Prólogo

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Una tarde como cualquier otra, en una tranquila ciudad llamaba Kuoh, perteneciente al País del Sol Naciente, Japón, una pareja se encontraba dando un paseo a la luz del crepúsculo.

Eran un hombre y una mujer, los dos sorprendentemente atractivos, quienes parecían estar disfrutando, al parecer, de la última parte de una romántica cita en uno de sus escasos días libres, pues la agenda de ambos era extremadamente apretada y no disponían de todo el tiempo que quisieran para estar juntos.

La mujer llevaba puesta una blusa color celeste y unos pantalones de mezclilla. Tenía su largo cabello argentado sujeto en una cola de caballo y en su cuello portaba un colgante con un rubí incrustado. Tenía entrelazado su brazo en el de su compañero y, en su mano, resaltaba un dorado anillo de bodas. Su rostro era hermoso pero severo, lo que sumado a sus ojos color rubí la dotaba de un aura de belleza inalcanzable.

El hombre, por otro lado, iba vestido con un traje verde oscuro acompañado por una corbata color rojo, como si fuese un profesor que acabara de salir de una conferencia. Su largo cabello rojo carmesí, que resaltaba mucho estaba suelto y le caía por la espalda sin restricciones, dándole un aire de rebeldía, así como su apuesto rostro emitía una confianza contagiosa. En su mano también era visible su anillo de bodas. A diferencia de su esposa, él mantenía una sonrisa afable, de esa que podría animar a otros a confiar en él y a tratar de ser sus amigos, sin importar la clase social, la cultura o cualquier otra cosa. Sus ojos azul zafiro se encontraban fijos en su esposa, a quien no dejaba de mirar con absoluto cariño y devoción, mirada que era devuelta por ella.

Ninguno de los dos hablaba, solo disfrutaban en silencio de aquella hermosa ciudad a medio camino entre unos suburbios y una metrópolis, y del paisaje que esta les ofrecía ahora, pues estaban transitando por uno de los numerosos parques que dotaban de vida a Kuoh.

Mientras la luz del sol descendía, las farolas del parque comenzaron a encenderse, pero para ambos esto no era un inconveniente. Sus sentidos mejoraban en la noche, tal era su naturaleza como demonios, pero no es como si los necesitasen en ese momento. Tan solo eran una pareja disfrutando de una cita al atardecer.

En otro momento y lugar, aquella cita habría proseguido normalmente y ambos habrían regresado a su hogar para pasar una noche de amor a la luz de las velas. Sin embargo, el destino les tenía otros planes.

Gracias a sus ya mencionados sentidos superiores, ambos fueron capaces de oír a lo lejos un sonido que no debería encontrarse en un parque a aquellas horas de la noche. Se trataba del llanto de un bebé.

Tras mirarse entre sí por unos instantes, la pareja decidió internarse entre los arboles, siguiendo el ruido procedente de aquel niño. Luego de unos pocos minutos, ambos encontraron a la criatura.

El bebé estaba en una cesta junto a un roble, envuelto en una manta color rojo carmesí, y lloraba desconsolado. Sin dudarlo un instante, la mujer se apresuró a tomar al bebé en sus brazos, acunándolo para tratar de consolarlo mientras su marido inspeccionaba el lugar, tratando de encontrar alguna pista que los condujera a los padres del niño, quien no aparentaba más de un año.

El hombre fue incapaz de encontrar alguna pista, pero del interior de la manta del bebé cayó una nota, que el hombre leyó en voz alta para su esposa.

- Para quien corresponda: Realmente lamento tener que hacer esto...
de verdad me duele mucho llegar a este punto, pero sin duda es lo mejor. Sé que alguien mejor que yo va a encontrar a este niño. Realmente lo intenté, pero no soy capaz de cuidarlo yo sola. Mi marido lleva muerto ya un año, y mucho me temo que yo no tardaré en seguirlo. Le ruego a quien sea que haya encontrado a mi bebé, a mi amado Issei, que le brinde todo el amor que nosotros no fuimos capaces de darle. mi esposo falleció en un accidente antes de que él naciera, y yo estoy muy enferma. No duraré mucho tiempo y no puedo permitir que, a mi muerte, la familia de mi esposo se haga cargo de él. Son personas perversas que no dudarían en deshacerse de él a la primera oportunidad o algo peor aún.
Le ruego a quien encuentre esta carta y a este niño, que por favor lo cuiden, no permitan que nada malo le suceda...
Cuiden a mi hijo...
Cuiden a mi Issei.

Akaishitsuji: Red ButlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora