Parte 1 Sin Título

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Existió no hace mucho un joven de fuerte perfil sanjuanino, de manos nerviosas e inocentes, el que despertaba y se conectaba, cuadrado rostro de un fuerte sudor a plasma, un comilón de sándwiches y bebedor de energizantes cuando la inflación prehistórica se lo permitía, de lunes a lunes era la base de su alimentación que se cree influyó también en la locura por él cometida. Aquel tenía pues un nombre y apellido, se llamaba Ignacio Parolema y en esta lo cito a una edad incierta. Entre hombre y joven, adolescente y niño, Ignacio Parolema se vestía flojamente, de remeras largas sin pegársele al cuerpo, pantalones de jeans gastados de tanto uso y agua, puesto que solo usó dos en el año o en su vida desde que su cuerpo decidió no estirarse más allá del metro sesenta. Así también era el calzado, dos pares para ser preciso, zapatillas acordonadas de suela goma amortiguada que rompía siempre la punta flecha, por caminar adelantando la punta y con cualquier sobresaliente del suelo tropezaba. Un buen día nuestro Ignacio decidió errar por los sitios más desconocidos de nuestra provincia y en esto que se vio envuelto entre leyendas, de aquelarres y fantasmas encontró un pueblo dormido al pie del Cerro Blanco. Sin ser tan armonioso con la vida de campo se sorprendió que lo hicieran parte de esas charlas en torno al fuego compartiendo mates y semitas con chicharrón que le daban más vitalidad que sus energizantes. Que le escuchasen las zonceras que hablaba de ese mundo moderno donde la gente se la pasaba hablando por aparatitos que cabían en la palma de la mano puesto que el pueblo del Cerro Blanco habia dormitado por muchos años en sus ancestrales costumbres sin tener más que candiles para alumbrarse. Ellos respetaron sus cuentos aunque los tomaron como un embrujo y discutían si era tan sensato pasarse el día echado en un sillón entretenido con esos dispositivos que Ignacio describió como lo mejor que se había inventado. Luego de aquellas charlas en torno al fuego las madres convencían a sus pequeños que todo eso era pura fantasía y dormían en parte asustados al verse amenazados por esas tecnologías sin saber que el lenguaje que hablaban partía de lo mismo. En la última noche se lo invitó a la fogata de la noche de San Juan donde el vino fue abundante y el jamón chasqueaba los dientes mientras que algunos danzarines agitaban las caderas alrededor del incienso. Fue en esto que el hombre más avezado en el arte de la música, don Ambrosio, se paró de golpe y templó las cuerdas de una vieja guitarra diciendo que desafiaba al mozalbete con un par de tonadas. Combinando Mi menor con Si séptima intercalando un La menor, Re mayor o un Sol, él entonó las siguientes estrofas:

"Vengo a cantar orgulloso de la tierra fértil y abundante,

Tierra que saluda al sol y brinda gustoso el mejor vino,

De las vides que se extienden de norte a sur,

Este y oeste,

De esos molinos que chirrían día y noche,

Harineros que realzan el pan de cada día,

Que no desprecian al pobre,

De los olivos que revisten con su verdor cada rincón del continente,

El aceite y ungüentos que vienen de nuestros ancestros,

De la cebolla y el ajo que nos salvan de los contagios,

Del tomate rojo ese pequeño y sabroso,

De membrillos, ciruelos, damascos y pistachos,

De otras tantas que no me acuerdo,

Que digan que la palta es el oro del mañana,

Que aquí hay en abundancia,

Orgulloso de ver que en esta tierra se críe ganado,

Ovejas, cabras y vacas,

De granjas con gallos, gallinas y pollos,

Del pangi y de guanacos, de zorros rojos,

Una pelea de gallosWhere stories live. Discover now