A la mañana siguiente, Martina se levantó más temprano que de costumbre, se había despertado alrededor de las seis de la mañana y desde entonces, no pudo conciliar el sueño nuevamente.
No podía dejar de pensar en el mensaje de la noche anterior, el cual permanecía ahí, sin ser abierto ya que no se sentía capaz de responder, en realidad, no sabía qué responder a esa "declaración" extraña, viniendo de Paula, quien desde que se conocían se había mostrado siempre un poco distante y fría, lo cual era lo que más le atraía a Martina, ya que siempre había obtenido lo que quería con mucha facilidad, era una persona a la cual la gente se le acercaba a conversar, ella era muy llamativa en todo sentido, y ocasionalmente terminaba siendo el centro de atención en cualquier lugar, lo sabía, sabía el efecto que causaba sobre los hombres y mujeres, era consciente de ello, pero con Paula, no era así.
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"Ah no, soy una estúpida", se dijo Paula a sí misma en el momento en el que mandó aquel mensaje. Ya no había vuelta atrás, fue un impulso y no podía revertir lo que había hecho, le daba mucha vergüenza, pero al mismo tiempo, necesitaba hacerle saber a Martina que sí estaba pensando en ella. Sin embargo, el hecho de no recibir una respuesta por parte de la rubia, hizo que se sintiera la persona más ridícula del mundo, su dignidad se encontraba a cien metros bajo tierra y se arrepentía, pero en el fondo estaba orgullosa de sí misma por haber dado ese pequeño paso que, un tiempo atrás no hubiese dado. Y es que la llegada de Martina a su vida le había revolucionado sus días, no estaba segura de cómo manejar todo lo que le estaba pasando, ya que hacía mucho tiempo que no se enamoraba de alguien, y era la primera vez que sentía algo hacia una mujer, por lo tanto, muchas preguntas circundaban en su cabeza y no la dejaban tranquila.
Aquella mañana se encontraba con un dolor de cabeza atroz, no había podido pegar un ojo en toda la noche ya que estaba pendiente en recibir una respuesta a su mensaje, pero esta nunca llegó. Desde ese momento, su corazón experimentaba una especie de taquicardia incesante que no la dejaba tranquila y evitaba que pudiera dormirse.
Roma no estaba, Caro e Inés dormían, la casa estaba invadida por un enorme silencio que generaba en Paula una paz interior inmensurable. Sentada en su cama, con una taza de café en una de sus manos, miraba sin parar aquel mensaje, no dejaba de sentirse avergonzada y a su vez, le intrigaba saber si Martina lo había leído. Se preguntaba qué estaría haciendo, asumía que seguramente estaba con Felipe o Lena, y por lo tanto no había estado pendiente de su celular, o eso quería creer, necesitaba auto convencerse de que no estaba mal haberle expresado sus sentimientos, a pesar de que se sentía la mujer más tonta del universo.
De repente, un ruido irrumpió aquella tranquilidad que desbordaba en la casa, tres golpes en seco se escucharon en la puerta de entrada. Paula ya se había alterado pensando en que se trataba del hombre que arregló la pared y venía a buscar la plata que le debía. Empezó a demorarse ya que estaba en pijama y tuvo que cambiarse, la puerta volvió a sonar haciendo que la pelirroja se pusiera de malhumor, "¿No podés esperar un segundo?, ya voy" dijo enojada, sin dejar de susurrar para no despertar a sus amigas.
Rápidamente se dirigió a la puerta y la abrió con fuerza, su cara seria se transformó al ver que no se trataba de aquel señor, sino que un cuerpo pequeño se abalanzó sobre ella, dándole un abrazo. Martina, quien al abrazarla, le dijo al oído "yo también te extraño".
Paula permanecía muda, su estómago estaba totalmente revolucionado y sus piernas se debilitaron al sentir el cuerpo de la rubia pegado al suyo.
- ¿Qué haces acá?- dijo de forma cortante, pero con una sonrisa tímida, a medida que se separaba de Martina.
- Vine a desayunar con vos- sonrió, aún parada en la puerta de aquella casa.
Paula no podía evitar sonreír, su corazón desbordaba.