¿Puedo robarte un beso?

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«¿Puedo robarte un beso?». Tu urgencia me excita... descoloca. Sobre todo porque nunca antes habías insistido, en nada.

Estoy con gente en casa. Tras un primer mensaje en el que pedías vernos y mi negativa, este segundo mensaje despierta en mí las ganas de ser malo, muy malo. Respondo: «ven a la puerta de mi casa en media hora».

Y como estás siendo traviesa, decido serlo más. Voy a llevarte a ese pequeño escondite que hay en el sótano de mi casa. Una bodega de techos bajos y oscuras intenciones. Balbuceo una inexplicable excusa a mis amigos y salgo a la terraza casi sin ropa. No puedo abrigarme porque no voy a ningún sitio. Espero helado ante la puerta del sótano y te envío instrucciones para encontrarme. Desde mi madriguera, observo divertido como te pierdes en un jardín con escasa luz. Hasta que me encuentras y sin decir nada me agarras y me robas, efectivamente, un beso.

Desconocida, con un ímpetu incomprensible, teniendo en cuenta que es la segunda vez que nos vemos. Dudo sobre mi siguiente paso, pero la idea de que alguien se asome a la terraza y entienda o no lo que está ocurriendo provoca en mi una excitación aun mas intensa y me lleva a arrastrarte hacia el sótano.

Cuando por fin veo tus ojos, la sorpresa continúa: solo leo deseo. Un deseo que no sé de donde sale. De tal intensidad que me cuesta interpretarlo y en el que ni siquiera me identifico como receptor. De pronto, todo parece fuera de lugar, sintiéndome como el protagonista de una película. La realidad se aleja, sustituida por una rapidísima secuencia de sensaciones.

Hablo y no me escuchas, me muevo y siento su presencia sumisa, como si fueras la presa de un cazador cegado por la adrenalina que ya no puede escapar de la persecución. Temor y morbo se funden, tus manos recorren  todo mi cuerpo, tu boca atrapa a la mía, y tus ganas me tensan y derriten simultáneamente.

Atrapada entre mi cuerpo y la pared, escucho tu respiración entrecortada y mis gruñidos, casi rugidos. No sé de dónde me sale esta bestia, pero tu cuerpo se erizan. Y cuando de tu boca pretenden salir una débil frase, «¿qué haces? No hemos venido a esto», mi mano desata tu pantalón en medio segundo, colándose tras tus bragas e introduciendo un astuto dedo dentro de un empapada vagina.

El golpe de deseo me anula. No digo nada o tu  balbuceas un «hay gente ahí arriba». Y sigues, sigues metiendo tu lengua en mi boca en la cual ahogas tus gemidos de placer, introduzco  otro  dedo más en un feminidad que aglutina sangre irracional  y mi miembro... mi verga que encuentra su camino tan, tan fácil.

Da un sobresalto al sentirme entrar en su cuerpo suavemente, no logro entrar por completo dentro de ella cuando me detiene y me susurra entre gemidos «no, no lo hagas, aun soy virgen», pero esto no me detiene, sus intensos gemidos y la posibilidad de que nos escuchen aumenta mi excitación y la lujuria en mi cuerpo y acto seguido procedo a introducir todo mi miembro dentro de ella, sujeto sus caderas con firmeza mientras la envisto intensamente, sus gemidos aumentan, sus manos acarician mi pecho y mi rostro mientras no para de gemir y besarme a la vez hasta que juntos logramos llegar al éxtasis.

Y Como si se tratase de una cinta de casete en modo fast forward. Han pasado segundos. Me has robado... un beso, pero yo te he robado algo más que un beso.

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