1: Pesadillas.

31 6 2
                                    

1

Pesadillas.

La multitud reunida en la orilla coreaba mi nombre con ganas y aliento. Era un montón de gente reunida agitando los brazos. Me fije en ellos un momento. A la mayoría los conocía, pude reconocer los rostros de mi familia. Mi madre junto a Max, sosteniendo en brazos a Rossie. Vincent a un lado, solo, como siempre, y mi hermano, molestándolo, como siempre. Mis primas: Ellie y Minna. Mis tíos: Jenni abrazada a Michael, mientras Georgina tiraba de sus pantalones. A su lado mi tía Barbara acomodándole el cuello de la camisa a mi tío Arthur. Esperen, ¿mi tío Arthur estaba con camisa? ¿En la playa? Mire otra vez. Su vestuario había cambiado completamente, ahora tenía una playera de Los rolling stones.

Luego, estaban mis amigos de Mentury. Como Alan y Kevin, junto a mi hermano Connor. Pero en realidad no eran mis amigos, solo los conocía porque eran los confidentes de Connor. Ahora que lo pensaba, solo eran conocidos. Bueno, por lo tanto, ellos eran mis únicos amigos en Mentury, exceptuando a West, el chico de la barra de Happy Day. Si, existía un café llamado así. Pase la mirada por las otras personas. Entre ellas, divise un rostro familiar. Sally King, mirándome con esa sonrisa tan suya y tan de todos. Había pasado algo con ella, pero por una extraña razón no podía recordar nada en ese momento.

Deje a un lado la multitud y me concentre en lo que tenía que hacer allí. El agua se encontraba ni muy caliente ni muy fría, casi no podía sentirla. Era tibia.

Mi última ola. La última ola para ganar. La más difícil.

Comencé a meterme más adentro, a medida que me alejaba, el griterío se escuchaba menos. Pase un par de olas hasta que me decidí por una. Era perfecta. De casi unos dos metros, podría calcular. Lo perfecto para hacer el remate final. Tuve miedo a medida que se acercaba. En menos de lo que pude pensar, la ola ya estaba a unos centímetros de mí mientras que mi cuerpo respondía apoyando las rodillas en la tabla y impulsándome en ellas para ponerme de pie. Hizo equilibrio. Lo logre. Lo estaba haciendo. Todo iba como lo esperaba, como lo había soñado tantas veces, pero entonces todo sonido existente desapareció taponado por el sonido del agua moviéndose fuertemente. Abrí los ojos en un intento desesperado de ver qué pasaba.

Azul oscuro. Azul temible. Azul feroz. Azul infinito.

¿Este sería el final?        

Entonces, de pronto lo escucho, sin saber de dónde provenía y la imagen de mi padre con ojos arrepentidos me viene a la cabeza: «Lo siento»

Mi cuerpo en ese momento no lo controlaba yo, sino una fuerza aterradora que tanto amaba pero que me podría causar la muerte sin esfuerzo. El mar.

Daba vueltas y vueltas sin parar, desesperada por subir a la superficie, por respirar, mi  aire se estaba agotando.

Y otra vez lo escucho: «Lo siento»

Vuelta.

Agua en mi nariz.

Vuelta.

Agua en mi boca.

Vuelta.

Picazón en los ojos.

Vuelta.

Grito.

Vuelta.

Golpe.

Vuelta.

Negro.

«Cat, cat, cat, cat…»

—¿Qué le pasa? —pregunta una voz aguda. —Despiértala Connor.

El sonido de un motor resuena en mis oídos. El material solido debajo de mi se mueve y me hace dar un saltito. Siento el sudor frío en mi frente y en mi espalda, y me doy cuenta de que estoy temblando. Casi puedo sentir un dolor en la cabeza.

—¿Qué crees que hago? —reprocha…mi hermano. —Cat, cat despierta. 

Siento una mano cálida sobre mi hombro y abro los ojos repentinamente. Parpadeo para adaptarme a la luz que entra por una de las ventanas del coche, y recuerdo que me había quedado dormida en el viaje. Solo una estúpida pesadilla. Miro a mi hermano preocupado. A su lado, Rossie, mi hermana pequeña de solo dos años, duerme placidamente en su silla.

—¿Estás bien? —pregunta.

Respiro agitadamente y me voy tranquilizando a medida que pasa el tiempo. Asiento lentamente. Me incorporo en el asiento.

—Solo una pesadilla.

—No me digas, ¿estabas surfeando tu última ola y no lo lograbas?

—Sí, ya no aguanto tener la misma pesadilla siempre.

Mi madre se gira hacia mi sentada en el asiento copiloto del coche, estira su mano y me acaricia el brazo. El paisaje se pasa rápido en la ventanilla  y me doy cuenta que estamos por llegar a nuestro destino.

—Cat, en serio te lo digo, no tengo problema en pagarte un psicólogo… —se ofrece. Pongo los ojos en blanco y me da dolor de cabeza. Me levante demasiado rápido.

—Mama, no seas exagerada, es la presión antes de la competencia, a todos les pasa seguramente. El año pasado me pasaba lo mismo.

—El año pasado era muy diferente. Solo las tuviste un par de veces. Desde hace dos semanas que te has levantado en la madrugada y has empezado a gritar como si te estuvieran matando. —reprocho, haciendo una mueca. —Lo único que quiero es que te sientas mejor, Cat.

—Y poder dormir. —agrego Connor. Lo fulmine con la mirada y mamá, dándose cuenta tarde del chiste, le dio un golpe en la cabeza. Esa es mi madre.

—¡Oye! —se quejo.

—No digas tonterías, Connor.

—Solo soy sincero, y tengo razón. No quiero pasar todas mis vacaciones despertándome en la madrugada por mi estúpida hermana maricona.

—¡¿Qué?! —salte, totalmente despabilada. —¿Yo? ¿Maricona? Ojala sueñes tu muerte así me dices si es un lindo espectáculo, idiota.

—Respeta a tu hermana, Connor. —hablo papá por primera vez.

—Siempre yo tengo la culpa, solo porque ella es la menor.

Connor se cruzo de brazos molesto, y se giro hacia la ventana. Su típica muestra de que estaba enojado. No podía ser más inmaduro.

Mamá dio un suspiro exasperado.

—Bueno, ¿podríamos seguir? —pregunto mamá. —Quizás lo mejor sería que por este año renuncies a la competencia, no pasara nad…

—¿Te has vuelto loca? —la interrumpí. —Ni aunque me corten el cuello renunciaría. Mama, ¿tú no entiendes que si gano será mi tercera copa consecutiva? Seré reconocida en todo Mentury como una de las mejores surfistas y…

—Catrine. —me corto mi padre. —Esta vez tu madre tiene razón.

Me quede quieta y paralizada. Mi padre me estaba pidiendo que renuncie, el que me había incentivado todos estos años a que nunca renuncie a mis sueños.

—¿Qué? —pregunte, incapaz de pronunciar otra palabra.

—Ya escuchaste Catrine, ¿para qué quieres que lo repita? No compitas y listo. La solución es fácil. —se metió mi hermano con la el tono de voz irritado.

Ignore a mi hermano.

—¿Cómo pueden decir eso? Ustedes fueron los que vieron todo lo que me esforcé para llegar a esta estancia.

—Cat, tienes que entender. No vale la pena competir. —dijo mama. —Tu padre ya no puede entrenarte, te lo explico y tú lo aceptaste. Es imposible que consigas un entrenador ahora.

No respondí. Todos sabían porque. La respuesta era lógica.

 Entonces, algo llamo mi atención en el parabrisas. A través de él, pude observar el enorme cartel que ponía: “Bienvenidos a Mentury.”

Azul infinito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora