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La semana siguiente llegó y junto a mi madre, mi padre y mi hermano volamos a Houston. Un sentimiento de vacío se instaló en mi pecho, que claro un niño de nueve años no entendería el origen del mismo.

Llegamos a la nueva casa, después de elegir habitación y dejar mis maletas tiradas en el piso, corrí a preguntarle a mi mamá cuanto tardaría la mudanza en llegar.

— No lo sé cariño, un par de semanas.

— ¿Taaaanto?— pregunté con total decepción.

Quería que aquel computador enorme blanco llegara para poder enviarle un e-mail a Villa.

Bufé y subí a mi habitación.

Después de dos semanas la dichosa computadora llegó junto con la demás mudanza, duramos casi todo el fin de semana amueblando la casa y acomodando cosas, o bueno yo intenté ayudar en lo que pude.

Para el anochecer encendí la computadora y le envié un correo a Villamil.
Le conté que ya había hecho nuevos amigos en mi escuela, Paul y Lucas. Que el patio escolar era enorme y que tenía una cancha de fútbol asombrosa que seguro le volvería loco. Mencioné que mi casa era linda, y que no tenía vecinos de mi edad, lo cual era aburrido. Al final del correo le recordé cuánto lo iba a extrañar.

[...]

Al día siguiente regresé corriendo de la escuela para encender la computadora y ver si Juan Pablo había respondido. Así fue.

Decía que me extrañaba. Que eran muy aburridas las tardes sin jugar, y que estar solo en su casa del árbol era horrible. Al parecer un niño de quinto había empezado a molestarlo, y me sentía mal por no poder estar ahí para ayudarle.

Respondí el mail y bajé a comer después de tres llamados de mi madre, al menos no me regañaría porque sabía lo desesperado que estaba por poder hablar con Juan Pablo.

[...]

El tiempo comenzó a transcurrir y los correos cada vez se volvían menos frecuentes, hasta que un día nuestra amistad quedó como un bonito recuerdo de la infancia.

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⏰ Última actualización: Mar 12, 2020 ⏰

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