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Mire mis manos varias veces, abriendo y cerrando el puño en repetidas ocasiones. Comprobando que realmente era mi cuerpo el que veía reflejado en el espejo. Nunca antes había imaginado que esto me podría pasar, simple y sencillamente pensaba que pasaría el resto de mi existencia retozando en mi habitación, sirviendo como única compañía a mi madre hasta el fin de sus días.

Pero ahora, me encontraba así, mirando con curiosidad mi reflejo. Largo cabello blanco me saludaba, acompañado de ojos violeta y un vientre de cinco meses. Era increíble lo que ocurría por simples coincidencias.

"Serás afortunada" pensé mientras acariciaba distraídamente mi vientre. Repasando mis memorias. Era la primogénita de un reino lejano, enviada a Caitel como una ofrenda de paz. El solo me miro dos veces desde que había llegado; la primera, el día que nos conocimos. Y el segundo, la noche en que concebimos al bebé.

—Un emperador cruel que nunca deja que sus amantes tengan hijos —murmure—. Descuida, él no sabrá de ti hasta que sea el momento adecuado. Por mientras, deberíamos evitar las visitas indeseadas y salir, ¿no lo crees? —. Curiosee por la habitación sin dejar de acariciar mi vientre.

"Ojala y eso sea en mucho tiempo"

Bueno, el secreto de mi estado no duro más que dos meses desde mi llegada

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Bueno, el secreto de mi estado no duro más que dos meses desde mi llegada. Una de las amantes me había visto desde una ventana y no dudo en difundir el chisme. Una mujer, Serena, me sonrió con amabilidad mientras explicaba que tendría que cambiar de residencia hasta que volviera Caitel.

"Y así... el cordero entra en la boca del lobo". Serena fue muy dulce desde el inicio, ayudándome a acostumbrarse al Palacio Ethelon y sus habitantes; mientras que Elena fue un soplo de juventud que no sabía que necesitaba. La joven no paraba de alabar mi "aparente" belleza, diciendo todo el tiempo que el bebé seria la criatura más bella.

—Exageras, Elena. Solo brillara si así es su interior —comente.

— ¡Mi señora! Usted sin dudas no sabe apreciarse —reclamo ella.

—Elena, no molestes a Dayanne —pidió Serena.

—Déjala, Serena. Aún es muy joven para entender estas cosas.

— ¡No soy joven! La Señora Dayanne solo me gana por un par de años.

—Y aun así, ya estoy en espera. Realmente no sabes lo que estás diciendo —murmure tranquila. Antes de abrazar mi vientre con fuerza. —Y-ya v-viene, S-serena, y-ya v-viene.

Después de eso todo fue caos durante el parto, personas corriendo y otros gritando. Todo eso mientras Serena tomaba mi mano y me pedía no dormir, solo eso, no dormir hasta que mi bebé naciera.

Entonces, después de horas sentí paz. Algo que nacía al tener a Ariadne en mis brazos. Solo éramos nosotras cuatro, y realmente no soportaba que la apartaran de mi lado, parecía que una fuerza invisible me jalara hacia ella.

Y vivimos hacia durante dos meses, hasta que Caitel nos mandó llamar.

Y vivimos hacia durante dos meses, hasta que Caitel nos mandó llamar

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—No me gusta el ambiente —murmuro Elena—. ¿No podemos volver otro día?

—Eso sería muy descortés, su majestad nos mandó llamar personalmente.

— ¡Pero...! —nos miró con preocupación.

Acaricie la cabecita plateada de Ariadne, mientras ella no deja de mirarme con sus grandes ojos rojizos. "Eres sin lugar a dudas su viva imagen". —Supongo que Kaitel tendrá sus razones para llamarnos —. Ariadna parecía entender lo que hablábamos, ya que miro a Elena y Serena con algo de molestia. —Tranquila, mientras este aquí no te pasara nada —. Ella sonrió antes de cerrar sus ojitos.

—Las dejaremos dormir, si su majestad viene las despertaremos —dijo Serena mientras empuja a Elena fuera de la habitación.

El silencio me abrumo, recordándome cuando apenas había llegado. "Solo tú y yo". Me acomode en la gran cama de la habitación, deje a Ariadne en el centro, colocando varias almohadas a su izquierda y mi cuerpo a su derecha; la acerque más a mi pequeña a mi pecho y me deje llevar por el sueño.

 Me acomode en la gran cama de la habitación, deje a Ariadne en el centro, colocando varias almohadas a su izquierda y mi cuerpo a su derecha; la acerque más a mi pequeña a mi pecho y me deje llevar por el sueño

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—... Ella debería sentir mi sed de sangre, pero mi hija se ve tan indefensa y tranquila...

Una voz desconocida me despertó. Era Kaitel, que tenía una de sus manos en el cuello de Ariadne. Mi mano viajo a su muñeca con desespero, aplicando presión para que la soltara. El pareció sentirla, ya que retiro su mano lentamente sin dejar de mirarme.

—No se parece en nada a ti, es molesto.

Solté su muñeca para tomar a mi bebe. —Esas cosas no pueden ser controladas por uno, Kaitel.

Él sonrió con burla. —Mujer valiente.

—Gracias por el alago.

—No lo era.

—Qué pena, yo lo tomare como uno —Ariadne y yo le sonreímos al mismo tiempo. Él se alejó mientras reía.

"No me sorprendería saber que estás loco"

—Una maldición, no está mal...

"¿Maldición?"

Se acercó a Ariadne. —Estaré esperando... ¿Qué tipo de maldición me darás? —. Y beso su frente, con una ternura que me sorprendió.

Primogénita ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora