La caza de Lilith

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-El dragon del mar-

Los padres del joven Benja siempre le insistían en que debía trabajar duro, llevando las almas de los marineros al purgatorio, para poder crecer hasta convertirse en un auténtico dragón del mar. Pero Benja prefería vagar por los mares, tranquilo, dejándose llevar por las corrientes. Porque, aunque sea de forma desapercibida, un caballito puede hacer grandes cosas que un dragón es incapaz de imaginar.

-La princesa del Mar-

Shirley estaba cansada. Cansada de los estereotipos rocosos e inamovibles, de ser anciana pero descerebrada, de su gran belleza desapercibida y de que siempre la acusaran de ser tóxica. ¡A ella! Que solo se limitaba a estar a la defensiva. Además... ¿Quién estaba libre de toxinas?

-Lejos de casa-

Las aguas del río amarillo eran cálidas, los depredadores escasos y las corrientes tranquilas, de modo que todos los seres que allí habitaban vivían de forma apacible y despreocupada.
Así que, como es lógico, Allison decidió abandonar esas aguas monótonas y aburridas.

-La Linterna de Dios-

Es curioso cómo, en el lugar y el momento ideal, tan solo un tenue brillo puede romper drásticamente la más absoluta oscuridad", pensó Tatiana una vez hubo atraído a los peces con su cola para poder comérselos. "Tan solo un tenue brillo.

-El diablo negro-

Todos la llamaban 'el Diablo Negro'. Pero ni era un diablo ni era negro. Había ganado ese renombre porque siempre acababa con la vida de todos sus amantes, como si de una viuda negra se tratase. Lo que todo el mundo omitía era la parte de la historia en la que ella simplemente se defendía de aquellas garrapatas de mar que se adherían a su cuerpo sin su consentimiento. Porque a nadie le importaba esa parte. Y mucho menos les importaba su nombre real, que había sido Tifany. Pero eso ya nadie lo recuerda. Ni siquiera ella lo recuerda. Pobre Diablo Negro.

-Vida eterna-

Monse tenía el poder de regenerarse, así que la muerte no le preocupaba. ¿Qué más daba? No podían morir sus órganos ni sus extremidades. Ni siquiera su esqueleto cartilaginoso le preocupaba.
Sin embargo, Monse era consciente de la gran diferencia que había entre ignorar algo y desconocerlo. Ignorarlo implicaba participar y tomar acción en su vida (o en su muerte que, en este caso, no le preocupaba). Aunque a nosotros sí que nos preocupa. No la nuestra, sino la suya. Pues a pesar de conocer el concepto de "muerte" (y despreocuparse), había otro concepto que Monse desconocía. "Especie en Peligro de Extinción".

-Un juego inofensivo-

Hacía años que estaba solo en aquel río. Y hacía días que ningún bañista se acercaba lo suficiente para poder arrastrarlo a las profundidades y comerse sus entrañas.
Cansado de esperar, Leonardo salió del agua y fue de visita al pueblo costero más cercano haciéndose pasar por un niño pequeño. Los humanos hablaban de su especie como si de criaturas mágicas se tratasen (lo cual no dejaba de ser una verdad a medias). Hablaban de Leonardo como un ser horrible y despiadado (como si ellos no degollaran cerdos, despellejaran conejos o desplumaran gallinas). Lo que tanto les aterrorizaba no era ni su aspecto de anfibio ni sus costumbres carnívoras. Lo que les aterrorizaba era lo que compartía con ellos. Su parte más humana, con la que se podían identificar.
En esto pensaba cuando unos niños se pararon a saludarlo y se vieron reflejados en el agua de su cabeza. "¡Uala! ¡Tienes un mini estanque en la cabeza! ¡Qué curioso! Oye, hablando de estanques... ¿quieres bañarte con nosotros?

-Solo la realeza-

La sangre de Shanthy se basaba en el cobre y no en el hierro. Esto la convertía, automáticamente, en una auténtica reina de sangre azul. El resto de pulpos asumieron que su sangre debía ser negra. Al menos, negro era lo que veían. Tinta negra. Por eso Shanthy no podía mejorar sus condiciones. Porque entonces descubrirían que todos tenían la sangre azul. Y ya ves tú cuál sería la gracia de ser reina si todo el mundo formara parte de la realeza...
La parte divertida es que, fuera de su reino, Shanthy había sido clasificada como "un mito" y no como reina. ¡Ay, si supiera!

-Del mas alla-

Las orcas somos inteligentes y sociables", le había dicho alguien. Quizá había sido su madre, quién sabe. Jeen solo recordaba frases, pero no orcas. ¿Y por qué usaba el verbo "ser"? Ese verbo no daba lugar a excepciones. Y Jees amaba las excepciones. "Las orcas tenemos nuestro propio lenguaje, ¿por qué no lo usas?". Pero Jees sí que usaba su lenguaje. Lo usaba para pensar. ¿De qué otra forma si no iba a poder pensar? Claro que si no proyectaba sus pensamientos en palabras, ¿cómo iban a saber que pensaba? Aunque algunos hablaban sin pensar, así que no podía ir tan ligado. "Las orcas tenemos que cazar en grupo, ¿cómo vas a comer tú sola?". Eso no preocupaba a Jees en exceso. Quizá había otras opciones aparte de cazar. Pero todas esas ideas nunca pronunciadas morían en la mente de L... Lin... o Jees... No lo sé, no la recuerdo. ¿Cómo podría existir una orca asocial? Una orca asocial no tiene a nadie y si no tienes a nadie no eres nada. En eso consiste la sociedad. Así que os pido disculpas porque, al final, no os he contado nada de nadie.

-Contra la marea-

Hace mucho tiempo que conocí a una joven maravillosa. Se llamaba kath. Lo mejor de kath es que tenía la capacidad de ver con facilidad las bondades y aptitudes de los demás, pero nunca las suyas propias. Afortunadamente, yo pude conocerla, quizá mejor de lo que ella jamás se conocerá, y os aseguro que era elegante, delicada y tierna. Tanto era así, que muchos depredadores la veían como presa fácil. Pero de qué poco sirve la fuerza contra la agilidad. ¡Y qué vida miserable la de la presa que huye! Kath jamás huía. Vivía de forma despreocupada, sin dejarse amedrentar y, cuando los depredadores se acercaban, ella los esquivaba. Y lo hacía de una forma tan natural que no malgastaba su energía en evitarlos, sencillamente lo hacía, al igual que sus pulmones respiraban y su corazón latía sin pedirle permiso. Así era Kath. Elegante, delicada y tierna. Genuina. Aunque ella jamás se diera cuenta.

-Lo bello de la vida-

Leila se preocupó tanto por su coraza exterior que se olvidó de fortalecer su interior, blando como el barro recién mojado. El interior le daba igual. Al fin y al cabo, sólo podían dañarla por fuera.
Pero había tres cosas que Leila no sabía. La primera, que había alguien que sí podía llegar a llegar a su interior y hacerle daño, y era ella misma. La segunda, que el daño interno es mucho más doloroso y complicado. Y la tercera no la sabía ni Leila ni nadie. Y mucho menos yo.

-Hasta que no quede nada-

Hay gente que cree que sobra. No estoy diciendo que nadie sobre, eso no lo sé. Estoy diciendo que hay gente que CREE que sobra (y, curiosamente, la mayoría de gente que sobra no suele pensarlo). Quiero aprovechar este sencillo pensamiento para hacer algo con él. Como si fuese un cocinero. Un buen cocinero lo aprovecha todo. Hasta las espinas. Y si las tira a la basura, entonces no es tan buen cocinero, porque está desperdiciando una fuente de calcio. Con ellas puedes hacer caldos, arroces, harina de pescado o incluso agujas, joder. Nada se desperdicia. Nada sobra. Entonces, ¿cómo vas a sobrar tú? Si no tienes nada que hacer, al menos, disfruta de este plato, que me ha costado horas cocinarlo. Y sí, con el plato me refiero al . Porque si has disfrutado de alguna sirena, entonces ya ha merecido la pena. ¿Te das cuenta?

shelter: Canela para el corazon vol. 0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora