40. Epílogo

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Al finalizar sus clases por ese día, con una enorme sonrisa en el rostro, la profesora Jennie Kim se dirigió al estacionamiento para retirarse pero en su camino fue interrumpida por una de sus alumnas de primer año.

-Profesora Kim. ¿Cómo le va?

-Muy bien, ¿y a usted, señorita...? —trató de recordar su nombre.

-Somi, Jeon Somi —dijo, entusiasta.

-Somi —sonrió Jennie—. ¿Necesita algo?

-En realidad sí. Verá... —dijo nerviosa—. Yo estoy estudiando coreano pero me resulta muy difícil aprenderlo y escuché que usted lo habla a la perfección.

-Ah, claro que sí —respondió, amablemente—. Eso es porque soy coreana.

-Es fantástico. De vacaciones quiero ir a Corea y conocer un poco de Seúl pero para eso necesito aprender un poco el idioma, ¿no cree?

-Así es, Somi. Si quiere puedo darle unas clases y enseñarle al menos lo básico.

-¡Se lo agradecería infinitamente! —dijo Somi, emocionada—. ¡Muchas gracias!

-De nada —rió ante la reacción de su estudiante—. Puedo los sábados por la mañana acá en la universidad. Estoy dando un curso a parte de historia así que al finalizar puedo seguir con usted. ¿Qué le parece?

-¡Perfecto, sí!

-Bueno, entonces nos vemos el sábado. Buscame en el salón de Historia 2.

-Ahí estaré, profesora. ¡Mil gracias, de nuevo!

-De nada —le dijo, amablemente y vio a la chica alejarse.

Sonrió al darse cuenta de cómo su carácter había cambiado desde que se mudó a Hawaii y sobre todo, la forma de tratar a sus alumnos. Ya no era la temible y fría Jennie Kim. Ahora solo era la profesora Kim, una de las mejores que la Universidad de Hawaii en Manoa actualmente. Tal como lo prometió que haría, inició de nuevo todo y dejó atrás su pasado, claro que, sin olvidarse de lo más importante. Además, el ambiente donde trabajaba parecía de ensueño, solo el hecho de estar en Hawaii ya era hermano pero también la universidad era una de las que más contaba con estudiantes asiáticos en toda la isla, así que no se sentía muy lejos de casa.

Se dirigió a su auto y rápidamente comenzó a conducir. Ya tenía unos minutos de retraso así que no tenía más tiempo que perder.

Después de aproximadamente media hora, llegó al Sea Park de Honolulu. Y se fue directamente al área donde sabía que iba a encontrar a quien buscaba. Y así fue. Pero no se acercó demasiado, se quedó desde las gradas apoyada en la baranda, observando una de las mejores vistas que adoraba ver.

Lisa alimentaba a un delfín en el estante y parecía que llevaba una conversación con él también. El mamífero hacía trucos en el agua a la vez que, la ahora castaña se reía y lo recompensaba dándole un bocadillo.

El sol chocoba contra su bronceada piel y la brisa hawaiiana movía salvajemente su cabello, excepto su flequillo. Jennie la estaba admirando como una idiota desde la baranda pero despertó de su pequeño ensueño y decidió acercarse a su chica, lentamente, para sorprenderla.

-¿Ya terminaste tu turno o tendré que secuestrarte para tenerte conmigo? —le susurró al oído mientras envolvió su cintura con sus brazos.

-¡Jennie! —Lisa dijo exaltada—. Me espantaste.

Se dio la vuelta y quedó frente a frente con la mayor, quien reía ante su reacción. Pero después tomó su rostro entre sus manos como siempre hacía y la besó tiernamente.

Tu Último Amor (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora