Parte 1

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Michael

Dicen que para amar a alguien no tienes que cambiar. Te tienen que aceptar tal y cómo eres. Pero es lo más equivocado que podrían decir. El amor implica miles de cosas, una de ellas es el cambio.

Cambia tu rutina de vida. Serás capaz de llegar más tarde a tu casa, a clases, a la iglesia o incluso dejes de ir a todos esos lugares. Cambia tu alimentación. Muchas parejas tienen la horrenda ocurrencia de comer bastante y alimentos que son grasas y dulces, lo que conlleva a muchos gastos. Cambia tu actitud para bien o para mal y eso indicará si está funcionando o no. El amor debe ser un cambio positivo, siempre. Notarás que es una relación saludable cuando te digas a ti mismo en algún momento "Yo no era así"  y que ahora estés haciendo cosas que te hagan mejor persona. Espero que cuando eso pase, sonrías. El amor es un cambio, uno de los que te debería hacer progresar.

Quien no tolere a su pareja, no debe forzar más la relación y cortar de raíz. Conocer bien a alguien es por dónde se puede empezar a amar, a admirar y querer estar con esa persona sea cuando y donde sea.

Michael estaba pasando por un cambio, había empezado una relación amorosa un tanto difícil luego de 6 meses. Felizmente ya había conocido a la chica en todo ese tiempo y podía darse el lujo de arriesgarse y andar con alguien que sentía que lo hacía feliz. Ella lo hacía brillar.

Los problemas del semestre pasado dejaron de agobiar a Michael. Agatha lo ayudó bastante, tanto psicológica como emocionalmente.

A pesar de vivir lejos y con muchas restricciones, el joven reformado hacía lo posible para mantener viva una relación a la que le costó adaptarse. En el Reformatorio Heinrich Muller existían muchas reglas, profesores abusivos y problemas de reputación entre los que ya residían ahí.

Felizmente,  él no metía su nariz en peleas absurdas para poder llegar bien al fin de semana, que era el tiempo en que regresaba para estar con lo que quedaba de su familia y algunos amigos. Solo así lograría mantenerse cuerdo.

Sin embargo, habían reestructurado los horarios de salidas, las clases y los castigos por la insolencia de unos alumnos de último año el mes pasado. Así que como castigo todos dejaron de ir a sus casas y sólo podían recibir visitas. Literalmente, una prisión.

— Quítate del camino, lagartija—exclamó Dylan, un chico grande y musculoso de último año.

— Hasta aquí llegaste —dijo Michael con voz baja— Ya nada importa ahora.

Sin embargo, Dylan lo escuchó y volteó de inmediato justo para recibir un golpe que lo dejaría en el piso y gritando mil lisuras al viento y hacia su rival.

Michael se retiró victorioso, pues había vengado a Milton, un chico que fue maltratado y llevado a la posta más cercana por los abusos de Dylan la semana pasada.

Al día siguiente, siendo fin de semana, Dylan tenía contactos suficientes para darse una escapada rápida y sigilosa del reformatorio.

Volvió en la noche con una bolsa de papel en la mano, audífonos blancos con pequeñas letras en un cable. Silbando feliz. Como si hubiera hecho lo correcto alguna vez...

— Te traje un regalo —dijo Dylan con una voz burlona y arrojando la bolsa por la ventana del dormitorio de Michael.

Ya estaba todo apagado y Michael no se dignó a levantarse. Desde su cama intentó agarrar la bolsa pero ésta terminó cayéndose, dejando sobresalir una cadena hermosa. Color azul que brillaba con la luz de la Luna. Pero también podía ver cómo brillaba la sangre de aquel collar.

De un segundo a otro, Michael ya estaba en la puerta, con los ojos rojos del sueño y agarrando con fuerza la cadena que le pertenecía a su hermana Jules.

De la nada aparecieron dos chicos para agarrarlo. Y de entre la oscuridad salía Dylan, escuchando música con unos audífonos que Michael pudo reconocer ya que en un cable estaba pintado el nombre de su hermana.

En su mente volvían los gritos de aquel día. Todo mal recuerdo venía hacia él en un mal momento como ese. Entonces agarró todo ese odio para enfrentarlos. Pero para su mala suerte, Dylan fue más rápido y Michael yacía en el suelo, observando como tiraba los audífonos frente a él.

Se retorcía de dolor.

Con una maldita sonrisa en el rostro, Dylan se dio media vuelta y volvió a su pabellón con sus amigos que lo acompañaban, llevándose el celular de Michael, pues sabía que no lo iba a poder recuperar ya que esa noche iban a encerrarse para una celebración especial. La última noche, que sin saber, iba a ser la última de todos en ese reformatorio.

El ReformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora