Capitulo 8

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Kara estaba de muy mal humor cuando volvió a la oficina el lunes
por la mañana. Por primera vez en muchos años, su trabajo parecía carecer de interés para ella.
El mes de enero estaba dando sus últimos coletazos con un tiempo apacible y soleado. Todo el mundo parecía más alegre. Todo el mundo, menos ella. Decidió recluirse en su despacho para no suscitar ningún incidente con el primero que se cruzase con por el pasillo.
Echaba de menos a Lena.
Se sentía frustrada recordando los momentos felices que había pasado con ella ese fin de semana. Habría pensado que todo había sido solo un sueño de no ser por el perfume que aún conservaba en su camisa.
Como una colegiala enamorada, había ido a trabajar con la camisa de franela con la que había hecho el amor con ella. Lena Luthor era complicada y desafiante, pero sensual y caliente como ninguna de las mujeres que había conocido. Satisfacía todos sus deseos, tanto emocionales como físicos.
La única esperanza que abrigaba para no volverse loca era saber que ella volvería a la ciudad el miércoles por la mañana.
Lena estaba encantada de tener allí a los Allen. La casa bullía de sonidos y risas. Barry daba órdenes y tomaba medidas, agachado en el sótano. Iris cocinaba y entretenía a su bebé. Estaban entablando una gran amistad. Se sentía cómoda a su lado. Sin embargo, el lunes, antes de la cena, Lena entró en la cocina con cara de circunstancia.
Nora estaba en su trona tomando unos cereales.
–Me he dado cuenta de que te has encargado de todas las comidas y cenas desde que llegasteis. No es que me importe, es más, me agrada que lo hagas. Pero, ¿por qué lo haces? No me pareces el tipo de mujer que invade la cocina de una casa ajena como si fuera la suya.
–Yo… –dijo Iris sonrojándose.
–Di lo que tengas que decir, no muerdo.
–El caso es que la señora Danvers, nada más llegar, me llevó aparte y me dijo que no sabías cocinar y que sentías complejo de ello. Ella no quería que te sintieras incómoda.
Lena sintió un calor intenso en el pecho, Kara era toda una Dama. Pero era su forma de ser. Eso no significaba necesariamente que se preocupase por ella.
–Ya veo. Tiene razón. Sobre lo de que no sé cocinar, me refiero.
–¿De verdad no te gusta cocinar? –preguntó Iris, con una dulce sonrisa.
–Es una larga historia. Y muy aburrida. Podemos atribuirlo a haberme educado en un hogar lleno de hombres.
–Lo comprendo. La cocina no figuraba entre sus preferencias, ¿verdad?
–No, más bien otras cosas, como reparar automóviles o volar en helicóptero.
–¿Sabes tú hacer esas cosas? –exclamó Iris con los ojos como platos.
–Sí. Si alguien me pone una pistola en la cabeza. Mi padre y mi tío usaban un helicóptero para sus viajes de negocios y, a veces, por placer. Pero dejé de montar hace ya tiempo. Les he dicho muchas veces que se deshagan de él, pero no me hacen ni caso.
–Eres increíble, Lena. Me alegro de que nos hayamos conocido.
El cumplido parecía sincero y Lena lo aceptó como tal, dándose cuenta con asombro de que había personas que sabían apreciar cosas que ella no valoraba.
–Gracias, Iris. Tú también eres una mujer increíble.
Cuando llegó la mañana del miércoles, Lena tenía ya una idea formada de las habitaciones que había que restaurar y de los muebles viejos que podían darse en donación, tras la debida autorización de la señora Danvers. Hacía un tiempo espléndido y, aunque el suelo estaba embarrado por la nieve que se había derretido, se estaba muy bien afuera.
Después del desayuno, ya dispuesta para salir, se puso las botas de caucho del día anterior y se dio una vuelta por los alrededores de la casa, tratando de imaginar cómo sería allí en el futuro la vida de Kara con su familia. Con su mujer perfecta y sus tres o cuatro hijos.
De repente, se detuvo en seco como si se le hubiera revelado alguna gran verdad. Ella quería tener hijos con Kara. Muchos. Pero Kars no la amaba. Deseaba su cuerpo, eso sí. Pero eso era todo. Simplemente, sexo.
Aunque, a decir verdad, el sexo con ella era cualquier cosa menos simple. Era algo sin precedentes. En sus brazos, se sentía completa, femenina y deseada. Y ese sentimiento de plenitud le permitió, por primera vez en su vida, ver las cosas de otra manera.
Kara le había abierto la puerta a otras posibilidades. Le había suplicado que se dieran otra oportunidad y que fuera de verdad la mujer valiente y arriesgada que todo el mundo pensaba que era.
Kara había tenido el valor suficiente para dar el primer paso, para iniciar un giro hacia algo mucho más profundo que el simple placer físico. Pero ella no había querido arriesgarse a salir de su cascarón y la había rechazado por miedo a sufrir un nuevo desengaño y por el miedo que le daba la idea de traer hijos al mundo. Se tenía bien merecido el dolor que sentía ahora en el pecho.

Rica y MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora