanía. Mareo... Todo a su alrededor empezó a tambalearse; se transformaron en sombras... Y lo poco que veía del sol, se perdió detrás de un edificio indefinido.Era esa sensación. Ese "algo" que la impulsaba a alzar su alma y volver... ¿volver dónde?
"Ey..." Una voz golpeó lo que habría sido su rostro. La luz se filtraba por espacios inexistentes. Y pudo abrir los ojos. Era un rostro. Era un rostro lo que veía. Sonriente y con los ojos bien abiertos. "Hola" murmuró débilmente el joven, "¿Estás bien?".
"¿Nos conocemos?" esa pregunta rondó por su mente varios segundos más. "Tú también lo sientes, ¿verdad?" Sus pies volvieron a tocar plenamente el suelo. Los ojos del joven escrutaban su rostro en busca de una sonrisa, una sonrisa que pronto nació en los labios de ella. "Sí".La noche caía como un manto oscuro salpicado de estrellas. Las luces del puerto resplandecían como gotas de oro líquido, y guiaban a esas dos almas que caminaban por el Paseo. Ella sentía un cosquilleo bajando por su garganta, hundiéndose en su estómago. Sabía que le conocía, sabía a qué olía su pelo, sabía a qué miedos no le hacía frente. Pero no sabía a qué sabían sus labios. No lo recordaba, y ansiaba probarlos. Él la observaba de reojo. Sus gestos le eran comunes, sus palabras las conocía, su voz la recordaba. Pero olvidó el sabor de sus labios. Anhelaba volver a sentirlos sobre los suyos.
"Sé que suena extraño pero..." Un coche interrumpió con un ensordecedor frenazo, "... cuando vi tu figura entre tanta gente, estuve a punto de gritar tu nombre... pero algo me hizo olvidarlo" Susurró el joven por fin.
El silencio pasó sus brazos alrededor del cuello de los dos, ahogándolos y dejándolos sin aliento. Las palabras no brotaban de sus labios, ni siquiera un simple murmullo. Los dos sabían lo que querían hacer; ninguno se atrevía a dar un paso.Y así, tan felices como emocionados, tan tímidos como al borde del llanto, juntaron sus frentes y se miraron a los ojos. "¿Me harías el honor, desconocida a la que conozco, de entregarme un beso tuyo?"
"Solo si antes tú, conocido que desconozco, me das uno" Y fusionaron sus labios. Una sencilla caricia entre los dos, una inmensa sonrisa en sus rostros. Y la luna se marchó, sabía que quedarse allí solo acortaría el tiempo de los enamorados. "Te eché tanto de menos" murmuró él.
"¿Dónde estábamos?" inquirió ella.
"Buscándonos, supongo" y la besó de nuevo...
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RELATOS
RandomCuando en mi cabeza las ideas están por escapar, en algún lugar han de acabar. Por esa razón tenéis aquí este libro, repleto de relatos que yo misma escribí y que deben salir a la luz. No prometo que sean felices, ni tampoco que sean tristes. Son r...