Capítulo 4: La herencia

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Kristaline se frotó los ojos con notable somnolencia, no había dormido demasiado por la noche debido a que su sistema era incapaz de apagarse. Su mirada se desvió hacia su mesa de luz, sacando el regalo que aquella mujer le había dado el día anterior.

El mismo consistía en un zippo de un color negro mate, el cual contenía una hermoso y delicado grabado en plata que simbolizaba la cresta familiar del clan Crimson. Una rosa de gran tamaño extendía sus pétalos en el centro, acompañada de un par de hojas, espinas y dos rosas de menor tamaño; detrás de esas figuras se podía distinguir el dibujo de un simple círculo con tres pequeñas circunferencias de decrecientes tamaños de decoración. Por debajo de ese escudo una leyenda había sido escrita en letras góticas cursivas, en ella se leía la palabra "Kristaline Crimson".

En conjunto, también se hallaba un estuche completamente negro y hecho de una superficie espejada que le daba aspecto simple, pero de gran lujo. El mismo poseía decoraciones minimalistas hechas de plata y gemas rojas, acompañadas del mismo grabado que en el encendedor. Dentro de este se hallaba la cantidad exacta que contenía un paquete de cigarrillos y un trozo de papel cortado con números escritos, el número telefónico de aquella misteriosa mujer. Uno que, por las dudas, agregó a su lista de contactos; esa mujer sabía demasiado como para no estar demasiado involucrada con su familia, un simple empleado no sabría tanto de la familia.

Realmente debía admitir que aquel pseudo regalo era realmente precioso, de notoria opulencia, pero no sabía como sentirse ante la idea de que su cuerpo necesitara de aquella sustancia para seguir viviendo. Jamás lo había hecho a pesar de que la gran mayoría de sus compañeros se sintieran "orgullosos" de ello. Quizás fuera lo poco que quedaba de su moral, o la conservadora educación que sus padres le habían dado, pero aún se sentía reacia a hacer algo como eso. Y sí, era una gran ironía, y una hipocresía al fin y al cabo considerando que había manchado sus manos con la sangre de otras personas.

Al instante sacudió su cabeza, sacando aquellos pensamientos de su psiquis a sabiendas de por donde irían; quería evitar a toda costa todas las posibles lagunas moralistas que se formarían dentro de su mente. Era muy temprano para rasgarse las neuronas.

Antes de que cualquier persona entrase a su habitación, guardó aquel regalo dentro de su mochila donde nadie de su sangre podría encontrarlo. Estaba muy consciente de que en cualquier momento su cuerpo se rendiría al precio de su genética, no creía que resistiera demasiado y pronto se desgastaría.

Con aquellas pocas ganas de vivir que la caracterizaban todos los martes y, prácticamente la entera semana escolar, se cambió y bajó al comedor.

A medida que descendía los escalones podía notar como el ambiente se tornaba más pesado y asfixiante, cargado de negatividad. Al pisar el último escalón pudo reconocer al instante la falta de su madre allí, tan solo se hallaban su padre y su hermano sentados en la mesa; se notaba de lejos que la muerte de aquella persona no había logrado afectarlos

—¿Y mamá?—inquirió la joven a medida que iba hacia la cocina para preparar su desayuno, el cual había quedado a medias para que la leche no se enfríe.

—Durmiendo—respondió simplemente su padre en una lenta y apagada voz.

Y por supuesto que ambos jóvenes se habían dado cuenta, aquellas grandes y oscuras ojeras tenían un origen, y no provenían de una posible alergia cabe aclarar. Así mismo, decidieron no indagar mucho más en la respuesta, no había caso.

El matutino tiempo de desayuno pasó en un completo y cómodo silencio que ninguno se atrevía a quebrar, con tan solo el sonido de la reportera de las noticias de fondo. Ninguno de ellos sentía tristeza por el patético final del bastardo, de hecho y a pesar de todo, parecía que todos portaban una invisible sonrisa por la carga que se les había liberado de los hombros.

Clan Crimson: Asesina CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora