Capítulo 23º La Única Mujer

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«Tiene cara de pendejo» Fue lo primero que pensó Nicolás cuando conoció al novio de su mejor amigo. En ese entonces, él y el Rulitos tenían quince años, y el segundo había comenzado a salir con un chico algo mayor que ellos.

—Su nombre es Julio —Diego lo presentó.

—¿Qué onda, Nico? —Julio hizo el amago de chocar las palmas, pero Nicolás correspondió a su saludo tan sólo meneando la cabeza. El primero bajó la mano, incómodo—. Diego me ha hablado mucho de ti, gracias por ser tan buen amigo con él.

— No es como si me costara serlo... —Su voz tenía un tinte poco amigable—. Y... ¿por qué me querías presentar a este wey, Rulitos?

— ¿Rulitos? — Julio miró a Diego, interrogativo.

—Me dice así desde que éramos niños —respondió primero a la duda del muchacho y después a Nico—. Verás Nico, tú eres mi mejor amigo, así que era necesario que te lo presentara, Julio es mi novio.

Y ahí estaba, un leve sonido, como algo quebrándose. Nico no alcanzaba a entender por qué la revelación de Diego había provocado en él ese extraño sentimiento. Parpadeo un par de veces seguidas, asimilándolo, y forzó una sonrisa.

— Ah, pues chido —por el Rulitos podía esforzarse.

De entrada, Julio le había caído pésimo. Creía que no era bueno para Diego. Probablemente estaba siendo ridículo por darle muchas vueltas, pero era un malestar que no podía dejar pasar, incluso le advirtió a su mejor amigo sobre su presentimiento, pero él lo ignoró, llegando a enojarse cuando insistía en ello.

No podía hacer nada, Diego se escapaba de sus manos, aunque nunca lo tuvo realmente, y en su lugar quedaba una gran y amenazante desolación. Sólo tuvo una respuesta para salir de aquella soledad, una solución estúpida -como la mayoría de sus decisiones-. Buscaba llenar el vacío con quienes sabía que no lo lograría, muchas jovencitas de rostros hermosos y cuerpos de ensueño.

No importaba con cuantas mujeres estuviera, aunque disfrutara de besarlas y tocarlas, no alcanzaba a llenar ese espacio en su interior. Pasando el tiempo se acostumbró a las imitaciones de cariño. Se creó algo de fama, era un mujeriego. Diego sólo le prestaba atención para regañarlo, para decirle que estaba mal lo que hacía y pedirle que dejara ya esos vicios.

Después de algunos meses, el tal Julio lastimó a Diego, y con la ruptura de ambos, Nico creyó que la relación entre él y su Rulitos volvería a ser como antes, pero un desliz empeoró la distancia.

Nicolás torció la boca por cuarta vez, la comida en su plato le sabía insípida, más por su malhumor que por la sazón de la fonda, donde comía con Diego, Devin y Armin. La razón de su cara de desagrado se debía a que tenía que soportar ver a la chica siendo tan atenta con el castaño de ojos azules.

Ahora no sólo era el Rulitos quien se desvivía por Armin, sino también ella. Desde que Devin y Armin se reconciliaron en la fiesta de la primera, no se despegaban el uno del otro.

No tenía a Diego, no tenía a Scarlett, ¿qué le quedaba ahora? «Siempre Armin, todo Armin» Se quejaba la voz en su cabeza. Pero no podía reprocharle nada a nadie, a lo mejor él era el único que importunaba a los demás.

Con estas ideas en su cabeza se levantó de la mesa, recogió el plato medio lleno y lo colocó donde debía para después pagar. Los tres restantes se miraron entre ellos, desconcertados por la actitud agria que había tenido Nico desde que se reunieron. Diego les sonrió a los otros dos, apenado, mientras se levantaba.

—Quizás no se siente bien, iré con él. Nos vemos, chicos.

—Hasta luego.

—Bye.

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