Desierto: Miedo a lo desconocido

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En el desierto no había mucho. O eso parecía. Arena, alguna que otra palmera, tal vez un camello perdido y una eterna extención de, adivinen que, más arena. Nadie nunca había pisado aquel lugar. Ningún ser humano, no había rastro de civilización, el paraje era más desolado que escaleras de edificio con ascensor. ¿Por qué? Esa era la pregunta que se hacía un pequeño niño de un poblado alejado del urbanismo, quién veía aquel extenso y misterioso desierto cada mañana con deseo, pensando en las maravillas que se podrían encontrar entre las largas dunas. Desde que era pequeño, soñaba con adentrarse en el desconocido lugar. No entendía al resto de los habitantes, quienes cambiaban el tema cada vez que mencionaba el evadido sitio. Aunque nuestro personaje deseaba más que nada en el mundo saber que se encontraba más allá, sabía que incomodaba a la gente con sus preguntas, e intentando ser bueno, dejaba su curiosidad a lado. Pero no podía parar de pensar en el vasto desierto. Un día cualquiera, cuando todos estaban en su rutina diaria, un residente avistó algo en el desierto. Una figura que se movía. En el supuestamente jamás concurrido pasaje. Todos esperaron perplejos la llegada del extraño forastero. Era un hombre ya de años pasados, con barba blanca grisácea de varios días, una larga nariz tostada por el sol y un sombrero de paja que cubría sus largo cabello desaliñado. Se apoyaba en un bastón de madera. Sus ojos mostraban una sabiduría jamás vista, que hacía temblar a todos. No dijo mucho. Fue cortés hacia todos, pero no reveló más de lo que creía necesario. Se le dio una habitación en un pequeño motel deshabitado, donde se preocupó por descansar. Hasta que sintió un golpear en la puerta. Un niño con una mirada que delataba emoción lo miraba con un brillo el los ojos que ablandó el corazón del viajero, quién le abrió la puerta invitandolo a pasar. El niño no se anduvo con rodeos.
-¿Cómo es allá?- preguntó emocióndo.
El señor le contó todos los secretos que escondía el desierto, todas las maravillas. El niño escuchaba con atención, impresionado de cuán sensacional era el lugar que el ya encontraba espectacular.
- ¿Por qué nadie va? Es tan hermoso como lo describe...
- Mi pequeño, es el miedo lo que nos impide hacer lo que está a nuestro alcance. Miedo a lo desconocido. Son las grandes mentes, abiertas a cualquier cosa las que descubren lo hasta entonces desconocido para nosotros.
Esa frase quedó grabada en la mente del el niño. Y cuando años más tarde, se adentró en las arenas infinitas, no pudo evitar sonreír pensando en como tantas personas se veían limitados por el miedo, pero gracias a una pequeña ayuda, el estaba por explorar lo desconocido, cumpliendo su mayor sueño.

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