Capítulo1: Una ejecución interrumpida

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El atardecer de Drustvar iluminaba de un bello y hechizante color óxido la macabra y algo irónica escena que se erigía en Punta del Verdugo. El alguacil de la zona, un anciano oficial llamado Henry Framer, había organizado a los pobladores de la villa para construir un cadalso improvisado en la plaza de la villa, donde pudiesen realizar el "juicio" que ellos exigían con fanático fervor.

Sobre la plataforma de ejecución se encontraba de pie y encadenada la señorita Lucille Crestavia, quien intentaba perder sus atribulados pensamientos en el hermoso atardecer que tanto le gustaba ver de niña. No dejaba de preguntarse en qué momento el cielo de su tierra natal habia empezado a teñirse de un gris deprimente, el corazón de su gente con un negro odio, y cómo todo el mundo iba a manchar sus manos con su sangre, con el rojo de la superstición.

Los habitantes de la región de Drustvar se caracterizaban por un estoicismo que podría resultar frustrante para alguien que no se hubiese criado en Kul Tiras, y el sobrevivir en un paisaje bello pero duro les había conferido un adecuado y algo oscuro sentido del humor, que se reflejaba en los nombres de sus villas. Que la fuesen a ejecutarla en Punta del Verdugo era una mala broma del destino que por lo menos le ayudaba a mantener el buen talante frente a lo que parecía ser su inevitable final.

Con el ultimo rayo del sol se cumpliría el plazo que el alguacil había puesto para esperar a cualquier defensor que estuviese dispuesto a hablar en nombre de ella, y su Tio Ever no daba señales de estar cerca. Los bosques que separaban esta villa con la Cuenca del Flechero se habían infestado de horrendas criaturas echas de carne y madera muerta, y prefería no enviar sus pensamientos hacia las ideas de qué le pudo haber pasado a Ever y sus hombres.

Sin embargo, no pudo controlar el flujo de sus pensamientos cuando vio a la extraña y roncambolesca silueta que se acercaba hacia el centro de la plaza.

La figura que caminaba impasible a través del público era un espectáculo que seguramente muchos contaron mas tarde, en alguna cantina local, con mucho alcohol encima. El elfo tenia unos cuernos gigantescos y puntiagudos semejantes a los de un macho cabrío, que flanqueaban una venda de lino que cubría sus ojos. No tenia camisa, pero llevaba una casaca militar con varios galardones de distintos metales, que dejaban ver un pecho surcado por dos sendas cicatrices rojas que parecían brilla a plena luz del sol. Sus pantalones y botas estaban remendadas y amarradas con extrañas tiras de cuero de aspecto duro y casi mineral, mientras en su cintura colgaba una hacha de aspecto extraño, llena de pinchos, como si estuviera pensada para machacar la carne antes de cortarla. Pero lo mas extraño era el arma que llevaba en sus espaldas: Una media luna de metal iridiscente con una extraña insignia de cuero en el medio, con el símbolo de dos cuernos parecidos a los que tenia él mismo.

Era difícil adivinar qué pasaba por su cabeza, en parte por el tema de los ojos, y en parte por el movimiento lento pero firme que mantenía con sus largas piernas, atravesando a la multitud como un buque al mar. Cuando estuvo en primera fila frente al cadalso, se dio la vuelta hacia la ahora enmudecida turba. Sacó un pergamino de uno de sus bolsillos, y con una voz gruesa y portentosa, gritó a la multitud.

-Disculpen que interrumpa su entretenimiento, ciudadanos de Drustval.- Todo el mundo reconoció al oírlo el tono de voz de alguien que estaba acostumbrado a liderar hombres en el campo de batalla.- Soy un emisario de la Alianza, acogido por el Almirantazgo de la Casa Valiente, y se me informó que aquí podría encontrar aquí al líder de la Casa Crestavia, y regente actual de esta región...-

-¡Vas a tener que esperar al próximo concilio, forastero!- gritó desde el cadalso el alguacil.-¡Lady Crestavia está a punto de ser ejecutada, y el puesto de regente tendrá que definirse dentro de los próximos meses!- Era difícil definir si era exasperación o sarcasmo lo que llenaba las palabras del anciano, pero era evidente que la situación lo tenia rebasado y solo quería acabar lo más pronto posible con esta situación.

El elfo subió al cadalso, ignorando los intento del verdugo y de los dos guardias para detenerlo. Para sus sentidos, estos pequeños humanos eran lentos al punto de ser casi inmóviles, y los evadió de forma pasmosa pero extrañamente pacífica, como si ellos mismos hubiesen decidido fallar los golpes.

-Disculpe mi falta de modales, buen señor. Es obvio que es una figura de autoridad en este pueblo y mi presentación ha debido de ser el ultimo incordio que esperaba.- El cambio de tono sorprendió tanto al alguacil que los hombros se le cayeron, como si fuese la primera muestra de respeto que hubiese recibido en varios días.- Usted debe ser el alguacil Henry Framer. Mucho gusto.- El elfo extendió una larga mano embutida el cuero burdo, que el alguacil tardó unos cuantos segundos en estrechar.

-En efecto, ese soy yo, continental. Como puedes ver, no has podido venir en un peor momento.- El viejo alguacil trató de disimular el asombro que le provocaba la vestimenta del elfo.- La señorita Crestavia aquí presente ha sido acusada de brujería, de haber traído la ruina a esta pequeña villa, y creemos sin duda que su muerte traerá la paz y la calma que le han sido arrebatadas a esta buena gente.-

-¿Brujería?- En el impasible rostro del elfo nocturno se asomó la sombra de una sonrisa.-¿Podría ser más especifico, mi buen señor?-

-¿Es que no existe ese término en el continente?- El alguacil se permitió levantar un poco el pecho, convencido de la ingenuidad del forastero.-Se le acusa de convocar espíritus malignos sobre los campos de esta pobre villa, de envenenar las aguas con extrañas y corruptoras fuerzas, y de hacer pactos con antiguos y aterradores demonios...- de pronto, las palabras se atoraron en la garganta del anciano, y su mirada dirigió a los gigantescos cuernos del elfo, palideciendo al instante.- Espere un momento, usted no sera...

-¿La solución a sus problemas? Pues puede apostar su arma a que si, caballero. - El elfo extendió sus brazos de forma cordial, como si hubiese esperado este momento de catarsis melodramática.- Mi nombre es un poco complicado de pronunciar en la lengua humana, así que puede llamarme Tru. Mi rango dentro de la Alianza es también difícil de explicar, y muchos generales y lugartenientes simplemente han optado por llamarme "asesino", término con el cual no tengo problemas. Pero mi profesión...- El atisbo de sonrisa empezó a crecer más-...mi profesión es lo que realmente debería interesarle.

-¿Y cual es su profesión, continental?- El tono del alguacil perdió cualquier rastro de confianza.

-Cazador de demonios, señor.- La afilada sonrisa de Tru habia terminado de invadir su rostro como un cuchillo clavándose en medio del pecho.- Y uno particularmente bueno, si me permite la falta de modestia.-

Una hoja oxidadaWhere stories live. Discover now