PRÓLOGO

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La primera vez que vi un fantasma.

Pensé que seria mi primera oportunidad prometedora de tener un amigo.

Quiero especificar, no tenía ni idea de que estaba muerto. No recuerdo mucho; algunos gritos alegres mientras jugábamos a "las escondidas" en el solar frente a nuestras casas y mucho lloriqueo por su parte. Siempre lloraba, lo cual, obviamente, me hacia llorar.

Mi amigo era muy infeliz.

Algo que comprendí de los fantasmas con el paso del tiempo.

Por supuesto, las cosas se volvieron un poco incomodas cuando le dije a mi vecina, Doña Lupe, que su hijo, Mario, la extrañaba. Me miró con tanta sorpresa, que pensé que se lo tenía que repetir. Así hice, solo que esta vez le pedí que la próxima vez no lo dejara llorando afuera de su casa. Pegó un grito al cielo que me hizo correr de vuelta a mi casa. No mucho después, la escuché gritarle a mi madre con tanta furia que solo fui capaz de esconderme entre mis sabanas. Cuando finalmente se fue, mamá entró a mi pequeña habitación rosada y me abrazó hasta que dejé de llorar. Recuerdo vagamente escucharla llorar, o por lo menos temblaba como si lo hiciera. No tuve el suficiente valor para asegurarme. Cuando fui capaz de hablar sin hipar, le expliqué lo sucedido.

Me dijo entonces que Mario murió solo un mes atrás.

Cancer en la sangre.

Era solo una niña de cinco años, así que no entendí lo que significaba la muerte. O la importancia que los vivos le daban.

-¿Por eso Mario siempre llora? -le pregunté.

-Mario llora por muchas cosas, solecito. -dijo con dulzura.

-Solo quería ayudarlo. -dije, más confundida que antes.

Me dijo que ayudaría a mi amigo. Dijo que no me preocupara de nada. Y esa misma tarde, la vi salir de casa y dirigirse hacia el solar abandonado. Cuando salí para buscarla, la encontré agachada, hablando con Mario. Corrí hacia ellos, emocionada con la idea de que los tres jugaramos. Entonces, me detuve abruptamente. El sol se escondió entre las sierras y brindó al paisaje sus últimos destellos.

O eso pensé.

Comenzó como una luz. Una estrella fugaz brillante y hermosa que cayó del cielo hasta detenerse a solo unos metros de distancia de ellos. Entonces la estrella explotó como un fuego artificial color dorado, dejando caer polvo de estrellas sobre ellos. Era desordenado, hermoso de una forma caótica, como si las luces de la noche danzaran sin orden alrededor de ellos. El brillo comenzó a intensificarse, tanto que sus cuerpos ya no estaban a la vista, como si la luz los ocultara de la oscuridad de la noche. Estaba fascinada. Jamas había visto nada tan hermoso y mágico en mi corta vida. Mi piel se sintió cálida y mi corazón se apretó dentro de mi pecho con un sentimiento agradable. Escuché la risa de Mario, por primera vez desde que lo conocí. Y la luz se desvaneció. Tan pronto como llegó, se fue.

Al igual que Mario.

Esa fue la primera vez que vi El Velo.

Mi mamá regresó a casa y me suplicó que no le dijera nada a papá. No volvió a hablar del tema, por lo menos no conmigo, porque cuando mi abuela se enteró, comenzó a tener discusiones fuertes con ella. Mi papá sabía que algo ocultábamos, así que comenzó a gritarle con más frecuencia a mamá. Pasaron los meses y las cosas solo se hacían cada vez más extrañas. Mamá me pedía casi a diario que dejara de mirar a la gente. No entendía sus ordenes, en especial cuando a veces esas personas nos hablaban. Ella siempre los ignoraba. Sin embargo, cuando ellos me miraban a mi y yo a ellos, mamá se ponía furiosa. Conmigo, con ellos. Incluso con la abuela, lo cual en ese entonces no tenía sentido para mi.

PARA SIEMPREWhere stories live. Discover now