Capítulo 4

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Los primeros rayos de sol del día se colaban perezosamente por una pequeña rotura en las contraventanas de madera. Sarah había dejado de insistir a Leland para que la arreglase hacía tiempo. Ella misma probó suerte reparándola, sin mucho éxito.


Leland se desperezó y fue al baño a asearse. Decidió afeitarse ya que había pasado cierto tiempo y la barba empezaba a ser demasiado larga. Mientras afilaba la navaja recordó una frase que Sarah le dijo durante una etapa de rebeldía en la que se negaba a afeitarse.

- "¡Leland, haz el favor de quitarse esa barba! ¡Pareces un indigente del puerto estelar!"

No sabía porque recordó aquello después de tantos años pero no pudo reprimir una carcajada.

Le gustaba estar en casa. Y no solo por poder afeitarse sin temer que se derramase el agua o hacerse un corte en el cuello ante cualquier movimiento brusco del barco. Le gustaba sobre todo estar con su familia, aunque no era algo que expresara con facilidad.

Una vez hubo acabado, se miró al espejo. Parecía mucho más joven, casi un niño. De hecho, se acordó de cierto niño al que en pocos años tendría que enseñar a afeitarse, como él acababa de hacer.

Al salir del baño, que se encontraba junto a la habitación principal, observó asomado por la puerta entreabierta como Sarah dormía. Pensó que ella se merecía un día para quedarse en la cama, sin tener que levantarse para preparar el desayuno y ordenar la casa. Al fin y al cabo, era su día de descanso y no habría clientes. Además sentía que era una buena oportunidad para demostrarle a Sarah que de verdad quería cuidar de su familia.

De modo que cerró la puerta de la habitación y bajó las escaleras con cuidado para evitar que los crujidos de la vieja madera despertaran a Sarah o a Jim. Una vez en la cocina, empezó a abrir todos los armarios y cajones a la vez que rebuscaba en la despensa. No era un buen cocinero, pero pensó que preparar unos huevos y un poco de pan tostado con mantequilla no sería muy difícil.

Empezó a cocinar y mientras batía los huevos oyó un ruido que provenía del salón. Dejó lo que estaba haciendo y salió de la cocina con sigilo. Si algún extraño había entrado en la casa pensando que todos estarían durmiendo no era muy inteligente delatarse. Se acercó sin hacer ruido y antes de entrar al salón se detuvo en la puerta. Aguzó el oído y escucho dos voces amortiguadas que provenían del interior.

- "Y el más temido de todos era el afamado Capitán Nathaniel Flint..."

- ¡Vaya!

Al oír la voz de su hijo se tranquilizó y tras exhalar un suspiro de alivio entró y se encontró al pequeño sentado en el suelo con el pijama puesto y un libro sobre las piernas.

- Hola pequeñajo. Me has dado un susto de muerte. ¿Por qué no estás en la cama durmiendo?

- Es que fui al baño y ya no tenía ganas de dormir más. Quería ver tu regalo.- Dijo el niño con una gran sonrisa.

- ¿Tu regalo? ¿Te... te refieres a ese libro?- Leland se quedó de piedra. No había pensado en que Jim podría confundir el paquete que había dejado la noche anterior sobre una de las mesas del comedor con su regalo.

- Sí, me gusta mucho. ¡Eres el mejor papi del universo entero!

Jim se levantó para abrazar a su padre. Leland se agachó para estrechar a Jim entre sus brazos. No podía decirle que ese libro no era su regalo, no después de ver que era tan feliz.

- Oye pequeñajo, estoy preparando el desayuno. Es una sorpresa para mamá. ¿Quieres venir a ayudarme?

- ¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ!- gritó Jim entusiasmado.

Leland se llevó el dedo índice a los labios, indicándole a su hijo que debían guardar silencio.

- No podemos hacer mucho ruido o despertaremos a mamá y ya no será una sorpresa.

- Es verdad.- susurró Jim.

Leland cogió de la mano al pequeño y lo guio hasta la cocina.

***

Sarah se despertó al percibir un ligero olor a quemado. Al incorporarse observó que Leland no estaba a su lado. No le dio mucha importancia. Ni siquiera sabía si había dormido en aquella cama después de la discusión de la noche anterior.

Al salir al pasillo, notó que el olor era mucho más fuerte de lo que en un principio le pareció. Alarmada, fue a la habitación de Jim. Al ver que no estaba allí, se puso aún más nerviosa.

- ¿Jim? ¿¡JIM!? ¿¡DÓNDE ESTÁS!?

Sarah salió corriendo a buscar a su hijo. Al llegar a las escaleras vio que un humo grisáceo se empezaba a esparcir por la planta baja, proveniente de la cocina. Bajó a trompicones los escalones. Entró gritando en la cocina.

- ¡JIM!

- ¡Mami! ¡Sorpresa!- dijo el aludido, mientras se apresuraba a abrazar a su madre.

- Jim, cariño. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?- dijo Sarah mientras abrazaba fuertemente a Jim.

- Estoy ayudando a papi a hacer el desayuno y se le ha quemado el pan.

- Nada que un poco de mantequilla no pueda arreglar.- dijo Leland con un tono sarcástico mientras retiraba el pan casi carbonizado del fuego.

Sarah seguía abrazando a Jim y miró a Leland de forma inexpresiva. Se había quedado paralizada por el susto que se había llevado.

- Era solo una broma. Pondré a hacer más.

Tras unos segundos Sarah reaccionó. Se separó de Jim, que ahora la miraba extrañado.

- ¿Qué te pasa mami?

- Oh, nada mi niño. Es que me había asustado al ver el humo. Pensé que te había pasado algo malo.- hizo una pausa y miró a su hijo dulcemente. - ¿Por qué no pones unos platos en nuestra mesa del comedor? Tu padre y yo acabaremos de preparar el desayuno.

Jim asintió sonriente. Sarah le dio tres platos. Jim los cogió con sumo cuidado y salió al comedor.

Sarah se acercó a Leland sin decir una palabra y puso unas nuevas rebanadas de pan a tostarse.

- Lo siento Sarah.

- Solo es pan. Nada que no pueda arreglarse.

- No me refería a eso.- contestó Leland con un aire desolado.

- Ya lo sé, Leland. Lo sé.

Sarah miró a Leland y vio el arrepentimiento en sus ojos. Esbozó una sonrisa sincera, acarició la mejilla de su marido y le dio un tierno beso.

- Estás muy guapo sin barba.

Leland sonrió y los dos siguieron preparando el desayuno.

Lo que ellos nunca venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora