Capítulo Tres.

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Desaté una tormenta.

Una tormenta que ahora amenaza con arrasar todo lo que conozco y deseo proteger. Una tormenta poderosa, feroz.

Desaté una tormenta en medio de rayos, ráfagas de viento y remolinos.

Y me arrepiento de haberlo hecho.

Todo comenzó cuando se me ocurrió compartir mis ideas. Las siete y yo estábamos sentadas en una figura irregular, sobre la hierba verde, en el jardín provisto de azucenas. Era un día colorido, a pesar de que la temperatura había descendido unos grados más que lo de costumbre.

An estaba hilvanando flores azules en un collar, mientras Mack, quien se encontraba posicionada a su lado, le regañaba y decía que no debía jugar con la naturaleza, manifestando que las azucenas también estaban vivas.

Depp conversaba con Tris. La segunda manteniendo su mirada cansada de siempre, y la primera con su constante ceño fruncido y ojos penetrantes. El tema de conversación me era ajeno, pues no llegaba a oír sus voces. Terminaban en ecos, y, cada vez que aguzaba el oído, mi cabeza martilleaba siete veces o más.

Entonces, me sentí… ignorada. Fueron los peores minutos de mi vida. Podía decir que no me importaba, que estaba bien no ser el centro de atención de vez en cuando, que sabía entender que ellas también tenían vidas aparte de mí; pero no era verdad. Necesitaba a alguien que me escuchara, necesitaba un amigo con quien hablar, necesitaba un soporte, sólido como el cemento, dispuesto a aguantar mis posibles caídas. Y cuando ellas siete no estaban a mi lado, me sentía ignorada. Ignorada, vacua, accidental. Como si me hubieran acogido por obligación, como si no fuera lo suficientemente buena, como si no fuera más que ojos tristones y un inmenso vacío.

Decidí entrar a una religión. Me llamó la atención, y pronto, con ayuda de una persona que ejercía y predicaba esta, me convertí. Pasé de la creencia atea que tenía a una con un Dios perdonador.

¿Mi error?

Comentárselo a mis Luces.

Depp frunció el ceño, sellando su expresión con el simple gesto de alzar una ceja. No dijo más al respecto, y cuando le pregunté más de veinte veces la razón de su silencio, respondió, con la voz más seca que un desierto:

—Aprendí sola (porque ese dicho de “mis padres me enseñaron” no me pega) que, si no tengo algo bueno que decir, es mejor cerrar la boca.

No entendía su comportamiento. No lo entendía los siete días de la semana, las veinticuatro horas del día, o los doce meses al año. Nunca entendía a Depp, y me sentía tonta por no hacerlo, pero luego recordaba que nadie lo hacía —ni siquiera ella misma— y se me pasaba.

Debido a la indiferencia de Depp, escogí a Tris como madrina. El mes siguiente fui parte de la celebración que me haría dar un paso agigantado en la religión que había seleccionado; la primera comunión, propia del cristianismo.

Su condujo cincuenta minutos para que yo viviera la ceremonia en el templo más bonito de todo Europa, según ella. La homilía, las lecturas de la Biblia, e incluso las canciones, salieron bien. Había más niños allí, de mi edad, vestidos de blanco, y lucían felices. Yo me sentía ansiosa. No estaba equivocada, esto era lo que quería.

A Mack no le agradaba el cristianismo. Fingía una sonrisa cada vez que yo miraba en su dirección, sin embargo, yo me percataba de su mirada neutra al escuchar al sacerdote. A Mack no le gustaba, no le atraía. No era su culpa. Tenía gustos distintos, y eso no era más que correcto. Se me hacía dulce que pusiera buena cara sólo para mí, demostraba que era una mejor amiga increíble.

Depp no se molestaba en disimular, y era más evidente que discreta. El chasquido de labios que emitía cuando veía al encargado de recitar el salmo, el rodar los ojos cuando el sacerdote explicaba la lectura...Todo eso yo lo notaba. Aunque, ella era tan audaz, que estaba segura de que cualquiera en la misa podría.

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⏰ Última actualización: Nov 27, 2014 ⏰

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