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“Mientras viva aún cabe la posibilidad de que me sucedan cosas buenas, con ese pensamiento en mente me seguiré aferrando a la vida.”

..
.

“Ya se había tardado…”

Pensó en el momento en el que se dio cuenta del acecho de un ninja, no era tonto, se lo había visto venir mucho antes de que siquiera “él” lo pensara, después de todo estaba al tanto de su codicia y maldad. Esa persona no desperdiciaria una oportunidad como esa, aprovecharía al máximo el hecho de que los dos Dojutsus de Konoha estaban “indefensos” para poder hacerse con ellos.

Suspirando y sabiendo que no podría retrasar más el inevitable encuentro dirigió su oscura mirada al pequeño cuerpo inconsciente de la heredera Hyūga. Dormía profundamente, efecto de su genjutsu, sus mejillas pálidas estaban manchadas por las lágrimas derramadas en Konoha y su boca estaba semi-abierta, cuando menos era una imagen un poco adorable, así, encerrada en el mundo de sueños donde la dejó, ajena a todo lo que estaba pasando, así debería permanecer hasta que él se asegurará que ya no habían peligros que la acecharan.

Envolviendo un poco más a Hinata, descendió al suelo, buscando rápidamente un lugar donde esconderla, y mantenerla alejada de quién los perseguía. No duró mucho en hacerlo y una vez que ella estuvo segura, las rápidas pisadas que antes apenas se oían se hicieron aún mas audibles, hasta que después simplemente ya no se escucharon, y en su lugar sus oídos, entrenados desde que era un pequeño infante reconocieron el característico zumbido que anunciaba la presencia de alguien más.

Su cabeza se ladeó en el momento exacto en el que un kunai era lanzado en su dirección, cortando unos pocos hilos de cabello negro. Su mirada carmesí se dirigió de inmediato al culpable y el hecho de reconocerlo no lo sorprendió en lo más mínimo.

—Uchiha Itachi…—muy por el contrario de lo que esperaba su voz sonó cansada, y no monótona como sonaban todos los ninjas de Raíz.—Se le acusa de asesinar a todo el clan Uchiha, y también de secuestrar a la heredera de los Hyūga. Entréguese y pagué con si vida sus pecados.—termino de decir con la misma voz cansada mientras desenvainaba la katana en su espalda.

Él lo observó, no parecía querer ejecutar la misión, pero tampoco tener intensiones de desobedecer la orden de Danzo. Más aún así ambos sabían cómo iba a concluir esa batalla.

Suspirando cogió una uno de sus kunai, y lo hizo girar rápidamente en su dedo índice.

—Aun puede irse si así lo desea Kizuki-san.—susurro sin despegar su roja mirada de la oscura de él, quién después de unos cortos segundos negó.—Entonces no dudaré…

El sonido de los metales chocando entre sí, fue lo que la hizo despertar poco a poco de su profundo sueño, completamente desorientada observó su alrededor hasta que los hecho de la noche anterior la golpearon de repente, al igual que el horror y el pánico. Rápidamente y sin perder el tiempo se levantó, ni siquiera pensó mucho a donde se dirigía, solo corrió lejos de los sonidos metálicos, lejos de él y sus peligrosos ojos carmesí.

Aún no lo entendía, ¿Por qué ella? ¿Por qué siempre ella?.

Desde que tenía uso de razón siempre había tenido que estar luchando por vivir, aunque todos los que la rodeaban deseaban su muerte ella había luchado con dientes y garras por aferrarse a la vida, habían tantas cosas que aún no conocía, había tantas cosas que quería ver, no pedía mucho, ella solo quería seguir viviendo.

Mientras corría el sonido del metal parecía estarla siguiendo, mientras su vista se hacía cada vez más y más borrosas debido a las lágrimas acumuladas, sin poder ver por dónde sus pies la llevaban inevitablemente tropezó y fue entonces cuando lo escuchó, la voz que para ella significaba salvación.

—E-entréguese de inmediato Itachi-san, muy pronto llegarán más refuerzos de Konoha, su muerte será algo inevitable.—escucho decir, más todo dejó de cobrar sentido en el momento en el que sus oídos escucharon las palabras “Konoha” y “refuerzos”.

Sin pensarlo mucho ella corrió, allí estaba su salvación, esa persona debía de ser un ninja de Konoha, esa persona quizás podría llevarla de vuelta a su hogar, podría salvarla de las manos de ese aterrador Uchiha.

—Refuerzos…—susurro la palabra antes dicha por Kizuki, y no lo tuvo que pensar mucho, era una total y completamente absurda mentira.—Danzo no se arriesgaría a mandar a más ninjas, no se arriesgaría  a llamar la atención del Sandaime. ¿Cree que no lo sé? Usted está aquí por mis ojos y los de ella…—dijo con la respiración un poco agitada, el cansancio empezaba a cobrarle factura a su cuerpo. Necesitaba darle un final a eso cuanto antes.

Haciendo girar rápidamente el Sharingan en sus ojos, reveló lo que la muerte de su familia provocó en el.

—Mangekyō Sharingan.—susurro y en el momento en el que sus ojos se dirigieron a Kizuki, este cerró los ojos de inmediato.—Lo siento pero aún tengo una misión por cumplir no puedo….

Pero entonces antes de siquiera poder terminar la disculpa, un pequeño cuerpo atravesó el improvisado campo de batalla, corriendo hacia los brazos de Kizuki y sin saberlo, su verdugo.

Sintió como el alma le abandonó el cuerpo por unos cortos segundos, más aún cuando Kizuki fue consiente de ella, corriendo hacia él.

Corrió, corrió tan rápido como sus pies se lo permitieron, corrió hasta el hombre de vestimenta oscura parado en medio del claro.

—¡Hinata-san! ¡No!.—pero para el momento Ene la que escuchó su voz, ya fue muy tarde sin saber cómo ni cuando se encontraba apresada entre unos fuertes brazos con una mano sosteniendo su cuerpo y la otra apretando su cuello.

Sus ojos se pintaron de terror en cuanto reconoció la misma emoción destellar rápidamente en los ojos carmesí de su secuestrador Uchiha. Muy tarde vio su error, no había corrido a los brazos de su salvador si no, a los de su verdugo.

—Suéltela…—escucho decir a Itachi, su voz se oían tranquila y segura.

—No creo que esté en posición de darme una orden Itachi-san.—susurro su verdugo.—Si me deja ir, prometo que la dejaré vivir, después de todo solo necesito una cosa de ella.—y ni siquiera necesitaba ser una genio para saber que era lo que esa persona quería de ella, las ganas de vomitar le inundaron el cuerpo a la vez que el terror le pitaba en los oídos.

Nuevamente era lo mismo, nuevamente su vida corría peligro por lo mismo, sus ojos, sus malditos ojos.

—No…—y esa negación fue lo que la trajo de vuelta a la realidad, sus Claros ojos miraron desesperados los rojos de Itachi y entonces por primera vez reconoció verdadera amabilidad brillar en ellos.—Hinata-san… cierre sus ojos.

SacrificiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora