No me gusta este sitio y no me gustan estas mujeres. Visten raro. Tampoco he visto muchos niños, creo que Joanna solo quiere deshacerse de mí como lo hicieron mis padres. Espero sentado en un viejo sillón gris, mientras ella y esa monja hablan en su despacho. Miro la pared sin pensar en nada, hasta que el rostro de una niña se cuela en mi campo de visión. Sus grandes ojos castaños me miran fijamente. Tiene el pelo cortado a melena, no llega a caer sobre sus hombros, y de color marrón. Es muy parecida a mí.
—¡Hola! —me saluda con una sonrisa de oreja a oreja.
La miro desconfiado. Pero luego me doy cuenta de que es una de las niñas que viven aquí. Lleva un vestido viejo de color gris, y sujeta un sucio peluche de un pollo.
—Hola —le contesto brevemente.
—Me llamo Sofía —dice girando la cabeza mientras me observa con curiosidad —. Eres muy guapo.
Me pongo colorado. ¡Chicas!
—Déjame en paz —digo abrazando aún más fuerte mi bote de grullas.
—¿Cómo te llamas?
—Darío —le digo aún algo desconfiado.
—¡Me gusta tu nombre! —exclama sin parar de sonreír, aunque de pronto se pone seria—. ¿Qué les pasó a tus padres, Darío? ¿Murieron? Los míos, sí.
Hace una mueca de disgusto.
—Me abandonaron. Y vivo con mi tío. Bueno, vivía. Se lo llevaron unos policías. —Su boca se abre en forma de «o», sorprendida—. ¿Hay muchos niños aquí? ¿Tienes muchos amigos?
—Sí, los hay, pero no tengo muchos amigos. Todos me odian porque los asusto con mis pesadillas.
La observo hablar mientras asiento, comprendiendo. Joanna me ha mentido. No tendré amigos aquí. Así que mantenerme cerca de esta chica me será de ayuda en este lugar.
—¡Pero yo puedo ser tu amiga! —propone sonriente. Yo sonrío también y me pongo de pie.
—¡Vale! —digo sonriendo también.
Se alegra de oír eso. Sus oscuros ojos se iluminan.
—Seremos grandes amigos, Darío ¡Choca! —dice levantando la palma de su mano.
No me muevo, así que ella agarra mi mano y la choca contra la suya. Me gusta, es divertido.
—¿Quién te ha enseñado esto? —pregunto.
—¡La madre María! Es una monja muy divertida. Me está enseñando a bailar salsa y puedes venir con nosotros si quieres.
—¿Bailar? Bailar es de niñas.
Ella se encoge de hombros mientras me mira.
La puerta se abre, y salen Joanna y esa mujer gordinflona.
—Bueno, Darío —me dice Joanna—. Me tengo que marchar ya. Haz caso a las monjas y pórtate bien. ¿De acuerdo?
Asiento.
—Buen chico —dice mientras me alborota el pelo con su mano.
Tras despedirse de la monja me dirige una última sonrisa, y la observo desaparecer por el pasillo.
—Bien, Darío, soy la madre superiora. Sígueme y te llevaré a tu cuarto. —Se da cuenta de que no estamos solos y mira a la chica con el ceño fruncido—. Sofía, deberías estar en clase con la madre Clarisa. ¡Vamos niña! ¡Vete a clase!
Pone morritos, fastidiada de tener que irse. Pero finalmente lo hace.
Sigo a la madre superiora, arrastrando mi maleta y mis tarros a través de pasillos y escaleras infinitas hasta que se detiene frente a una puerta y la abre. Dentro, todo está en penumbra y huele a rancio. Ella entra y abre las cortinas. Miles de motitas de polvo revolotean por la sala y cruzan los halos de luz que entran por la ventana abierta de par en par. Me invita a entrar.
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Voy a encontrarte
RomanceToda una vida juntos en un orfanato no es suficiente para que el tiempo pase y la vida cambie hasta el punto de no acordarse el uno del otro... Pero hay cosas que no se pueden olvidar. Darío y Sofía comparten su infancia en el orfanato San Jorge. So...