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Odio esta guerra.

Arrebuja la espalda contra el tronco del árbol y acomoda el kasa sobre su rostro, buscando así evitar todo molesto rayo solar. Tiene las manos sobre el regazo y las piernas cómodamente estirádas cuando se dispone a cerrar los ojos para continuar con su pequeña siesta. No puede dormir. Durante las noches, casi ningún soldado puede dormir.

Hay prisioneros.

Muchos prisioneros que vigilar. Con algo de suerte, puede que en unos días otro barco de la Nación del Fuego arribe a las costas de la aldea para llevarse a los maestros y soldados del Reino Tierra a una base secreta de la que YoonGi no ha oído más que mitos. Bases secretas – en las que dicen –, encierran a los maestros o a cualquiera que represente un obstáculo para Ozai. Los tienen ahí, en diminutas celdas como ratas, hasta que se pudran o la Nación del Fuego gane la guerra. Lo que sea que pase primero.

Nunca podrán con el Reino Tierra.

No lleva mucho tiempo de servicio, poco más de cuatro años, todos ellos cuidando prisioneros de las aldeas cercanas a grandes ciudades. Omashu, Ba Sing Se. Eran ciudades geográficamente enormes con gente fuerte, inquebrantable, curtida a base de batallas y amargura. Y eran, hasta ahora, lo único que impedía un triunfo absoluto. No caerían. No en esa guerra. Una guerra absurda. Es ridículo o eso le parece. Cien años buscando, sin ningún, ningún indicio. No había nada, no existía. El ultimo maestro aire, no era más que un cuento. Estaba seguro. Tenía que serlo. Destruyeron el templo aire del sur, mataron a todos y no lo encontraron. ¿Cuántos más tendrían que morir? ¿Cuántas familias más destrozarían?

Los habían reclutado a su padre y a él hace ya tanto tiempo... trece años, y ahora, jamás volvería a verlo de nuevo. En cada expedición, cada vez que el barco se detenía junto a otro de la Armada de Fuego en el mar, cada vez que otra embarcación llegaba a las costas para recoger prisioneros, YoonGi se fijaba cuidadosamente en cada soldado, en sus líneas, en los detalles. Esas podrían ser las manos de mi padre, pensaba. Esa podría ser su mandíbula, esos podrían ser sus ojos. El uniforme nunca le permitía ver un rostro completo y la mayoría de soldados portaban el casco todo el tiempo, a no ser que estuviesen tomando un descanso, como el en ese momento.

Siempre pensaba en su padre. Calma, Min YoonGi. Lo veremos pronto. Sí. Él está por ahí, sirviendo a la Nación. No quería pensar en las posibilidades. No quería pensar que quizá su padre yacía capturado, herido en medio de una batalla o que simplemente, había muerto. Como si la vida de quien le crio no tuviese valor alguno.

Su madre murió al darle a luz; su padre, si bien algo tosco y desprovisto de aquella suave cualidad maternal, se aseguró de que nunca le faltara nada, incluso un amigo. Jugaban juntos todo el tiempo. JongJung Min, siempre fue cuidadoso con su hijo, hizo lo mejor que pudo y YoonGi creció siendo un niño tranquilo y cálido, a quien se le ocultaron los horrores de una guerra a la que lamentablemente fue introducido junto a su padre, en cuanto necesitaron más hombres para el combate. JongJung no se sintió preocupado en un inicio, pero en cuanto YoonGi comenzó a mostrar con torpeza las señales de ser un maestro, el corazón del hombre se rompió al ver cómo tras sonreír prometiéndole que todo estaría bien, ese soldado se había llevado a su único hijo lejos de él, a donde quizá jamás volvería a verlo, a un lugar en el cual no podría protegerlo. La única familia que le quedaba, siendo llevada a un campamento especial para maestros, lejos de aquellos humanos comunes como él. Suspiró mientras veía la espalda del pelinegro hacerse más y más pequeña a cada paso. Al parecer, YoonGi no solo heredó los ojos de su madre.

Algún día todo acabará.

Tiene que.

No es capaz de imaginar más tiempo en medio de esa locura. No puede, no. Es una masacre. Durante sus años de servicio, siempre fue lo más compasivo que se le permitió. Nunca hirió a ningún prisionero y siempre y cuando le fuese posible, rehuía pelear. Le decían "El blando Min" y no le molestaba en lo absoluto. Tenía el poder y el talento suficiente para demostrar que era más que eso, pero nunca lo haría si para ello debía herir a alguien. No sabía cuánto más podría fingir que peleaba en medio de un combate sin que lo mataran. Era cuestión de tiempo, arrojar fuego a nadie en particular mientras era golpeado, acabaría tarde o temprano con él y YoonGi lo sabía. No tenía idea de cuanto más duraría el Capitán sin quemarlo vivo por rehusarse a azotar a un prisionero.

Ladea el rostro cuando escucha un chapoteo.

Ahí a corta distancia, sus ojos distinguen la pequeña espalda de un muchacho. Puede dibujar la suave musculatura en la piel ligeramente acaramelada del joven. Hay cortos rizos castaños en su nuca y sus manos se deslizan de un lado a otro ocasionando que el agua se eleve en olas pequeñas. Afloja las manos, soltándolas con una profunda inhalación. Las olas caen, rebotando. Agua contra agua. Un chapoteo corto que apenas puede escuchar debido a su cercanía.

Un maestro agua.

No debe haberme visto.

No puede ver su rostro, pero YoonGi sabe que debe hallarse sumamente concentrado, puesto que le escucha gruñir por lo bajo cuando tras intentar una ola un poco más grande, falla.

Tu... no eres muy bueno en eso, ¿cierto?

El chico se gira al instante, aterrorizado. Tiene ojos grandes, o al menos, eso le parece por el mohín en su rostro, son grises y YoonGi ve en ellos la confirmación a su teoría. Sí, un maestro agua. Su rostro es fino, y hay un contraste agradable entre las mejillas regordetas y el mentón afinado. Tiene la nariz pequeña y respingada y resaltan los labios gruesos en un suave rosa. No debería estar aquí... ¿Creí... ? ¿Qué la Nación del Fuego no capturó a todos? Está a punto de abrir la boca y decir algo, pero el chico entrecierra la mirada y le escudriña una milésima de segundo, da un brinco en medio del agua cuando nota el uniforme y se sumerge por completo, desapareciendo.

Los ojos felinos permanecen fijos en la superficie del río, ahí donde el joven maestro se ha esfumado sin dejar rastro alguno.

Yoongi suspira tristemente, dejando caer su cabeza en el tronco del árbol. Siempre iba a ser igual. Nadie nunca le daría una oportunidad. A donde sea que fuese, no tenía nombre. Maestro fuego, gritaban cuando le veían atravezar la entrada de un pueblo. La gente corría de el y su malherido corazón. Le conocerían eternamente con una señal de advertencia. Cuidado, maestros fuego, gritaba quien le viese aproximándose con las llamaradas entre los dedos, listo para quemar, aprisionar y destruir.





















Kasa: sombrero tradicional japones tejido de paja de arroz.

💖

Hola Hola Hola!

No se si alguien vaya a leer esto :( pero aquí estoy de nuevo 🌻

Esta será una historia corta que se me ocurrió a finales del año pasado pero no me animaba a hacer. El Avatar o también llamada el último maestro aire, fue y es una serie animada que marcó mi vida. Me ayudó muchísimo y a mediados de Enero volví a verla y la idea que había dejado atrás, volvió con ella. Necesito un YoonMin ambientado en este universo, pensaba todo el tiempo. Aunque siempre me detenía el pensar que quizá alguien lo haría pronto pero el tiempo pasaba y nadie se animaba jaja espero que a alguien le guste esta idea, si es así déjenme una estrellita por fa 🥺💖

Si no han visto la serie animada, se las recomiendo muchísimo. Está en Netflix :) 

Si llegaste hasta aquí, gracias por leer 💖:) 

Puedes pasarte por mi cuenta, tengo más historias, quizá alguna de ellas sea de tu agrado 💖🌻🥰

Un abrazo!

The fire soldier│ YoonMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora