Capítulo 3: Un espectáculo de atrocidades

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El Oficial  Everet Reade se consideraba a sí mismo un hombre de recursos, por lo menos en cuanto a tareas militares se refería. La Academia Militar le había enseñado que todo ser vivo puede morir, pero el primer año de servicio le enseñó que todo ser vivo puede matar. Su primer "maestro" con respecto a esto último fue un fiero pirata Defias que lo atacó durante una emboscada, cuando el navío en el que se encontraba pasó demasiado cerca de los Reinos del Este. Peleaba con dos garfios que lo desarmaron rápidamente de su alfanje, y de no ser por un movimiento brusco del barco, hubiese terminado como un de las reses que se exhiben en el mercado Vientos Alisios. 

En cambio, ambos terminaron en el piso, con el joven e inexperto alférez Reade encima del bucanero, sosteniendo desesperadamente las manos de su atacante. Cuando sintió que la fuerza de los brazos le empezaban a flaquear, hizo el único movimiento lógico que se le pasó por su cabeza: Apuntar al cuello. Con sus dientes.

El mordisco fue brutalmente calculado, y no duró más de lo necesario. En cuanto sintió la presión de la yugular llenando su boca con la sangre aun caliente del pirata, separó la cabeza con un movimiento salvaje, primal.  El mundo se había reducido a ellos dos durante toda la pelea, pero fue cuando alzó la mirada que la realidad lo golpeó, viendo como cada uno de sus compañeros bailaba el mismo vals de acero y sangre, aunque ninguno de ellos bañado en lo último, por lo menos no como él.

Desde aquel incidente, Everet trataba de tomar siempre la decisión más lógica y fría posible, algo que le había granjeado el favor de sus superiores pero que limitaba la cantidad de reclutas en su tropa.  Resultaba curioso cómo sólo sus paisanos de Drustvar se sentían cómodos con su estilo de mando, dándole prioridad a los ataques rápidos y económicos frente a las cargas heroicas. Cuando su periodo obligatorio en la Armada terminó, el Alto Mando decidió destacarle con las tropas terrestres para asegurar el orden y la paz en el límite de su región natal con el Estrecho de Tiragarde.

Bastante tiempo habia pasado ya de eso, y ahora mismo, el oficial Reade tenia problemas mayores con qué ocupar su cabeza. Específicamente, con el problema de lidiar contra criaturas que no parecían interesadas en morir. O que ya estaban muertas, para mayor estupor de todos en su escuadra.

Sus hombres y él hacían el patrullaje cotidiano del final del día cerca a la Cuenca del Flechero cuando un extraño ruido les llamó la atención. Era un sonido mojado, aterradoramente crujiente, mezclado con los ruidos de pezuñas chapoteando y alas batiéndose de forma furiosa. Reade ordenó marchar a toda velocidad, hasta el que hedor que provenía de los "restos" de la villa golpeó a todos al unísono.

Llamar "restos" a lo que encontró seria un eufemismo mal usado. Después de todo, los edificios se encontraban en pié. Las antorchas estaban encendidas. Todo lo material estaba bien, salvo por los petrificados pobladores que se encontraban dispersos por todo el lugar. Y los animales que los rodeaban.

Incapaces de protegerse, los cuervos se estaban dando un festín con las cabezas de todos. Cosechaban ojos, orejas, lenguas, todo lo que sus ennegrecidos picos pudiesen atajar al vuelo, mientras los inexpresivos rostros de sus victimas se volvían cataratas de sangre, lágrimas y saliva..

Reade fue el primero en reaccionar, por lo menos de forma sensata. Varios de sus soldados se habían doblado para vomitar descontrolados ante el infernal espectáculo. De un solo grito, sacó de su estupor al resto de la escuadra y ordenó mantener la compostura. Sacó una de sus antorchas, la prendió, y ordenó a todos seguir su ejemplo. A paso ligero, la caballería atravesó las calles de la villa alejando a los cuervos a punta de antorcha y espada. 

Los cuervos no dudaron en dar pelea. Las antorchas iluminaban sus ojos ahora teñidos de rojo, dándoles un aspecto más aterrador. Algunos soldados no salieron ilesos, y Reade ordenó cauterizar sus heridas de inmediato. Sólo las Profundidades podrían saber qué maldad podrían transmitir estas alimañas. La tropa avanzó hasta llegar a los confines de la villa, en donde se encontraban las porquerizas. Donde se encontraba la pieza estelar de este espectáculo de atrocidades.

Los empleados del camal habían durado poco en estado vertical. Los cerdos habían roído sus tobillos de forma calmada, casi metódica, hasta que se desplomaron sobre el fango. Allí, inmóviles, los papeles se habían invertido, y los animales de granja pasaron a ser los verdugos, cebándose con todos ellos.

El oficial Reade inspiró hondo, arrojó la antorcha y mandó a sacar los arcabuces. -¡Disparen al cuerpo!- gritó con su arma de fuego en su mano izquierda, mientras desenvainaba el sable con la derecha.- Si las bestias se siguen moviendo, ¡Avancen a sablazos! - Predicando con el ejemplo, fue el primero en disparar. El puerco que tenia delante encajó el disparo en todo su vientre, explotando en un serpentín de vísceras y grasa.

El resto de la piara detuvo el banquete al oír el disparo. Al levantar la cabeza, se podía apreciar dos colmillos insipientes que brotaban de sus quijadas. Una pelusa desmarañaba les poblaba la frente, dándoles un aspecto salvaje, indómito. "Estos ya no son animales de granja", pensó Everet. "Lo que sea que paralizó a los habitantes y poseyó a los cuervos también revirtió a estos animales a su estado más salvaje". Arrojó su arcabuz, pues ya no le iba a dar tiempo para recargar. Empuñó su sable con las dos manos, y reafirmó su orden.

-¡Disparen y desmonten de inmediato!¡Esta va a ser una larga noche!

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⏰ Last updated: Mar 18, 2020 ⏰

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