Capítulo 3 : Sofía

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La madre María vino por la mañana a sacarme de la habitación del ático. Ella sí me gusta, no es tan mala como la madre Clarisa. Me abrazó y me dio unos dulces.

La madre María es joven, de unos veinticinco años. Es la monja más guapa que he visto desde que estoy aquí. De mayor quiero ser igual que ella.

Incluso ha dicho que la madre Clarisa es una vieja cascarrabias. Me ha hecho reír mucho que piense así. Es mi primera amiga aquí.

Ahora me conduce hasta la sala de música, convertida en sala de baile. Me está enseñando a bailar salsa. Me encanta bailar, aunque no lo haga tan bien como ella.

Después de entrar cierra la puerta con cuidado y me sonríe. Coge el mando de la mini cadena y hace sonar una fantástica melodía latina por toda la habitación. Intento prestar atención a todo lo que la madre María me enseña. Se mueve como si su cuerpo fuese una pluma. Es hipnótico verla bailar. Intento seguir sus pasos e indicaciones y, tras un rato, yo también empiezo a moverme al compás de la música.

—¡Muy bien, Sofía! Creo que tienes madera de bailarina —me dice con una sonrisa. Y yo me pongo colorada.

Me siento muy feliz cuando ella está aquí conmigo.

—Bailas muy bien —le digo mientras bailo—. ¿Por qué eres monja?

—Es una muy larga historia. Pero se puede resumir en una sola frase. desengaños amorosos. Estoy harta de los hombres.

Me rio.

—Nunca te enamores, Sofía, los hombres solo traen problemas.

La puerta se abre de pronto y ambas nos detenemos al instante. La madre Clarisa apaga la radio con la misma cara de acelga que siempre lleva.

—¡Hermana María! —la reprende.

Ella la mira con una sonrisilla de disculpa.

—¿Qué está haciendo hablando de esos temas con las niñas? ¿Y qué hace sin su hábito puesto? ¡Póngaselo ahora mismo!

—Sí, hermana. Perdone.

La madre María me hace un gesto con la cabeza para que abandone la sala y yo salgo apresurada del aula. Mientras me marcho puedo escuchar cómo la madre Clarisa sigue reprendiéndola.

—Esa chica está ya demasiado trastornada como para que le pongas música de este tipo y la pongas a bailar —le dice.

—Ella necesita distraerse. Sigue sufriendo con el pasado porque no se le permite disfrutar del presente.

—Es huérfana y además tiene un trauma. Nadie la adoptará nunca. Así que no le demos a probar cosas de las que nunca podrá disfrutar. Será peor para ella —le susurra.

Me entristece oír eso. Tonta. La madre Clarisa es tonta. Me adoptarán. Lo sé. Me doy cuenta de que Piky no está conmigo. ¡Debo de haberlo olvidado en la habitación del ático! Me remango el viejo vestido y prácticamente vuelo hacia allí. Cuando entro en el cuarto veo a mi pollito en el alféizar de la ventana. Lo tomo entre mis brazos y lo abrazo.

—Piky, eres muy travieso —le susurro.

Miro por la ventana y veo a gente detenida en la entrada. Es una mujer con un chico de más o menos mi edad. Tiene el pelo marrón y observa algo preocupado todo el edificio. Bajan una maleta de un coche y se dirigen hacia aquí.

¡Un chico nuevo! Echo a correr por los pasillos y las escaleras. Quizás sea mi oportunidad de hacer un amigo. Tengo que ir a saludarlos.

Cuando llego al piso inferior me escondo detrás de un gran helecho que está a escasos metros de la puerta principal, y los observo entrar. La madre superiora, una mujer gordísima y muy vieja, llega para saludarlos.


¡Jo! He perdido mi oportunidad. Ahora las monjas acapararán al chico y no podré hablar con él. Me siento, abrazando a Piky, y espero hasta que pasan por delante de mí y se dirigen al despacho de la madre superiora.

Voy a encontrarteWhere stories live. Discover now