Capítulo 2 Darío

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Oigo sus gritos desde el jardín, donde me encuentro jugando a la pelota. Mi tío le grita a la chica una y otra vez, una y otra vez, como todos los días. Siempre los escucho discutir desde mi cuarto. Y tengo miedo cuando escucho cómo mi tío rompe todo cuando se enfada. Siempre me escondo debajo de las mantas y él me llama cobarde cuando grita mi nombre desde las escaleras y no quiero bajar. Sé que me pegará y descargará su furia conmigo como lo ha hecho otras veces.

Recojo la pelota y entro a la cocina de la pequeña y sucia casa en la que vivimos los tres, mi tío, su novia y yo, en el peor barrio de la ciudad. Según mi tío, mis padres me abandonaron cuando nací y se marcharon dejándome atrás. Me dijo que, si no hubiese sido por él, yo estaría en la «puta» calle, probablemente muerto. Estaba muy enfadado cuando lo dijo.

Entro en la cocina porque tengo sed, aunque sé que no es el mejor momento. Mi tío se calla cuando me ve aparecer por la puerta. Es un hombre que da mucho miedo. Tiene los ojos verdes como los de un gato, llenos de furia. Su cuerpo está lleno de tatuajes y lleva barba, lo que le da un aspecto de hombre malo. Su chica está en el suelo llorando encima de muchos platos rotos. Se acaricia la mejilla con la mano. Su pelo rubio oscuro cae sobre su rostro y lo oculta. Es joven. No sé qué hace con mi tío, que casi tiene treinta y cinco.

—¿Qué diablos quieres, mocoso? —me pregunta mientras se lleva a la boca uno de sus puros preferidos. Sopla el humo hacia mí y yo retrocedo para escapar de ese olor. Lo odio—. Estoy ocupado así que ¡habla!

Abrazo la pelota aún más fuerte.

—Tengo sed.

Él me mira con sus duros ojos como si estuviese bromeando.

—¿Tienes sed? ¿En serio? —pregunta burlándose—. Entonces quizás deberíamos ir a la avenida principal y meterte la cabeza en la fuente hasta que te sacies.

Tiemblo de pies a cabeza mientras me susurra esas amenazantes palabras. Antes mi tío era una persona muy amable y me trataba muy bien. Hasta que se quedó sin trabajo y comenzó a beber extrañas bebidas que lo ponen así. Deja de prestarme atención y mira a la chica. Y con eso me basta para saber que tengo que desaparecer de su vista.

Corro hasta mi pequeña habitación y miro mi estantería llena de grullas. Me encantan estos pequeños seres de papel. No tengo muchos juguetes, ni amigos, pero al menos las tengo a ellas.

Una vez mi tío me contó, antes de transformarse en el monstruo que ahora es, que según una leyenda japonesa, si consigues hacer mil grullas de papel, el sueño que más anheles en tu corazón se volverá realidad.

Solo he hecho ochenta. Aún estoy lejos de conseguir mi sueño. Pero no hay prisa porque aún no sé cuál es.

¿Salir de esta casa? ¿Que mis padres regresen por mí?

Quizás sí, ambas cosas sean lo que deseo.

Y también quiero que mi tío deje de pegarle a esa pobre chica.

Armándome de valor corro hasta la cocina de nuevo, donde mi tío está pegándole, y le tiro la pelota con toda la furia que puedo. Acierto en su cara. Él la deja y me mira furioso.

—¿Qué coño te crees que estás haciendo? —escupe enrabiado mientras suelta a la chica en el suelo bruscamente.

Echa a andar hacia mí, pero salgo corriendo antes de que me pille. Abro la puerta de la calle y choco contra alguien. Una mujer vestida con un traje negro y unas gafas me ayuda a no caerme al suelo. Es raro ver a gente tan bien vestida por aquí, en el barrio Azul, un amasijo de casas prefabricadas y viejas, todas con el mismo color. El peor barrio de los más de diez que hay en esta ciudad.

Voy a encontrarteWhere stories live. Discover now