Fue a su casa un sábado, luego de haberle enviado un mensaje a la madre del chico, quien lo recibió (en silencio, como pidió) y con una sonrisa, le indicó que subiera.
—Debe estar en su cama—murmuró, alzando los pulgares. Capricornio le agradeció con un asentimiento y subió los peldaños, pegado a la pared para que éstos no crujieran tanto. En el segundo piso solo había dos habitaciones y un baño, pequeño. La de Sagitario era la de a mano izquierda (pudo verlo tirado en su colchón, con los brazos extendidos). Fue silencioso y, aunque una persona normal habría notado los movimientos estando en la posición del castaño, éste no lo hizo.
Capricornio entró en el baño y sacó el pijama de su mochila. Lo desdobló y extendió. A él no le entraba (no es como si lo hiciesen para gente de 1.80 y algo), pero confiaba en que al arquero sí. Medía casi lo mismo que su hermana, después de todo.
Salió del baño con el pijama frente a sí, cabeza agachada para que el arquero solo viera la prenda. Aunque quería ver su reacción, mejor que no.
No hubo reacción alguna. Carraspeó. Escuchó el ruido sordo de algo golpeando el suelo con fuerza (que era alfombrado) y entonces Sagitario chocó contra él, con ambos brazos a cada lado de la cabra. Al parecer, había corrido con éstos extendidos.
—¡Qué lindo! ¡Qué lindo!—decía Sagitario, refregando su cara contra la felpa—. ¡Es tan suavecito! ¡Y huele tan bien!
Olía al cuarto de Capricornio porque lo guardaron en su armario. Es decir, olía a Capricornio mismo. Sintiendo cómo se ruborizaba, sólo pudo asentir.
—¡¿Lo trajiste para que lo viera?!—él estaba aferrado con las uñas al pijama, mirándolo con expresión suplicante, esperando que le confirmara que...
—No. Te lo regalo.
Volvió a sumergir su rostro en la tela, inhalando con fuerza. Joder, era como si lo oliera a él mismo.
—Me encanta—balbuceó al final, sin despegar su cara. La tentación de abrazarlo como él lo hacía al oso fue gigante. Pero no podía, claro.
—¿Por qué no te lo pruebas?
—¿Puedo?—volvía a mirarlo con ojos de cachorro.
—Sí, claro.
—¡Agh!—. Se quitó su suéter allí mismo (alterándolo al principio, pero pudo calmarse al notar que llevaba una remera abajo) y, como llevaba shorts, se enfundó rápido con el pijama de Rilakkuma. De largo le quedaba decente, pero en las mangas no. Largo de más. No pudo subirse el cierre, en parte también porque estaba por la espalda. En un acto de impulsividad, Capricornio lo volteó y subió el cierre rápido. Era muy delgado.
—Ya está.
—¿Cómo me veo?—Sagitario se puso la capucha—. ¿Es lindo?
—Sí—un poco más lindo y él convulsionaba en el suelo—. Se te ve... Se ve lindo.
—¡Quiero verlo!—el chico lo tomó por la muñeca y lo hizo entrar. El cuarto olía a chocolate, y no a colonia de hombre como lo hacía el suyo. Sagitario cerró la puerta.
Joder, joder. Estaban solos, en su cuarto, con la puerta cerrada.
Pero solo porque atrás de la puerta había un espejo.
"Si seré imbécil".
Sagitario se miró un par de segundos, primero con entusiasmo, pero luego bajó los ojos y apretó las mejillas.
—¿Qué pasa?—intervino, preocupado—. ¿No te gusta?
—¿No es ridículo?—parecía a punto de llorar—. Po... Porque soy un chico. ¡E-Esto es raro!—jaló de la tela de al frente—. Pa-¡Parezco un tonto!
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Esencia [CapriTario]
RomanceNo había que ser muy inteligente para saberlo. Habían acosado a Sagitario. A ese niño de mejillas gorditas que reía por todo, con todos. Que era amable, pero despistado. Que se ponía a llorar cuando pisaban a las hormiguitas. Que jugaba con las niña...