Capítulo 10

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Mientras observaba como Jim y Alice se alejaban sobre la tabla, Rob notó unos tirones en la pernera de su pantalón. Al darse la vuelta se encontró con Sophie, la más pequeña de los hermanos, que le miraba con sus enormes ojos, roja como un tomate.

- Oye Rob, ¿después me darás un paseo a mí?

La niña se giró hacia Abigail, su hermana mayor, sin esperar la respuesta. Rob miró en la misma dirección y vio como Abigail le hacía un gesto a su hermana pequeña, con los pulgares de ambas manos levantados y un guiño sobreactuado. Sabía que Rob la estaba mirando y quería burlarse.

Sophie se volvió para mirar de nuevo a Rob, que le dijo que por supuesto le daría un paseo. La pequeña se abrazó a sus piernas y Rob le acarició cariñosamente la cabeza, mientras le lanzaba a Abigail una mirada letal. Esta no pudo contenerse y empezó a reír sujetándose el estómago. Rob le tapó los oídos a Sophie para que no escuchase lo que iba a decirle a su hermana.

- Eres de lo que no hay. Utilizar a tu hermana pequeña para reírte a costa de ella.

Abigail se enjugó las lágrimas, que se le habían saltado de tanto reír.

- No me rio de ella, me rio de ti.

Rob puso los ojos en blanco y suspiró. Sophie soltó las piernas de Rob y este le dedicó una sonrisa. La pequeña se ruborizó otra vez y corrió hacia su hermana. Abigail la sentó en su regazo y se puso a hablar con sus hermanos, que seguían discutiendo sobre quién sería el siguiente en subir.

Unos instantes después, Jim y Alice aparecieron sobre la tabla, entre los árboles. Los demás salieron a su encuentro. Jim dirigió la tabla hacia terreno llano y dio un par de vueltas alrededor de los niños, disminuyendo la velocidad hasta que la tabla se detuvo.

Jim y Alice se bajaron y Rob le tendió la mano a Sophie.

- Creo que le debo un paseo ¿verdad, señorita?

La pequeña sonrió y agarró su mano. Rob la dirigió hasta donde Jim había hecho aterrizar la tabla y la subió. Abigail intentó subirse con ella pero Rob la detuvo.

- ¿A dónde crees que vas?

- Voy con vosotros, no puedo dejar a Sophie sola.

- No te preocupes, cuidaré bien de ella. Si quieres dar un paseo, antes debes pedírmelo. Además, la señorita y yo queremos un poco de intimidad.

Abigail no contestó, se quedó plantada en el sitio, estupefacta. Rob se subió a la tabla y se colocó detrás de la pequeña, sujetándola bien para que no se cayera.

- Tienes que agarrarte muy fuerte. ¿Lista?

La pequeña asintió y Rob pisó el pedal para poner en marcha la tabla.

- ¿Tienes miedo? – gritó Rob para que se le oyera por encima del sonido del motor.

La pequeña negó enérgicamente con la cabeza.

- En ese caso, ¡despegamos! Diles adiós a los demás.

La pequeña soltó la mano un instante para despedirse y volvió a sujetarse con fuerza, como le había indicado Rob.

- Así me gusta, que me hagan caso.

- Eres de lo que no hay – intervino Abigail, imitando el tono que había utilizado Rob hacía un momento.

Rob se limitó a encogerse de hombros con una expresión burlona. Empezó a acelerar lentamente para no asustar a la pequeña.

Los niños exclamaron de nuevo cuando la tabla se alzó. Había empezado a atardecer y el cielo tenía unos tonos anaranjados, lo que hacía la escena particularmente hermosa. Abigail observó sonriendo cómo se alejaban.



Entre tanto, había llegado a la posada un hombre un tanto estrafalario. Se trataba de una especie de anfibio humanoide. Tenía unos grandes ojos saltones y la piel verdosa. Traía consigo un maletín con compartimentos y bandejas llenos de artilugios. El hombre-anfibio había sacado una cinta para la cabeza con pequeños brazos articulados que sostenían lupas de distintos aumentos para ambos ojos. Tras colocársela, se agachó sobre el suelo y empezó a recorrer el pasillo de la planta superior impulsándose con las ancas traseras, como si fuese un perro que sigue el rastro que ha olisqueado.

Sarah y Leland lo observaban extrañados.

- Leland querido, sabes que no me gusta desconfiar pero no crees que sus métodos son un poco... en fin, míralo.

- Sí, puede parecer un poco rarito, pero me han asegurado que en cuanto a temas de plagas es el mayor experto de la zona.

De repente, el hombrecillo se detuvo y retrocedió unos pasos. Cambió las lupas por otras de mayor aumento y alzó una pata.

- ¿Podría alguno de ustedes pasarme las pinzas que están en mi maletín? Las que parecen unas tijeras.

Sarah le hizo un gesto a Leland con la cabeza para que las buscase él. Estaban en la primera bandeja, así que no le costó encontrarlas. Se las dio al exterminador y este tocó la mano de Leland al coger las pinzas. Leland volvió donde se había quedado Sarah.

- Es viscosito – dijo mientras se frotaba los dedos.

- Oh, por favor – refunfuñó Sarah mientras le limpiaba la mano con su mandil.

El exterminador se incorporó de un salto y profirió una exclamación.

- ¡AJÁ! Aquí está el problema – dijo mientras sostenía en alto la pinza. Al levantarse de forma tan repentina se le habían movido un par de lupas, haciendo que sus ojos saltones parecieran dispares.

Leland se aproximó y el hombrecillo le acercó la pinza para enseñarle su hallazgo.

- Tendrá que disculparme, pero no sé qué estoy viendo.

- Ah, el ojo inexperto. Se trata de una isóptera, más conocida como termita.

- ¿¡TERMITAS!? – exclamaó el matrimonio al unísono.

- Sí señores, termitas. No tardarán mucho en propagarse por toda la casa, si es que no lo han hecho ya – explicó mientras se apoyaba en la barandilla, que cedió a su peso y se partió, haciendo que el hombre se desestabilizase y cayese rodando por la escalera. – ¿Ve lo que le decía?

- ¡Oh, cielos! ¿Está usted bien? – preguntó Sarah bajando con cuidado las escaleras, apoyándose en Leland, que iba por delante de ella.

- Sí, sí. No se preocupe, he tenido aterrizajes peores – contestó el exterminador mientras se sacudía el polvo. – En fin, vendré mañana con mi equipo para inspeccionar la casa, pero puedo adelantarle que no les saldrá barato.

Sarah miró un momento a Leland con preocupación y se dirigió al exterminador.

- Verá, el caso es que no tenemos mucho dinero y no podemos trabajar estando la casa en estas condiciones.

- Lamento oír eso señora, pero yo cobro por adelantado. Puede acudir a otro profesional, aunque me temo que seguirá saliendo caro. Además yo no confiaría el trabajo a cualquiera teniendo en cuenta la antigüedad de la casa y su estado actual. En fin, si precisan de mis servicios ya saben dónde encontrarme.

El hombrecillo recogió sus cosas y se fue. Leland le acompañó hasta la puerta, le agradeció que hubiese ido y se disculpó por las molestias.

- No se preocupe, no me ha llevado mucho tiempo. Siento no poder ayudarles.

Leland asintió amargamente y cerró la puerta. Sarah se había desplomado en el asiento del ventanal que se encontraba al fondo del comedor. Leland se sentó a su lado y al hacerlo, las tablas crujieron. Sarah suspiró tristemente.

- ¿Qué vamos a hacer ahora? La casa se nos cae a pedazos.

Leland estrechó a su esposa entre sus brazos y le dio un beso en la frente.

- Lo arreglaremos. Aún no sé cómo, pero lo arreglaremos.

Lo que ellos nunca venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora