As de ♥

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El City Center, la Torre Stratosphere, el Caesar's Palace, las Fuentes del Bellagio, los clubs de Fremont Street, las lujosas tiendas del Crystals... «La Ciudad del Pecado» se había transformado en un decorado gigante de cartón piedra, un diamante falso en una tiara de plástico. El Flamingo también lo era, con sus luces de neón, su decoración Art Decó y sus habitaciones en tonos rosa pastel con televisión de plasma. El Flamingo...que se erigió en la ciudad por Bugsy Siegel con dinero sucio del crimen organizado. El Flamingo...bautizado con el nombre de su amante de piernas delgadas e interminables.  ¿Lo sabrían los flamencos que se aburrían mortalmente en su estanque artificial? ¿Qué quedaba de sus días de gloria con Sammy Davis Jr., Sinatra, Dean Martin y Jerry Lewis?, ¿del glamur en el que se sumergieron  Clark Gable, Lana Turner o Judy Garland? Quién sabe, puede que también fueran estrellas de purpurina en un vodevil de segunda.

No le dije lo que pensaba, en parte porque Casandra, mi mejor amiga, había planeado esa escapada, este fin de semana de chicas, con mucha ilusión y en parte porque no quería darle la razón, siempre dice que "me cuesta desconectar". Nos arreglamos  y bajamos al casino. Me negué a jugar en las máquinas traga monedas. Había algo sórdido,  desesperanzado y patético en los rostros de los que alimentaban sus fauces esperando el oro de la «Tierra de las segundas oportunidades». Mejor los dados. Casandra aceptó, le cuesta decir que no. Puede que fuera porque en realidad no me importara ganar o perder, puede que porque a ella sí, pero ganamos una partida tras otra y la gente se agolpó a nuestro alrededor jaleándonos como a dos boxeadores en un ring. No me gustó esa sensación de ser observada, por eso sin dudarlo mire a mi amiga y le dije:  «Dejémoslo ahora que estamos de racha». Aceptó de nuevo. Se acercó un camarero. Un hombre sentado en una mesa de póquer  nos invitaba a una copa de un finísimo licor, Casandra busco con la mirada a aquel hombre y mirándolo fijamente aceptó por tercera vez y tomo la copa levantándola en forma de agradecimiento y la bebió, yo por mi parte la seguí.
El hombre se que en ese momento nos observaba se levanto de la mesa de poker se acerco hacia nosotras y se presentó ceremonioso. El era alto, guapo y de contextura delgada pero musculosa, nos dijo que era un empresario que se encontraba aquí para tomar un descanso de su trabajo, por lo visto nos había estado  observando y quería que fuéramos su amuleto. ¿Por qué no?

Me gusta el póker, mirar a los jugadores, interpretar sus gestos, adivinar si es un farol o una buena mano. Y me gustó mirarle a él. Puede que fuera porque en realidad no le importara ganar o perder, puede que porque sí, puede que porque realmente éramos amuletos, pero ganó una partida tras otra. Nos regaló dos fichas de 5.000 dólares y nos invitó a su suite. Pidió un Moët & Chandon, brindamos por Las Vegas y me senté en uno de los sillones para saborear el champán. Las luces de la calle Strip y de la noria High Roller brillaban al otro lado de la ventana y me arrastraron con su parpadeo hipnótico.  Me dejé llevar...

Los gemidos me sacaron de mi ensueño. Cuando dirigí la mirada hacia donde provenían esos gemidos vi que Casandra Se la chupaba con suavidad, demorándose en el glande rojizo que brillaba húmedo por la saliva, recorriendo toda la superficie  con la lengua,  engullendo sus huevos como si quisiera demostrarle que sabía comerla muy bien.  Parecía disfrutar de la lentitud, hasta que le presionó la nuca y se la hundió hasta la garganta. Comenzó a chupársela con fuerza y el sonido rítmico de la mamada inundó la habitación. Él se arrodilló sobre las sábanas arrugadas y comenzó a cogerse su boca mientras me miraba a los ojos como si estuviera follándose la mía. Me sumergí en los suyos y escudriñé en su interior. Su juego era tan simple como banal. No era más que un cliché de tipo duro, un imitador de Elvis, otra parte del decorado. Pero me excitaba su mentón, su perilla, su boca, quizá supieran dar placer. La agarró del pelo y la separó con brusquedad.  Su miembro viril, grande y húmedo por la saliva me apuntó y su mirada dobló  la apuesta. No me levanté. Ya conocía sus cartas. Me subí el vestido, separé las piernas y le mostré las mías.

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