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Invierno de 1940, la tormenta aumentaba con vehemencia y el gran manto blanco de gruesa nieve comenzaba a apoderarse de todo aquello que estuviera en tierra firme.

En medio del bosque, una pequeña y delgada figura al borde del colapso, el vestido no le cubría y tampoco es como si hubiera tenido la oportunidad de elegir antes de huir de su pueblo natal que era atacado por los alemanes nazis. Para su fortuna una cabaña se mostraba ante la niña, la chimenea escupía un ligero humo, había gente ahí.

Con duda se coloca frente a la puerta endeble de madera, con duda y temblando como hoja de papel más por el mismo miedo que por el frío mortal en si; tocó débilmente y se encogió en su lugar esperando una respuesta.

Logró escuchar como un estruendo de latas se formaba en el fondo de la habitación al otro lado de la puerta. La pequeña infante aguardó hasta que la endeble estructura fe madera de movió levemente, abriéndose tan solo un par de centímetros.

- ¿Quién es? - Habló una voz masculina.

- Soy aliada, necesito refugio - Habló ella con un hilo de voz sin atreverse a decir que era judia.

- Eres judia, ¿verdad?

Quedó en silencio por unos segundos esperando lo peor, pero la puerta terminó por abrirse dejando a la vista a un chico joven de cabellera negra y despeinada que le invitó a pasar diciendo que también escapaba de los alemanes nazis.

Él le ofrece comida y ella aún con desconfianza aceptó al mismo tiempo que una gruesa manta era acomodada sobre sus hombros. Se tomó el caldo de pollo y vegetales rápidamente y el total silencio reino en la habitación. Un par de desconocidos afectados por la situación social actual habían sido reunidos en aquella cabaña en medio del bosque helado.

Ella se sentía demasiado cansada y el sueño comenzaba a dominarla. Sacudió su cabexa intentando espantar el sueño, sabía que si se dormía las pesadillas la atacarían. Además, tampoco podía bajar la guardia en caso del que decía ser su amigo realmente resultara ser su enemigo.

Cabeceaba dennotando su cansancio y sus ojos se cerraban lentamente para la menor, el sueño la vencía. Y esto no pasó desapercibido para él.

- ¿Por qué no duermes? - Sugirió él suavemente, parecía tener un carácter tímido y apacible.

Ella volvió a sacudir la cabeza para recuperar su concentración y al mismo tiempo decir - No puedo dormir si haber escuchado un cuento - Improvisó la pequeña castaña sin intención de revelar sus verdaderas intenciones, aunque técnicamente estaba diciendo la verdad.

Pero su sorpresa fue de gran tamaño al escuchar la suave voz del pelinegro cantando.

There will come soldier,
who carries a mighty sword.
He will take your city down,
Oh lei, oh lai, oh lord.
Oh lei, oh lai, oh lei, o lord
He will take your city down
Oh lei, oh lai, oh lord.

El joven escritor tenía claro que ella desconfiaba y la música mezclada con palabras que se transforman en un cuento de hadas, siempre le había parecido la mejor forma de solucionar los problemas.

- ¿Acaso eres una especie de cantante? - Los ojos de ella brillaron con ilusión  y él rió suavemente negando con la cabeza.

- Soy un escritor, pero pensé que sería mejor si cantaba esta historia.

- ¿Me contarías, entonces, qué sigue después? - Ella y su imaginación habían comenzado a volar.

La libretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora