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Lena sonrió levemente al oír la historia y giró ahora la cabeza dispuesta a prestarle atención.
–Yo aprendí con ocho años. Y, a los nueve, les ganaba ya a Devlyn y a Gareth.
–¿De veras?
–Sí, soy toda una campeona del billar. Puedo demostrártelo.
–¿No tenías un trabajo muy importante que hacer? –dijo Kara, con una sonrisa.
–¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo? –replicó ella, bajando los peldaños de la escalera.
Kara la miró con los ojos entornados.
–¿Qué nos apostamos?
–No me gustaría dejarte sin blanca –dijo ella con un cierto aire de superioridad.
–¿Qué te parece mil dólares?
Eso la hizo parpadear. Pero recuperó en seguida la expresión de desdén e indiferencia.
–Que sean diez mil. Los donaré para la construcción de la nueva escuela.
–¿Y si gano yo?
–¿Qué quieres?
Kara la miró de arriba abajo, presa de una gran excitación sexual. Ella era lo que deseaba.
–Me gustaría llevarte a cenar –respondió kara, apoyada en el marco de la puerta
–Algún sitio agradable. Manteles de lino, rosas en jarrones de cristal, iluminación suave…
–Ya te dije que no me gustan esas cosas románticas.
–No se trata de nada romántico, sino tan solo de una cena civilizada entre amigas.
–Está bien, pero no en Metropolis. No quiero que nadie nos vea juntas y saque una idea equivocada.
–Lena, las dos somos adultas. No tenemos que escondernos de nadie. Si queremos tener una cita, es asunto nuestro.
Ella se mordió el labio inferior y la miró con cara de mal humor.
–¿Una cita? ¿Otra vez con lo de las aventuras románticas? Ya te he dicho que…
–A todas las mujeres le gustan las aventuras románticas. Pero eso depende mucho de la persona que tengan al lado. No te preocupes, cariño, yo soy muy sutil para estas cosas.
–Está bien, acepto la apuesta. Pero la cena solamente, ¿eh? Después cada uno a su casa.
–Me ofendes –exclamó kara, levantando las manos
–Nunca intentaría seducirte sin tu permiso.
–¿Mi permiso? Ya puedes esperarlo sentada en el infierno.
Kara se puso tensa. Lena estaba tratando de provocarla, sin duda alguna. Y lo hacía muy bien. El problema era que estaba convencida de que lo hacía de forma instintiva, sin ser consciente del efecto que su descaro y sus palabras le producían.
Sin esperar su invitación, ella comenzó a sacar las bolas de las troneras y a colocarlas en la mesa.
–¿Quién empieza? –preguntó kara.
–Lo echaremos a suertes –dijo ella, lanzando una moneda al aire
–¿Qué eliges?
–Cara.
–Lo siento. Ha salido cruz –dijo ella sonriendo.
Cuando la vio inclinarse sobre la mesa para dar el primer golpe, comprendió que verla con esas posturas la iba a desconcentrar.
Lena golpeó la bola blanca con tal fuerza que todas las bolas salieron despedidas por la mesa y tres de las rayadas entraron directamente en las troneras con una precisión y maestría que dejó a Kara perpleja.
Luego comenzó a meter bola tras bola, dirigiendo a Kara, de vez en cuando, una leve sonrisa por encima del hombro. Cuando no quedó en la mesa más que la bola blanca, se encogió de hombros, extendió los brazos y alzó una ceja.
–Su turno, señora Danvers.
Kara tomó su taco. Consiguió un buen golpe de apertura, metiendo dos bolas en las troneras. Fue acertando una bola tras otra, pero al llegar a la última, cometió el error de mirar a su rival con una sonrisa de triunfo. El orgullo le jugó una mala pasada y erró el golpe, teniendo que ver humillada cómo ella terminaba la partida, victoriosa. Se hizo un silencio tenso y expectante.
Ella dejó el taco en el soporte de la pared y se apartó la coleta del pelo por detrás del hombro.
–No está mal para una persona mayor. Pero veo que estás perdiendo facultades.
–¿No te ha enseñado nadie que una mujer debe dejar ganar siempre a su chica? –dijo kara a modo de broma
–Desde luego, tengo que admitir que juegas muy bien. En todo caso, no me gusta perder, así que espero que otro día me des la revancha.
Ella se había apartado unos pasos y estaba jugando distraídamente con la libreta de notas que había estado utilizando antes. Kara la agarró del brazo para que le mirara a la cara y entonces comprendió que le había ofendido su comentario.
–Yo… Era una broma. ¿No lo comprendes? –dijo kara, acariciándole las mejillas
–Ningúna persona que se precie querría que una mujer se dejara ganar por ella.
–Te sorprenderías –susurró ella, conteniendo un par de lágrimas a punto de brotarle de los ojos.
de…
–No me digas que los Luthors, esos salvajes de tu familia, eran capaces
–No, ellos no. Mi padre y mi tío Vic solían darme cinco dólares cada vez que le ganaba a mi hermano o mis primos. A ellos no les gustaba que los ganase pero les servía de acicate para mejorar su juego. Por desgracia, cuando me fui a la universidad, nadie me dijo que las reglas habían cambiado.
–¿Qué quieres decir?
–En mi primera semana en el campus, me invitaron a una fiesta con otras chicas. En la casa, había una mesa de billar. Uno de los chicos se ofreció a enseñarme a jugar… Supongo que para presumir ante sus amigos.
–Déjame adivinar. Le ganaste, ¿verdad?
–Tres partidas seguidas. Reconozco que, tal vez, fui demasiado arrogante en esa ocasión –dijo ella con tristeza, lamentándolo
–Me llamó marimacho. Todos se echaron a reír.
–¡Qué estupidez! –exclamó kara, estrechándola en sus brazos, pero sintiéndola rígida y tensa como una tabla
–Seguro que ese chico estaba pensando con otra cosa que con el cerebro y tú le dejaste en evidencia. Por eso te dijo eso. Por despecho. Pero no fue culpa tuya. Deberías estar orgullosa de tu talento.
Ella pareció relajarse lo suficiente como para apoyar la cabeza en su hombro.
–No creo que tenga tanto talento. Es solo que siempre he tenido un don especial para la geometría. Para ver los ángulos y los espacios.
–Debes sentirte orgullosa de quien eres. Eres una Luthor de pura raza. Una mujer única.
–A veces, eso es sinónimo de soledad –dijo en voz baja.
Kara se quedó sorprendida al darse cuenta de que, por primera vez, ella estaba confiando en kara lo suficiente como para abrirle su corazón.
–¿Y qué me dices de tus cuñadas?
–Son todas muy agradables. Pero no tenemos muchas cosas en común. Las cuatro son muy femeninas. Gracie está embarazada y con un cutis espléndido. Olivia ya tiene una hija y es una madre maravillosa. Gillian da clases en una escuela infantil y adora a los niños. Y de Ariel… ¿qué quieres que te diga? La revista People la nombró la mujer más dulce y atractiva de la pequeña pantalla.
–Creo que me estoy perdiendo algo. Lena, tú eres una mujer diez. Tienes una sonrisa cautivadora, unas piernas de infarto y un estilo personal que ya quisieran muchas mujeres.
–Y, sin embargo, nunca he tenido una pareja formal. ¿Por qué crees que ha sido? Yo te lo diré: a los hombres no les gustan las chicas como yo. Excepto, eso sí, en la cama o como un trofeo. Sé que gusto a los hombres físicamente, pero…
–Pero, ¿qué?
Ella se apartó de kara y se tapó la cara con las manos.
–Si necesito un psiquiatra, ya me pagaré uno –dijo secamente
–Tengo trabajo que hacer, Kara. Hazme un favor y déjame sola.

Kara se sintió frustrada. Ella había estado a punto de abrirle el corazón pero al final se había vuelto a recluir en su caparazón.
–Está bien. Procuraré no molestarte hasta que la nieve se derrita y pueda volver a mi vida habitual. Pero esto se acabó –dijo, agarrando la escalera carcomida y arrojándola contra la pared
–Si necesitas moverte por las alturas, tendrás que pedirme ayuda –añadió con cara de satisfacción al ver cómo la escalera se rompía en mil pedazos.
Salió de la habitación dando un portazo. Kara se puso ropa de invierno para la nieve y salió con una pala a limpiar la entrada, el porche y el sendero de los establos hasta que quedó casi agotada por el esfuerzo. Cuando volvió a la casa, percibió al entrar un aroma inconfundible que solo podía llevar el sello de la fragancia de Lena. Un plan brillante comenzó a germinarse en su cerebro.

Rica y MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora