Capítulo 3

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Despidió a su madre con un beso en la mejilla para salir disparada hacia su bicicleta, se subió y salió rumbo al colegio, si quiera doblar, su cuerpo había impactado con un camión que transportaba mercadería, su cuerpo salió volando por los cielos, cayó sobre el suelo de grava, sangre carmín brotaba de su boca.
De sus ojos se fue ese brillo, el brillo de la vida.

(•••)

—¡Despierta Gália!— gritó alguien en su oído.

Los ojos de la pequeña se abrieron instantáneamente para contemplar con extrañeza su entorno.

—¿Dónde estoy?— sus pequeñas manos tocaron su rostro.

Ese no era su rostro, no era tan ovalado, su nariz no era tan pequeña y su cabello no era rubio.

—Niña, deja de hacerte la estúpida y ve a ver lo que quiere tu padre—la pequeña observó a la mucama que tenía ante sus ojos.

Esa mujer la observaba con repulsión, entre sus manos tenía un palo de madera.

—¡Oh!, has visto esto—sonrío— se me ordenó usar mano dura si no obedecías— sus labios se ensancharon todavía más.

La pequeña se bajó de la cama sintiendo que todo daba vueltas.

—Esta no soy yo, me llamo Hanna Lombardi, vivo en los Ángeles con mi madre, estoy llegando tarde al colegio— se recordaba en voz baja.

—¡Vamos, niña!— le dió un manotazo en el hombro.

El minúsculo cuerpo de la infante cayó de rodillas delante de un espejo de pie lleno de animales tallados a mano.

En el espejo se observó entera, ojos celestes, piel blanca, cabello rubio y muy pequeña.

Sin mediar palabra la mucama la tomó del brazo con violencia para ir empujando la espalda de la pequeña con el palo de madera.

Observó su habitación por última vez, estaba la pequeña ventana abierta, su cama era un catre, las sábanas eran un trapo sucio, y lo único que adornaba esa cueva era el hermoso espejo de pie hecho con  madera y sus dibujos plasmados en esta.

Salió al pasillo con su camisón blanco ya desgastado de tanto uso y sus pies descalzos.

Sus pequeños pies la guiaron hasta una puerta de roble gigante, no se oía nada desde afuera.

—Entra— la mujer empujó la espalda de la niña con el palo de madera.

La puerta chilló al ser abierta, dentro había una alfombra bastante reconfortante, y el ambiente estaba bastante calentito.

Levantó su cabeza del suelo para observar a una mujer tirada en el suelo llorando con sus manos cubriendo todo su rostro, su cabello negro caía cual cascada sobre su rostro, en sus brazos y piernas se podían apreciar arañazos y moretones, su camisón estaba hecho jirones.

—Pero, ¿qué tenemos aquí?— un hombre rubio se encontraba sentado en un escritorio, su cabello estaba todo revuelto y su camisa un poco desabotonada, desprendía un aura oscura y muy fría a la cual temer.

Una sonrisa surcó su rostro haciéndose más amplia al ver como su pequeña hija se encogía en su lugar.

—Ahora mismo tengo a las dos, perras enfrente de mis ojos.

La mujer en el suelo dejó de llorar para observar a la pequeña figura que estaba enfrente de la puerta.
Los ojos de la mujer volvieron a enrojecerse, su hija, su bebé estaba ahí, enfrente de sus ojos.

—Déjala ir, Azer, te doy mi vida a cambio de ella— soltó la mujer de rostro angelical en el suelo.

—Es una oferta muy tentativa, pero, tu ya no me sirves, en cambio ella sí, su cuerpo y maná interno están intactos—sonrío acomodándose todavía más en la silla giratoria.

—Por favor, es tu hija, no puedes hacerle esto— la mujer había comenzado a llorar de asco y rabia.

Importando poco su condición, se levantó del suelo como pudo para ir hasta el cuerpo de su hija que se encontraba temblando todavía
de pie.

—No te preocupes, mamá ya está aquí— susurró en su oído apretando el cuerpo indefenso de su hija contra el suyo.

La pequeña observaba la situación con miedo y resentimiento, la nueva portadora del cuerpo no sabía con exactitud qué había sufrido la antigua Gália, pero, de lo que estaba segura era que ese hombre que estaba ahí mataría a cualquiera de las dos.

—Gália, ven aquí— exclamó su padre.

La Gália de antes habría ido sin protestar, pero, la de ahora estaba bajo el control de Hannah una chica Otaku obsesionada con estos temas tan locos.

—Padre, quiero que la dejes ir.

El hombre la miró sorprendido escondiendo de nuevo su expresión, endureció todo su rostro mostrando lo poco que su hija había dicho ante sus ojos.

—Eso no va a ser posible querida hija.

Ese hombre definitivamente estaba loco, hace unos momentos atrás le había dicho perra.

—Si la dejas ir, iré a esa academia que tanto quieres que vaya.

Los ojos de su padre se mostraron complacientes aceptando la respuesta que tanto deseaba.

Él no podía hacer nada sin el consentimiento de palabra de Gália ya que el propio consejo se enteraría quitando su título y todo lo que tenía a su cargo, hoy en día los niños tenían una única decisión a esta edad, el ir a una academia especializada en todo tipo de descubrimientos, magia, registros, etc.

Sí su hija fuera a esa academia el sería ascendido de Duque a Marqués teniendo acceso a muchas cosas invaluables como la sangre de calidad y mucho más poder.

El hombre Rubio aceptó dejando en libertad a la mujer, la madre de Gália la había dejado con la promesa de que volvería por ella.

—Espero que el espejo muestre tu verdadero ser, mi pequeña— susurró la mujer en el oído de su hija, para comenzar a caminar sin mirar atrás.

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Dos días habían pasado desde que la reina madre había venido de visita, su habitación volvió a su estado original, cortinas negras, sábanas grises y nada de luz.
Esos días se volvieron un tormento para el, extrañaba demasiado su habitación oscura, tenía que aparentar ser "sano" así la visita de su madre era corta.

—Alfa— llamó alguien detrás de la puerta.

El hombre se encontraba recostado en su cama con el torso desnudo apreciando su pequeño bisturí que lo exitaba de sobremanera.
Sin responder, acercó el bisturí hasta su tatuaje de pegaso, enterró lentamente el bisturí en la cabeza del pegaso sintiéndose lleno.
Su cuerpo comenzó a pedir más estímulos, con su mano libre se acercó hasta la sangre que brotaba de su herida recién efectuada, tomó entre sus dedos la sangre carmesí con sabor a hierro, apreció de forma inhumana la sangre que goteaba de sus dedos, dentro de poco su herida se cerraría, pero, quería disfrutar el momento.

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La pequeña criatura observó desde la ventana de su nueva habitación los robles altos que ocupaban toda la visual, su camisón desgastado fue cambiado por uno rosa con detalles en lana.

—Pequeña, Gália— soltó su profesor Aquiles el cual estaba encantado de enseñarle lo básico a la hija del Duque de Menbrich.

Mi Mate©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora