CAPÍTULO 2

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Bajamos del autobús cuando éste llegó a la parada que da a la playa. Con Mireia a mi lado y Álvaro siguiéndonos —ya que nunca vino a casa de Borja—, nos dirigimos hacia nuestro destino que se encuentra adentrando en unas calles y doblar una esquina. No es que sea una casa muy grande pero nada más era para dos personas y no valía la pena gastar demasiado; todo el dinero que tenemos es por los inventos que hace mi hermano vendiéndolos a no sé dónde.

—¿Estás segura de que habrá alguna pista más aquí? —pregunta la castaña mirando los alrededores. Hace muchísimo que no viene por esta zona.

Lo de encontrar pistas no estoy muy segura ya que la policía han volteado toda la casa para buscar, pero tengo la esperanza de que, con suerte, pueda recordar algo. Obvio, tampoco está de más intentar rebuscar para probar suerte.

—Aylen —me llama el azabache—, ¿no cierras la puerta cuando sales de casa? —cuestiona señalando la puerta entreabierta de la entrada.

Miro extrañada a mis dos amigos y nos acercamos hacia la casa con sigilo. Puedo jurar por mi pulmón que, después de que la policía se fueran, cerré la puerta con llave y, excepto yo y mi hermano, nadie más tiene una copia. En el primer momento me invadie la esperanza de que quizás Borja haya vuelto, pero lo descarté en seguida; si fuera eso me habría llamado o enviado un mensaje por lo menos. Además, él nunca dejaría la puerta abierta, es muy cuidadoso en ese aspecto.

—Tener cuidado, quizás la persona que lo ha abierto esté dentro —les alerto—. Mire, quédate fuera y llama a la policía primero. —Ella asiente con la cabeza y se aleja un poco para sacar el móvil y marcar el número.

Observo mejor la puerta, no tiene ningún rasguño por lo que no lo han abierto a la bruta y la cerradura no tiene pinta de que lo hayan forzado. ¿Acaso alguien secuestró a mi hermano para entrar en la casa y robar? No tiene sentido ya que no tenemos nada valioso; todos los inventos de Borja lo vendió en el primer momento en que lo hizo y la mayor parte del dinero lo tenemos en el banco.

Entro en la casa con Álvaro a mis espaldas que mira con miedo a que alguien aparezca. Para ser alguien que le encanta los misterios es bastante asustadizo, quizás haya sido mejor dejarle fuera a él y que Mire entre conmigo. Nos adentramos más y el primer lugar al que me dirijo es la habitación vacía en donde desperté días atrás. Apego mi oreja a la puerta para asegurarme si hay alguien dentro y oigo el ruido de un cajón cerrarse.

Le echo una mirada a mi amigo señalando la puerta con la esperanza de que entienda que la persona está dentro, y él asiente con la cabeza a modo de comprender. Lo que no me esperaba en absoluto es que su comprensión fue totalmente equivocada. Estampa su hombro conta la puerta al mismo tiempo en que baja el mango haciendo que ésta se abriera de par en par y que él caiga al suelo ya que de por sí, no estaba cerrada con llave.

Abro los ojos y la boca de la sorpresa por su acto que me pilló desprevenida por completo. El azabache en el suelo se queja del dolor sobando el lugar en donde se impactó en la caída y añade:

—¿Por qué me has pedido tirar la puerta abajo si se podía abrir perfectamente?

Suspiro rendida, ¿cómo puedo tener un amigo así?

—Álvaro, tú eres tonto.

Con todo el escándalo, alertamos al intruso que nos observa levantando una ceja y con la espalda apoyada en la pared. Dejo de hacerle caso al azabache para centrar mi atención en el sujeto desconocido y, en el instante en que poso mis ojos en él, me encuentro con unos pozos azules en una piel pálida que me mira con brillo y sorpresa. Se queda en ese estado durante unos segundos hasta que, frunciendo el ceño, niega la cabeza.

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⏰ Última actualización: Apr 12, 2020 ⏰

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