Capítulo 1

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Sarah observaba en silencio como dormía el bebé en su cunita. Era como si temiese moverse y hacer algún ruido que despertarse a su pequeño. Hacía tan sólo unos meses que había nacido, pero su orgullosa madre estaba convencida de que sería un niño inquieto y soñador al igual que su padre.

Sarah recordaba perfectamente el día en que conoció a Leland. Ella trabajaba en una taberna hasta altas horas de la madrugada en el puerto espacial, cerca de los embarcaderos. Allí fue precisamente donde vio por primera vez al que sería su futuro esposo. Era un joven alto y fornido, con el pelo castaño y una barba un tanto descuidada que enmarcaba su rostro y acentuaba sus facciones. La primera impresión fue, sin lugar a duda, arrolladora. Sarah observó ensimismada como aquel desconocido se acercaba a la barra.

- Sírvame una jarra de cerveza y una comida caliente.-pidió después de sentarse en uno de los taburetes de madera, destartalados por el uso.

Sarah tardó unos segundos en reaccionar. Seguía inmersa en sus pensamientos. Sacudió ligeramente la cabeza.

- Oh... sí, ahora mismo.

Le sirvió torpemente la bebida y se dirigió a la cocina a por un plato de estofado, tropezándose con todo lo que se encontraba a su paso. Se sentía ridícula y avergonzada. Aunque no tenía razón para estarlo. El muchacho se percató de todos sus deslices y torpezas, pero le resultaban adorables.

Tras unos minutos Sarah salió de la cocina con un plato lleno a rebosar. Lo dejó frente al joven, aún ruborizada. Cuando encontró el valor suficiente para mirarle sin sentirse abrumada, se encontró una cálida y amplia sonrisa.

- ¿Puedo saber cuál es tu nombre?- preguntó el muchacho.

- Sa-Sarah.-contestó ella tímidamente, poniendo un mechón de pelo detrás de su oreja.

- Encantado Sarah, yo soy Leland.

Pasaron horas hablando, la confianza que surgió entre ellos fue instantánea. Parecía que podían contarse todo. Sarah le habló de las personas que pasaban por la taberna a diario, desde grumetes y pinches de cocina hasta almirantes y capitanes condecorados. Leland por su parte, le contó sus aventuras como tripulante. Había estado a bordo tanto de barcos comerciales como de expediciones para descubrir los rincones más apartados de la galaxia. Sarah escuchó atentamente las historias de Leland como si se tratase de un cuento.

Unos días después Leland embarcó de nuevo pero pasó por la taberna para despedirse de Sarah y prometerle que volverían a verse. Y así fue. De hecho, cada vez que Leland volvía tras un tiempo navegando, ya fueran semanas o meses, su primera parada era la taberna donde trabajaba Sarah. Y allí estaba ella esperando. Siempre esperando.

Aproximadamente dos años después de su primer encuentro, Leland le pidió a Sarah que se casase con él. Ella aceptó sin pensarlo dos veces. No tenían mucho dinero, pero habían ahorrado lo suficiente como para comprar una vieja casa al final de un camino de tierra en el planeta Montressor, no muy lejos del puerto espacial. Les costó mucho trabajo y sudor adecentarla hasta convertirla en un hogar. Sarah dobló su turno en la taberna y Leland aceptaba cualquier trabajo que le propusieran, aunque fuera poco remunerado. Finalmente, Sarah pudo abrir un restaurante en la planta baja de su propia casa. De esta forma Leland podría compaginar el trabajo en el restaurante con las navegaciones y podrían disfrutar de más tiempo juntos.

Habían pasado otro año desde entonces y un pequeño regalo había llegado a sus vidas: un precioso bebé de pelo castaño con ojos azules. Físicamente se parecía mucho a su madre, pero algo le decía a Sarah que el pequeño tendría el espíritu aventurero de su padre.

Leland llevaba meses fuera de casa. Ni siquiera sabía de la existencia de su hijo. No había forma de comunicárselo, puesto que el correo no se podía enviar hasta un barco en medio de la galaxia. Sarah estaba deseando que volviera, aunque no sabía cuándo lo haría.

Mientras pensaba aquello, se quedó dormida en un sillón junto a la cuna donde estaba su pequeño bebé. Tenía miedo de dejarle sólo y que le ocurriera algo. En medio de la noche, oyó un ruido y se despertó sobresaltada. Alguien llamaba a la puerta. Ella se encontraba en el primer piso y se acercó a una ventana para ver quién era. Llovía a cantaros y el agua no dejaba de caer sobre el cristal, formando una cortina que impedía ver con claridad lo que había al otro lado. Aun con todo, Sarah distinguió a la persona que no dejaba de aporrear la puerta. Era su amado esposo, Leland. La felicidad inundó cada fibra de su ser.

Cogió al pequeño bebé con cuidado y bajo las escaleras despacio. El trayecto hasta la planta baja de le hizo eterno, pero no podía apresurarse más. No quería dañar al niño. Cuando por fin llegó a la puerta, acomodó al bebé sobre un brazo y abrió los cerrojos. Al otro lado se encontraba Leland, empapado de pies a cabeza. Al ver al pequeño en brazos de Sarah se quedó paralizado.

- ¿Es... es...?- las palabras se le atascaban en la garganta.

- Es tu hijo, Leland.- dijo Sarah con dulzura y una amplia sonrisa.

Leland entró en la casa y cerró la puerta tras de sí. Dejó caer la bolsa que llevaba a la espalda con su equipaje. Pasó unos minutos observando al bebé en silencio. No sabía cómo reaccionar. Acarició la cabecita del bebé con suavidad. El pequeño se despertó y miró a su padre con sus grandes ojos azules, iguales a los de su madre. Pareció saber quién era aquel hombre puesto que dejó escapar una risa y empezó a abrir y cerrar sus manitas. Leland se emocionó y cogió a su pequeño en brazos. Le dio un tierno beso en la frente y lo abrazo con delicadeza. El bebé no dejó de reír y hacer gestos que denotaban que estaba feliz.

- ¿Ya has pensado un nombre para él?- preguntó Leland a Sarah.

- Me gusta James. James Pleiades.-respondió ella acercándose.

- Es un nombre precioso, Sarah.- le dio un beso y se dirigió al bebé.- Tu nombre será James Pleiades Hawkins. ¿Te gusta?

El bebé soltó otra risa y aplaudió descompasado.                     

- Creo que eso es un sí.- dijo Sarah riendo. Leland asintió y rio con ella.

Lo que ellos nunca venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora