Malas nuevas de San Guillermo

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Lo recuerdo, lo recuerdo borroso, creí que ya lo había olvidado, pero el otro día lo recordé mejor.

En aquel entonces yo era tan inconsciente de todo que ahora que lo comprendo duele como si estuviera pasando ahora mismo.

Mirada azulina con ojos amoratados, por su causa mis propios ojos azules tienen una mirada completamente azul, con esos mismos ojitos me miró a través de la rendija y me pidió que me acercara, con voz suave, yo fui, no se si gateando o caminando, pero gracias al cielo fui, hizo un gesto y obedecí colando mi mano por aquel pequeño agujero, el estaba recostado, la tomó con ambas manos con fuerza y la besó.

Yo lo amaba y el me amaba, el amaba a todo el mundo, sobre todo a mamá, sobre todo a mí, tal vez incluso a papá

Yo no sabía que lo quería, pero se puede ver en las fotos que Paul guarda con tanto recelo, yo era un bebé de no más de dos años y él, cinco años mayor, me sostiene en sus brazos; él sonríe radiante y yo le sonrío de vuelta, sé que eso es amor porque ahora que soy padre, vi esa misma expresión en los ojos de mis hijos. A veces cuando estoy solo me abrazo a mi mismo para recordar lo que se sentían sus brazos, pero la sensación se ha ido y solo queda la idea.

Por qué no me pareció anormal que estuviera allí dentro, tal vez porque para mí el verlo así era pan de cada día desde que lo conocí, me culpo por no hacer nada, pero me consuelo diciéndome que yo simplemente era un niño, ¿qué podría haber hecho?

Sé que me pidió que me acercara, pero su voz no se oye, me gustaría escucharla, supongo que hablaba como cualquier niño.

Yo no sentía tanto miedo al ver como le pegaban, yo me crie con eso, pero los gritos de Paul siendo sujetado por mamá y rogándole a papá para que parara siguen en mi mente, Noel estaba en silencio, a lo mucho se escuchaba un "¡Ay!", pero yo no quiero recordar eso, no quiero recordar cómo se sentía la felpa de mi peluche mientras lo abrazaba presenciando semejante golpiza, yo quiero recordar su calor corporal y como olía, supongo que su aroma, era como el olor a niño/ bebé de alguno de mis hijos, en ciertos ángulos, ciertos gestos y ciertas cosas se parecen tanto, sobre todo en las benditas cejas y los benditos ojos azules.

De solo ver sus ojitos alegres en las fotografías familiares mis ojos se llenan de lágrimas y cierro el álbum por miedo a que le caiga algo y eso borre la tinta de las fotos.

Busco esos recuerdos lindos en los que jugábamos, en los que corríamos, en los que íbamos al parque y él me traía de vuelta cargándome a lo caballito de bronce.

Cómo dije, lo había olvidado, pero internet está repleto de los detalles, de la secuencia de acciones que desencadenaron en su fin y eso me hace volver a esos momentos, caminar por una casa pequeña a la que le faltaba algo, a la que le sobraba violencia e indiferencia, pero que carecía de cariño, que no era un hogar, si no solo un lugar donde dormíamos y nos pasábamos el día porque no había donde más estar.

Cardenales.

Cardenales en la iglesia, cardenales en el jardín y cardenales en su carita, en sus piernas, en su espaldita, la red está llena de esas imágenes y yo no quiero ver fotos de eso porque yo eso ya los vi, lo vi en directo, vi como cambiaban de color, lo vi reír y lo vi llorando y lo vi llorando y lo vi llorar una y otra vez. En aquel entonces me parecía que él era tan grande, pero era en realidad tan pequeño, pequeño e indefenso como cualquiera de mis hijos.

Yo era pequeño e indefenso como cualquiera de mis hijos, me dijo la terapeuta la semana pasada.

Un día yo estaba corriendo o haciendo no sé qué, me caí y me golpeé, no tan fuerte, pero dolió y me asusté, así que lloré y ahí apareció él y me abrazó tan fuerte, tan cálido, era justo lo que yo necesitaba.

The last paradeWhere stories live. Discover now