2. Cómo desmayarse frente a tu jefe y no morir en el intento.

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Espero que no hayas roto tu promesa y que aun sigas respetando lo tonta que puede llegar a ser una persona

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Espero que no hayas roto tu promesa y que aun sigas respetando lo tonta que puede llegar a ser una persona. Quiero explicarme antes que todo se vuelva peor. ¡Me confundí! Me equivoqué, envié mal el mail y no pude salvar todo con una broma como solía hacer antes.

Mis piernas temblaban y tenía ganas de vomitar en ese momento, horrorizada por lo que podía pasar con mi vida, mi trabajo y mi gato. Mis ojos se pusieron húmedos mientras observaba fijamente a mi jefe que con mucha lentitud frunció el ceño y se quedó mirándome.

—Voy a vomitar —dije en voz alta y me puse de pie rápidamente sin medir mi cuerpo, como de costumbre. El escritorio tembló al instante y empezaron a caerse mis chucherías al suelo. La bola de nieve de Nueva York cayó al suelo haciéndose añicos y dejando la nieve falsa y el agua en mis pies. Me iba a morir ahí. Morir bien muerta.

—Tienes que limpiar eso, Elizabeth, vomitar puede esperar—soltó mi supervisora y la miré horrorizada, sintiendo que me estaba dando un hachazo en los ovarios. O mejor dicho, soñando con dárselo yo a ella.

Nadie decidió ayudarme, ya que todos estaban en su mundo y no tenían tiempo para limpiar el caos que había hecho la nueva. Sí, me olvidé de contar que llevaba muy poco tiempo en esa empresa y la mayoría del tiempo me estaban gritando, regañando o simplemente ignorando. Amaba el trabajo y por eso seguía, pero me costaba ser amiga de esas personas.

Me puse de rodillas para tratar de limpiar el caos, junté los pedacitos de vidrio que había destruído y tomé la bola de nieve (que ya no tenía más nieve) con algo de angustia. Siempre me había gustado mucho y me ponía realmente triste haberla arruinado. Tenía mil más en mi casa de diferentes países a los que nunca había viajado, pero de todos modos esa era importante para mi.

—No deberías hacer eso, luego te lastimas y no puedes escribir.

La voz de mi jefe me dejó petrificada por completo, volviendo a temblar como una niñita asustada en su primer día de clases. Levanté la mirada lentamente y lo primero que vi fue su bulto. Es decir, no lo tenía encima mío, sino que estaba de pie y en vez de mirarlo a los ojos fui directamente al bulto en sus pantalones apretados. Estaba buscando que me echen, no había otra explicación.

—¿Problemas con la vista, señorita Elizabeth? —me preguntó y yo finalmente lo miré a los ojos totalmente roja al comprender que se había dado cuenta de mi atrevimiento.

A veces me pregunto como no me echó en ese momento, tendría que haberlo hecho. Una joven empleada con meses de antigüedad le había propuesto sexo virginal y furioso contra un escritorio y después le miraba el bulto casi para sacarle una foto mental. Era una depravada, me iba a ir a la cárcel y después al infierno como decían los religiosos.

—No, no... yo... estoy bien, es decir. Nunca he estado mejor, aunque tengo ganas de vomitar. ¿Me puedo ir a mi casa? —quise saber y me puse de pie rápidamente, dando un salto que si me mareó. Mis rodillas estaban mojadas y se podía ver la mancha de agua en mis medias derramándose por mis piernas.

La lista del jefe [Editorial Scott #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora