PRESENTACIÓN

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Comenzaba otra semana más en la preparatoria, y yo me levanté de la cama como de costumbre, un tanto tarde, después de que mamá y luego papá intentaran sacarme de las sábanas. "Desayuna en el carro, o llegas tarde", me decía mamá cada lunes como si fuera a cambiar algo. Yo sabía que igual llegaría tarde.

El salón estaba inusualmente silencioso cuando entré. Para mi sorpresa, el profesor decidió llegar aún más tarde que yo. En vez de seguir el tema planeado, decidió pedir voluntarios para hacer una exposición libre. Era una de esas actividades de análisis en las que teníamos que elegir un tema y profundizar en él. Nadie parecía especialmente dispuesto, pero entonces, Asher Burton se levantó de su asiento.

Con una expresión que combinaba desdén y un extraño atisbo de satisfacción, avanzó hacia el frente de la clase. Sus compañeros lo miraron con curiosidad y un poco de incomodidad. Asher no era el tipo de chico que compartiera sus ideas, y mucho menos en una presentación voluntaria. Pero, según parecía, había elegido un tema inusual: "Los Humanos".

Yo, Amalia Bristow, crucé los brazos y rodé los ojos desde mi asiento. Asher era enigmático, sí, pero también alguien que rara vez se hacía entender. Y, de alguna forma que no entendía, me molestaba que él hubiera elegido un tema tan amplio como "la humanidad". Como si fuera experto en eso.

Asher comenzó:

—Ser humano es algo más que una cuestión biológica. Significa tener la capacidad de sentir, de sufrir, de cargar con el peso de pensamientos que ni siquiera comprendemos por completo. El cerebro funciona constantemente, el corazón late, y todo esto es una carga. Una carga que algunos no logran manejar. ¿Qué pasa cuando ese peso es demasiado? ¿Cuántos, en realidad, logran aprovechar la oportunidad de estar vivos?

Terminó su exposición y un silencio helado llenó el aula. Asher, con una sonrisa de lado, pareció satisfecho con el efecto de sus palabras. Caminó de vuelta a su asiento con aire despreocupado. Sin embargo, mientras pasaba cerca de mi pupitre, no pude evitar mirarlo con el ceño fruncido.

—Hey, Asher... ¿qué fue eso? —le susurré.

—La tarea, tal vez —respondió él, encogiéndose de hombros.

Fruncí el ceño aún más, sin entender su actitud.

—Así no era la tarea, amigo.

Él soltó una risa seca.

—¿Amigo? Vamos, tú me odias —dijo, girándose hacia mí con una expresión entre burlona y desafiante—. Ven, te lo repito, a ver si logras captar algo. Ser el ser más "inteligente" del universo no siempre es lo mejor. Tener un corazón que late y un cerebro en constante funcionamiento es una carga pesada. Una responsabilidad que algunos inmaduros no están preparados para asumir.

Algo en su tono me incomodaba, y aunque intenté responder, él continuó antes de que pudiera decir algo.

—Pero... ¿quién soy yo para saber eso, no? Mejor pregúntate qué soy, o qué somos. Porque no es lo que parece, aunque lo aparente.

Mis emociones estaban mezcladas: confusión, irritación, y una pizca de fascinación. Asher bajó un poco la voz, inclinándose hacia mí.

—Ves, ya casi soy totalmente humano, ¿no? Pero parece que sigues sin comprender. Mejor... Probemos 13 días siendo humanos. Así te explico bien la complejidad del asunto. ¿Vienes?

La intensidad en su mirada me dejó sin aliento. Por alguna razón que no alcanzaba a entender, asentí, casi sin pensar, a pesar de no comprender en qué me estaba metiendo.

Antes de salir del aula, Asher se volvió hacia mí una vez más.

—Si quieres saber más, ven conmigo esta noche. Te mando un mensaje y te espero ahí.

Asentí con un leve movimiento de cabeza, aún sin entender del todo. Me quedé parada, confundida pero expectante. Asher, el chico que rara vez me dirigía más que algún comentario burlón, ahora me invitaba a reunirse en un lugar en medio de la nada. ¿Debería ir? Arriesgarme a lo que fuera que el misterioso Asher tuviera planeado no parecía la decisión más sensata.

Justo en ese momento, Lana, mi mejor amiga, se me acercó con una mirada pensativa. Ella me conocía mejor que nadie y, al igual que yo, le sorprendía esta repentina interacción con Asher.

—Entonces, ¿qué quería el chico malo? —preguntó Lana con una sonrisa pícara, lanzando una mirada rápida a mi celular—. ¿Eso en el mensaje es algo de lo que debamos preocuparnos?

Suspiré, volviendo a la realidad.

—Mmm... no sé, solo hablamos de su presentación —respondí, tratando de sonar despreocupada—. Me dijo que si quería respuestas a sus preguntas, que fuera a buscarlas esta noche.

Lana frunció el ceño, bajando la voz.

—¿La zona prohibida? ¿Piensas ir? Amalia Bristow, ¿no crees que ya es hora de empezar a ser responsable? Además, no puedes andar dando sustos a tus padres y a tu mejor amiga. —Su tono se volvió cada vez más serio.

Sonreí, intentando calmarla.

—Hey, aún no he decidido nada. Además, ¿qué sería de nuestra amistad si la responsable no tuviera una amiga alocada que le diera algo de qué preocuparse, cierto? —Sabía que ella comprendía mi amor por los desafíos y la emoción de romper algunas reglas. No era la primera vez que Lana cubría mis espaldas.

—Ahora, mejor vamos a mi casa a almorzar y a terminar las tareas de la semana. Seguro mamá preparó algo que te encanta —añadí, buscando distraerla.

Las dos caminamos juntas hasta mi casa, donde mi mamá nos esperaba con una gran lasaña de pescado, la favorita de Lana. En mi casa, Lana era casi como otra hija; mis padres la adoraban. Durante el almuerzo, pedí permiso para dormir en casa de Lana, ocultando el verdadero plan de la noche. Con un pequeño empujón y una sonrisa cómplice, Lana aceptó cubrirme, asegurándole a mamá que nos quedaríamos toda la noche en su casa. Como la mamá de Lana había salido de viaje por unos días, no habría ningún adulto supervisándonos de cerca.

Después de dudarlo unos segundos, mamá accedió, sin saber que, en realidad, mi plan era otro.

13 días siendo humanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora